Diego Aranha, el especialista en criptografía que descubrió las falencias del voto electrónico del sistema brasileño, estuvo en la Argentina y alertó sobre los riesgos de abandonar la boleta en papel.
En 2012 sucedió algo inédito en el sistema democrático brasilero. El Tribunal Superior Electoral (TSE) hizo una convocatoria abierta para que desarrolladores y expertos en seguridad informática revisaran el código de los sistemas de votación electrónica por primera vez en su historia. ¿El objetivo? Demostrar que el código que el gobierno utilizaba hacía más de una década “era cien por ciento seguro”.
“Cuando me enteré lo que estaban haciendo me pareció una buena oportunidad para verificar la seguridad del pilar central de la democracia”, asegura el profesor de la Universidad Estatal de Campinas y especialista en criptografía, Diego Aranha. Bajo su tutela, se formó un equipo de especialistas con el objetivo de comprobar si las afirmaciones del TSE eran reales. Y, para su desagradable sorpresa (y desgracia de todo el pueblo brasilero), no lo eran.
Desde la concepción de la convocatoria, Aranha notó que había algo raro. “El gobierno buscó obtener evidencia de que el sistema era transparente y tener una voz autorizada que lo confirmara”, explica. Sin embargo, se sometió a las reglas de juego y aceptó el reto. La consigna era simple y compleja a la vez: sólo tenían cinco horas para buscar vulnerabilidades entre más de diez millones de líneas de código que nunca habían visto.
En los primeros cinco minutos, y en un primer análisis general, encontraron una vulnerabilidad importante que ponía en riesgo la confidencialidad del voto. Todavía les quedaban cuatro horas y cincuenta y cinco minutos para poner en jaque al sistema democrático del país más poderoso de toda América del Sur. Y lo lograron.
Cuando finalizó su tiempo, les mostraron a las autoridades cómo romper el secreto de voto de forma experimental. Además, les señalaron que había otras brechas que ponían en riesgo la integridad del software, específicamente en el sistema de recuento de sufragios. En Brasil, las máquinas electorales no otorgan un comprobante en papel que demuestra quién emitió el voto ni a quién votó, sino que todo queda registrado en el dispositivo. “El resultado fue comprobar que el sistema no cumplía los mínimos requerimientos de seguridad y transparencia”, asevera.
Luego de esta cuasi traumática experiencia, Aranha le encontró un sentido a toda su experiencia de campo. Como especialista en seguridad, le dedicaría el resto de sus días a concientizar a la gente, no solo en Brasil sino en todo el mundo, sobre la falta de transparencia de estos sistemas electrónicos que definen el futuro de las naciones democráticas.
Si bien Brasil todavía sigue utilizando este formato de forma oficial (desde 2000 se usa en todo el país de forma ininterrumpida), Aranha afirma: “Veo cierto progreso, se abrió el debate y la comunidad comenzó a comprender los riesgos”. Inclusive, después de cinco años de esfuerzo, el sistema electoral brasileño utilizará comprobantes en papel en las próximas elecciones. Sin embargo, no niega que es mucho trabajo el que queda por hacer. Al fin y al cabo, ni él ni el resto de los ciudadanos tienen la decisión final, sino los políticos elegidos por un sistema poco confiable.
El caso de Diego Aranha dentro de la democracia brasileña visibiliza solo una pequeña porción del debate. Si bien cada país tiene sus propias legislaciones, cultura y pasado político, el análisis es concreto, aunque la pregunta suele errar del foco central. Por eso, el cuestionamiento debe ser más profundo: ¿Por qué el sistema democrático necesita de esta “herramienta innovadora”?
Elecciones sólo para algunos
Actualmente, en Argentina el sistema de voto utilizado en la gran mayoría de las elecciones (salvo algunas excepciones como Salta y la Ciudad de Buenos Aires) es el de las “boletas sábana”. Para ejercer su derecho fundamental, el votante sólo debe saber leer (aunque ni siquiera porque se puede guiar por las fotos o colores) para poder elegir su partido o candidato preferido. El proceso es sencillo. Una vez que elige, pone la boleta en su sobre -previamente firmado por las autoridades de mesa- y lo arroja dentro de la urna.
Desde un punto de vista simplista, el voto electrónico “acelera” el proceso y el recuento de votos, como dijo el actual presidente, Mauricio Macri, en más de una oportunidad. Pero ¿qué sucede detrás? ¿Cómo se construyen estas máquinas que deben garantizar el futuro del país? ¿Quién crea el código para que sea seguro? Estas preguntas sobrepasan los conocimientos básicos de cualquier población si se lo contrapone con el simple hecho de saber leer y escribir. De esta forma, lo que pasa realmente dentro de estas máquinas queda reservado para unos pocos elegidos, ya sea porque participan en todo el proceso o porque están formados con conocimientos técnicos.
De esta forma, surge un nuevo punto de debate, colocando en el centro el concepto de que todo “el sistema tiene que ser verificable, si no, no es democrático”. “Si no entendés, quedás afuera. La democracia debe ser algo que todos comprendan sin importar la experiencia individual. Si el sistema de votación nos aleja y no lo entendemos no es democracia, se cierra a un pequeño élite”, explica la socióloga y presidenta de la ONG Vía Libre, Beatriz Busaniche.
En esta misma línea, Enrique Chaparro, también miembro de Vía Libre y especialista seguridad informática, asegura que “la mayoría de la gente que trabaja en tecnología puede entender el código y encontrar fallas” pero que ninguno puede comprender por completo el sistema. Asimismo, nace otro interrogante: ¿se debe aplicar tecnología en las votaciones? “Posiblemente no en la parte crucial del voto. Esto debe servir para que sea totalmente transparente, no al revés”, explica Chaparro.
Concientización contra el fraude
Dentro de toda esta maraña de discusiones, dichos y puntos contrapuestos, hay una sola pregunta que importa: ¿está garantizada la democracia con un sistema electoral electrónico que no puede asegurar su propia integridad? La respuesta, de buenas primeras, es negativa. Pero los expertos en el tema llaman a no quedarse con su palabra e indican que el camino hacia una verdadera democracia es a través de la concientización del pueblo sobre los riesgos del sistema.
“La gente que entiende de tecnología conoce los riesgos y contra lo que se lucha. Por eso hay que comunicar y llevar esta conciencia hacia la gente”, asegura Aranha. “Nosotros (los especialistas en computación) hacemos ‘magia negra’ desde tiempos inmemoriales. Entonces el problema no es solo desde el lado tecnológico, sino desde el punto de vista de comunicación”, agrega Chaparro.
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