
REP: la utopía de un niño emperrado
Se dio el lujo, desde la revista Humor, de decidir quién iba al infierno o al paraíso. Hoy es una de las marcas distintivas del matutino Página/12, donde reivindica la libertad de no atarse a sus personajes. Se define como un rebelde tierno, enemigo del vértigo y las desigualdades de la globalización
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Entre los pájaros argentinos hay uno capaz de volar sobre un papel y dibujar con su pico la vida del país. Es de la especie imaginero y se llama Miguel Rep. Un trágico que hace reír sufriendo mientras picotea la medialuna del desayuno y la conciencia del día. Su edad: una infancia conservada en pasmosa actualidad. Su universo: una familia en respirador artificial, un bestiario posmo, bombitas molotov, postales micro, anchoas atacadas de erotismo, hologramas en perpetuo interrupto, un niño veterano, un revólver que dispara preguntas, y la especial, humanísima participación de la luna, de la que él parece tener la concesión. Profesión: cartógrafo. Vocación: tábano. Prontuario: provocador serial, oblicuo, desmesurado y tan distante de la comprensión del mundo como puede estarlo un bebe. Objetivo: la devolución del paraíso terrenal. Rep ojo de mosca. O de Polifemo, según le venga en ganas. Haciendo su revolución a lo jíbaro, con la mitad de su alegría y la mitad de su inocencia. Rep, firma de autor. Rep, el revolú.
–Rep, ¿unas siglas?
–No, un apócope. Mi apellido es Repiso, andaluz. De ahí vino el abuelo. Repiso, por la uva repisada. Viene de un vino berreta, barato, porque se repisa. El de mamá es árabe. Tanure, del Líbano.
–¿Siempre trabajaste en esta mesa?
–No. Mi mesa de trabajo más querida es la primera, la de Boedo, en donde llegamos a ser seis en una especie de inquilinato. Cuatro hermanos, yo el mayor y mis viejos correntinos. Esa mesa de dibujo era la máquina de coser de mi vieja; le bajabas la máquina y después la tapa. Mesa a mi escala de chico, en la que despunté un estilo inicial. Antes de eso, era una especie de collage adolescente, de tropezones. Yo era un tímido, una especie de tipo bucólico, que me leía mal a mi mismo, tanto que el primer libro que leí fue Hamlet, al que imaginé tímido y sólo más tarde lo descubrí como un tipo de acción. Un tímido que en realidad era un zafado, un atorrante que tenía una rebeldía dulce, es decir, una ternura. Más que rebelde yo era molesto. Y soy molesto. Me la paso provocando. Nunca alcanzo a ser absolutamente jodido ni incendiario ni molotov. Pero siempre necesito querer al que le estoy causando la herida. Y que me quiera. Lo que me saca, lo que me pone mal, son las repeticiones.
–Correntino por parte de padres, porteño por parte de Boedo, ¿eso cuaja?
–Allá me llevaban y acá vivía. La cosa barrial y la cosa del campo, ¿no? Las vacaciones eran siempre en un pueblito a orillas del Paraná. Y acá en Boedo, el barrio bien de adoquín, de transición. Estos dos paisajes me han marcado urbanísticamente en la cabeza una especie de tranquilidad. El olor a barrio y el componente de campo. Cuando en 1978 mis padres regresan a Corrientes yo me retobo y digo: “No quiero ir, quiero dibujar acá”. Tenía 16 años. Desde los 14, trabajaba en Editorial Record, que sacaba la Ultima Edad de Oro de la Historieta: Escorpio, Corto Maltés, El Eternauta y todo eso. Ahí fui diagramador, pero no publicaba. En marzo de 1976, justo, apareció mi primer dibujo, en una revista de Fabio Zerpa. Un chistecito, una cosa horrible. Aún no era yo. No era dueño ni de mi razón. Si ahora soy inocente, en ese momento lo era más. Era una hoja que se llevaba el viento y todos eran el viento. Mi despertar como persona y como dibujante es en 1980, en Humor, con una historieta llamada El Recepcionista de Arriba en la que yo juzgaba a la gente que se moría. Yo decidía si iban al purgatorio, al infierno o si se quedaban en el paraíso. Y así juzgué durante un año y medio a John Wayne, a Tita Merello, a John Lennon, a Nietzsche. Y descubrí un estilo.
–Tímido, pero ejerciendo de Dios. ¿A quién mandaste al paraíso?
–A Oski, a Lennon obviamente. Los tipos muy admirados por mí no se quedaban sólo porque el recepcionista de arriba, o sea yo, lo decidía. También decidían ellos. Eso sí, a los que detