
Qué dicen los cineastas cuando hablan de cine
Son tres especialistas -un director, un profesor y un crítico-, pero también, y en especial, tres espectadores. Opinan sobre todo, hasta de la conveniencia de llevar el pochoclo a la butaca
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A este trío de entrevistados los une -y, en ocasiones, afortunadamente, desune- una monumental, sólida, terminante y por momentos malsana pasión común: el cine. Probablemente en los últimos veinte años hayan pasado frente a sus ojos, almas y estómagos unas diez mil películas. Durante la charla -realizada en el estudio-oficina gentilmente cedido por Manetti- se habló de la influencia de la crítica, de la seriedad de los críticos, de la eterna tensión que provoca pensar al cine argentino, del contrasentido de un país cuya industria cinematográfica está en crisis, pero en el que alumnos ávidos llenan las aulas de las carreras y las salas en donde se realizan festivales de cine independiente.
-¿Para qué sirve el cine?
Andrés Di Tella: -Para calmar a las fieras. Se trata del viejo juego, tribal, de la fascinación por las imágenes, por la fantasía, por el sueño. Para identificarse con cada historia y encontrar algo de nosotros mismos en cada una. Para eso sirve. Hay una película de Wim Wenders, que siempre me fascinó, En el transcurso del tiempo. Se trata de un tipo que arregla proyectores y se traslada en una camioneta por distintos pueblos de Alemania, haciendo servicios en distintos cines. Esa película coincide con la sensación que tengo sobre el cine: es subirse a un viaje, en compañía.
Ricardo Manetti: -El cine tiene que ver con una idea del goce frente a las imágenes y a los sonidos. Permite al espectador ingresar en mundos desconocidos. Además, no por nada tantos hablaron del espectador como un voyeur: el que va al cine o mira un video disfruta a partir de la mirada.
Quintín: -Se trata de una pregunta que me deja perplejo, porque me conduce a otras dos preguntas. Una sería para qué sirve el teléfono y la otra, para qué sirve el arte. La segunda me parece demasiado amplia para responderla; la primera me parece obvia. Entre esta obviedad y aquella magnitud ubico al cine.
-En sus historias personales, ¿para qué sirvió el cine?
RM: -En mi caso, está absolutamente ligado a mi historia. Quizás, el origen esté en que mi papá no sabía bailar, entonces prefería salir al cine con mi mamá. Y ahí me prendía yo. Una de las iniciales imágenes fuertes es la del cine Sarmiento, de Villa Ballester. Después seguí vinculado con el cine argentino a través de la televisión: ése fue uno de mis lugares de aprendizaje. A las películas las veía doblemente: en la televisión primero y, si me gustaban, en el cine después.
Q: -La mía es una historia diferente, pero también empieza en mi infancia. Cuando tenía 11 años mis padres se mudaron a Esmeralda y Córdoba, pleno centro. Ahí descubrí la calle Lavalle, la calle de los cines, y aprendí a ser un bacán a los once años. Poder ir a esos cines enormes y confortables para ver una sola película significó para alguien que no era rico la posibilidad de participar de un mundo sofisticado, distinto y divertido. A los 40 años me inicié como crítico de cine, como para seguir conectado con el niño que fui. Otra gran pasión infantil había sido el fútbol y ya de grande, a los 30, comencé a ser árbitro. No me fue bien, no persistí.
ADT: -Yo tuve unos viejos algo raros. Mi mamá, un poco hippie, me hacía ver películas extrañísimas como Solaris, de Tarkovski. ¿Qué hacía un chico como yo en esos lugares? Siempre el cine me ofreció una conexión con lo prohibido, con poder mirar aquello que uno no está autorizado a ver. Recuerdo un artículo de Roland Barthes, Saliendo del cine, en el que alude a que uno sale un poco embobado de ver una película, en especial si la película te tocó o te transportó. Si eso ocurrió, el mundo del afuera, aunque sea por un rato, cambia, se transforma.
-¿Cuál es la película más antigua que recuerdan?
RM: -Es en la década del 60, seguramente en el Astral, de Munro, Sammy, la foca loca. Del film casi no me acuerdo, pero de la foca recuerdo un montón.
Q: -La primera que vi se llamaba Nido de águilas y, por supuesto, tampoco me acuerdo nada. Lo que más me impresionó fue el tamaño de las imágenes.
ADT: -Una de las primeras debe haber sido Fantasía, o algún otro dibujo de Disney. Pero un recuerdo fuerte es el que mencionaba, el de Solaris: tenía 9 años y no sé si mi mamá no se quedó un poco dormida.
-¿Tuvieron en sus vidas situaciones similares a las de películas como Cinema Paradiso o Splendor? Muchos amantes del cine refieren historias comunes: de chicos, improvisaron un proyector o una cámara con una caja de zapatos o jugaban a dar cine en sus casas. Historias que después recogió el cine.
ADT: -Me hice cinéfilo cuando entré en la universidad. Antes, no. Resultaba un tema lindo y útil para charlar con las chicas.
RM: -Siempre tuve una relación fuertísima con la sección Espectáculos de los diarios. Era y es mi primer momento de lectura en los diarios. Desde que tenía 9 años me gustaba mucho contar con la información de todo lo que se estrenaba, y sobre todo lo que no podía ver por una cuestión de edad. Hacía carpetas con los recortes de las críticas. Pero desde entonces tuve claro que no me interesaba ser director de cine. Cuando veía películas argentinas como La tregua, Quebracho, La Patagonia rebelde, sentía que quería ser actor del cine argentino.
Q: -Nunca tuve que ver con films sobre el territorio mágico de la infancia. Lo mío fue más bien la idea de que ir al cine era algo de gente adulta y distinguida. Me gusta mucho ir al cine de los shoppings porque recupero aquella experiencia de pasarla bien, cómodo y confortable. Sin embargo, recuerdo una escena de Splendor, cuando el personaje de Massimo Troisi habla con un grupo de vagos del pueblo que considera decadente al cine. El los desafía, diciéndoles: Claro, ustedes evitan ir al cine porque ya se conquistaron a las mujeres más bellas del mundo, domaron leones feroces en el Africa, recorrieron las maravillas del mundo: entonces, ¿qué necesidad tienen de ir a ver esas cosas o a imaginar a un cine?
-¿Coleccionaban programas de cine?
Q: -Nunca, odio coleccionar.
ADT: -Hasta la adolescencia, junté. Era cuando todavía tenía la fantasía -precisamente adolescente- de que a través del cine era posible vivir muchas vidas.
-¿Qué prefieren? ¿Las salas de cine de antes o las de ahora?
RM: -No hay nada más gratificante que ver una buena película en una muy buena sala. Es increíble cuánto piensa un realizador, como para que una mala calidad de proyección y de sonido le malogre su película. Durante años la exhibición en Buenos Aires tuvo, en general, un muy deficiente nivel. Por suerte aparecieron nuevas salas.
ADT: -Nunca sufrí más que cuando me tocó estrenar una película en un cine donde el sonido distorsionaba o se veía oscura porque el exhibidor había decidido ahorrarse 50 pesos y no cambiar la lamparita. Las nuevas salas remiten al clima que conocí en los cineclubes de mi adolescencia, donde uno se encontraba con gente dispuesta, después, a ir a tomar un café para hablar de la película.
Q: -A mí no me gustaba nada ir al Cine Arte o al Lorraine, porque eran viejos, incómodos y ofrecían copias viejas y gastadas.
-¿Qué es lo que menos les gusta de la ceremonia del cine?
Q: -Yo detesto encontrarme con gente conocida en el cine. En especial, si la película me gustó. No me dan ganas de discutirla con nadie. Al menos, en lo inmediato.
RM: -Claro, para que no te rompan ese mundo de ilusión.
ADT: -Es verdad, pero a veces es grato compartir cierto clima con algunas personas. A mí me gusta mucho ir al cine con mi mujer. El clima de salas como la Lugones, del San Martín, a mí me sigue gustando: está generado por la pasión del cine.
-¿Les gusta ver cine en video o lo desprecian?
RM: -Mi trabajo específico es en docencia, y para eso el video, como auxiliar didáctico, me sirvió muchísimo. Pero cada vez que intento ver películas en video por puro placer me duermo.
ADT: -A mí, desde hace dos años, cuando mi hijo Rocco se apoderó de la video, me cuesta ver alguna cosa que no sea Dumbo. Me pasa, como a otra gente, que lo que más me molesta del video es alquilar películas, no tener tiempo de verlas y angustiarme porque no las devolví a tiempo. Me cuesta igualmente ver cine por televisión, pero eso porque me traiciona el fenómeno del zapping: aunque sea una de Tarkovski, a los dos minutos empezás a fijarte qué dan en los otros canales.
Q: -Al video le debo mi trabajo. La mayor parte de las grandes películas de la historia del cine y que son imprescindibles para la formación de un crítico casi no las vi en cine, y sí pude recuperarlas gracias al video. De no haber sido por el video, no podría trabajar de crítico ni tendría la educación cinematográfica necesaria.
-¿Qué pasaría si dentro de las salas se pudiera hacer zapping?
Q: -La idea del cine interactivo, en el que uno podría elegir sus propias escenas, me parece contraria a la del cine mismo, en donde el espectador sólo se limita a mirar.
ADT: -Para que existiera el zapping en los cines debería haber unos sillones muy cómodos y una cocina en cada cine. Hace poco, los famosos directores daneses, de la corriente del Dogma, hicieron cuatro películas con historias vinculadas, que fueron emitidas a la vez en cuatro canales distintos de Dinamarca. Los espectadores podían ir de una a otra, pero parece que resultó un fracaso.
RM: -Recuerdo también que hace unos años se dieron en dos salas al mismo tiempo dos películas de Alain Resnais, una que se llamaba Fumar y la otra, No fumar. Tampoco tuvieron demasiada repercusión.
-A propósito de lo que mencionaba Quintín, a veces, viendo cine, ¿adivinan la escena siguiente o lo que está por decir un personaje?
Q: -Es cierto. Cuanto peor es una película, uno más adivina. Y eso es temible.
RM: -Hay géneros como el western, en el que el espectador a veces conoce tanto los funcionamientos, leyes y situaciones que puede imaginar o suponer o adivinar que van a ocurrir. Es un placer sentirse inteligente, porque nos damos cuenta de lo que va a venir. Pero también hay directores que hacen todo lo esperable durante la película y sólo nos sorprenden al final.
ADT: -Existe hoy un cine comercial, por ejemplo el género del terror, que aprovecha la hiperformación cinematográfica del público y juega con eso, porque el espectador puede adelantar escenas enteras.
-¿Qué actitud observan frente a la costumbre de comer en los cines?
RM: -A mí, que me entrego mucho, me molesta que la gente hable o coma, porque esos ruidos empañan la privacidad del goce. ¿Se dieron cuenta de que uno siempre tiene atrás a esos personajes molestos? Será para darnos la oportunidad de darnos vuelta y mirarlos con una cara terrible.
Q: -A mí lo que me molesta es el olor del pochoclo, no sé si será la manteca o la margarina que se usa para saltearlos. Lo demás no me preocupa.
ADT: -A mí me encanta comer en los cines. Lo que me molesta mucho es que coman los demás.
-Dentro de las comidas cinematográficas, ¿cuál prefieren? ¿Maní con chocolate o pop corn acaramelado ?
Q: -Prefiero el pop corn salado, pero guardo el mejor de los recuerdos del bombón helado.
ADT: -Es una pena que se haya perdido...
RM: -Es que era carísimo, demasiado, casi como una entrada al cine.
ADT: -Por suerte tenemos opciones alimentarias. He ido al cine con el estómago vacío y cené pop corn mirando la película.
-¿Para qué sirve la crítica cinematográfica?
ADT: -Como cineasta, debo decir que es un mal necesario.
-¿Hiciste críticas?
ADT: -Sí, pero es un pasado que me avergüenza y prefiero olvidar. Era muy joven. A veces uno practicaba un ejercicio de poder placentero: disfrutaba reventando a una película y demostrando qué clase de estúpido era el director. Hoy pienso que los críticos no se dan cuenta de que tienen un poder que puede ser dañino. Sus opiniones son importantes para los cineastas.
RM: -El tema de la crítica para mí siempre fue conflictivo y en los últimos años advierto que se ahondó una situación de confrontación entre realizadores y críticos de cine. El poder de los críticos debería centrarse en tener un sistema de escritura propio, con un estilo definido, un gusto estético, un modo de pensar y, fundamentalmente, un sentido orientativo que le sirviera al lector. Me parecen espantosas las calificaciones, como mala, buena, regular. A mí me gusta leer las críticas, no por lo que digan sobre las películas, sino para descubrir la forma de escribir y de pensar del crítico.
Q: -¿Tengo que aclarar que no estoy de acuerdo en casi nada de lo que acaban de decir...? Es que me parece que se olvidan de que estamos escribiendo desde la Argentina y que tenemos un peso relativo. ¿Cuánto peso puede tener una crítica sobre la película de Spielberg si él nunca se va a enterar? Creo que los críticos tenemos cada vez menos efecto sobre la taquilla. Diría que influimos sólo en películas que hacen poca publicidad, porque la publicidad opaca lo que pueden decir los críticos, ya sea en favor o en contra de la película.
-La pregunta era sobre la utilidad de la crítica. Prácticamente todos los críticos destrozaron la última película de Bruce Willis y, sin embargo, se convirtió en un éxito de público...
RM: -Las grandes producciones de Hollywood no necesitan de buenas críticas...
Q: -Ni tampoco una película como Comodines, de Canal 13...
RM: -Exactamente. El público va a verlas sin interesarle la opinión de la crítica. En cambio, el éxito en la Argentina de una película como El sabor de la cereza, de Kiarostami, es un logro en el que la crítica tuvo mucho que ver.
Q: -Quiero volver a algo que mencionaba Di Tella: lo mal que se ponen los directores cuando tienen una mala crítica. Se ponen peor de lo bien que podrían ponerse cuando les toca un elogio. Eso me sorprendió siempre. Creía que los directores apenas se fijaban en las críticas, pero las leen todas, de punta a punta. En cuanto a calificar las películas con puntos o con estrellitas, creo que es útil, porque es la manera que tiene el periodista de dejar clara su opinión. La crítica es lo único que se mantiene como una contención a la publicidad masiva y el marketing. En cuanto a la molestia por las opiniones demasiado diferentes, es como pensar que dos personas no puedan pensar distinto.
-Sí, pero tan distinto... Eso es lo que llama la atención. Ahí se pierde el sentido orientativo del que hablaba Manetti...
Q: -Uno de los sentidos de la crítica se expresa no sólo en la pluralidad, en la disensión o en la divergencia, sino en su carácter subjetivo. Si hubiera una única manera de juzgar una película, no habría posibilidad de equiparar la actividad cinematográfica a la categoría de arte.
RM: -No es lo mismo una crítica que sale en una publicación diaria que la que aparece en una revista especializada. En cada uno de esos contextos encontrarás un lector diferente, con distintas exigencias. Sigo pensando que evaluar las películas a través de un sistema de señales o puntaje limita más que amplía. Cuando veo que calificaron como mala una película, no me dan ganas de leer la crítica.Y peor todavía: muchas veces, si la leo no descubro los fundamentos de semejante calificación. Tampoco me gustan las críticas irónicas que suplantan los análisis importantes.
ADT: -La gran objeción que puedo hacerle a la crítica es la diferencia de formaciones: hay algunos muy bien preparados, que saben transmitir lo que vieron y otros que ni siquiera saben escribir. Los críticos deberían ser escritores con la capacidad suficiente como para poder recrear la muy compleja y subjetiva experiencia de ver una película. Cualquiera ha visto muchas películas, casi cualquiera está en el umbral de ser considerado un experto. El problema es cómo transmitirlo, cómo se lo escribe.
Q: -A mí me parece muy importante y novedoso que ahora el cine se estudie en las universidades...
ADT: -Es muy importante. Imaginate que una frase de moda es: aparte de hacer cine, ¿qué otra cosa hacés? La otra pregunta, además de aceptar lo importante que son las carreras de cine, que antes no existían, es: y toda esa gente, ¿qué va a hacer? Obviamente que no todos llegarán a su largometraje. En un momento en que el Instituto de Cine está en bancarrota sorprende la cantidad de chicos que salen a realizar largometrajes con amigos, sin un peso, filmando los fines de semana, arreglándose con película vencida, experimentando con video digital.
Q: -Hace diez años estábamos en las últimas. ahora, con 30 o 40 películas por año, ya dejamos de ser un país descartable en materia de producción en el orden mundial. Los extranjeros se sorprenden de la vitalidad cultural que tiene el cine acá.
RM: -Los jóvenes egresados de las escuelas están impulsando los cambios, quieren convertir en profesión lo que estuvieron estudiando. ¿Quién hubiera dicho hace algunos años que una película como Silvia Prieto, de Martín Retjman, terminaría siendo distribuida por la Disney?
ADT: -No tenemos por qué tener una industria cinematográfica. Es absurdamente nostálgico querer recuperar una industria como la de los años 50, porque esa industria murió, aquí y en todas partes. Las películas argentinas que se ven por todo el mundo son aquellas que fueron hechas durante los fines de semana, con los actores llevando su comida. Y no las que han hecho esos directores que son artistas del subsidio, que sólo saben recorrer los pasillos y qué puerta golpear para lograr un crédito. Una vez me preguntaron por qué en general el cine es considerado malo: pues, porque con muy pocas excepciones es malo. Hoy en día es muy fácil hacer una película en la Argentina, pero lo difícil es estrenarla.
-Quintín, ¿como crítico te ponés más exigente cuando juzgás una película argentina?
Q: -Sí: me duele más cuando un director argentino hace una mala película que cuando la hace un director japonés. Me molestan mucho, como si fuera una sensación en mi cuerpo, los tonos incorrectos, los sonidos mal puestos, las voces equivocadas. Una vez alguien dijo que si a las películas argentinas las doblaran a otro idioma o les pusieran subtítulos habría una cantidad de defectos de sus personajes y protagonistas que se pasarían por alto.
-Di Tella, ¿te duelen las críticas a tus películas?
ADT: -Sí, porque cuando queda dicho por escrito inscribe una noticia: se ha hecho una película mala. Aunque no consideres bien al crítico que escribió esa crítica. Pero mucho más me duelen las muchas películas buenas que yo todavía no hice.
-Manetti, ¿de qué película te gustaría haber salido?
RM: -Me cuesta pensarme el personaje de alguna película. Más sencillo me resulta imaginarme en determinadas situaciones de película. Lo que más placer me causa es fantasear con que voy saltando de uno a otro personaje.
Ricardo Alejandro Manetti
Tiene 37 años y es un gran especialista en cine argentino de la década de oro (años 40 y 50) y en el género del melodrama. Es licenciado en artes, doctorado en educación a distancia en Madrid, profesor universitario y catedrático de Historia y Semiótica del Cine, Análisis de películas, y Teoría y Estética de los Medios. En la docencia ha impulsado la vocación por el cine de numerosos jóvenes que lo han tenido como profesor. actualmente es director general de Promoción Cultural en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Además, autor de numerosos trabajos y ensayos, entre ellos los de la Historia Ilustrada del Cine, proyecto que dirigió Claudio España para la Revista La Nacion.
Quintín
Por razones a las que califica como no siempre claras, desde su paso por la Facultad de Ciencias Exactas lo apodaron Quintín, como se lo conoce en el ambiente de la crítica cinematográfica. Nacido como Eduardo Antín, tiene 49 años, está casado con la periodista Flavia de la Fuente y no tienen hijos. Fue programador de computación, matemático, árbitro de fútbol y desde diciembre de 1991 es uno de los directores de la prestigiosa revista de crítica cinematográfica El Amante, que está por llegar al número 100. También escribe en el semanario Trespuntos y los viernes en la trasnoche presenta en Canal 7 el ciclo Cine para recordar. "Me da vergüenza reconocerlo, pero El
Andrés Di Tella
Fue periodista y crítico de cine, pero de esa etapa, desarrollada en sus mocedades, prefiere no hablar. Realizó doce cortometrajes en la Argentina, Estados Unidos y Londres. Dirigió dos largometrajes documentales: Prohibido, 1997, sobre la censura en los medios y en el arte durante la dictadura, y Montoneros, una historia, 1994.Tiene 41 años; está casado con la periodista Cecilia Szperling, tiene un hijo, Rocco, y desde hace unos años es el director artístico del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires.





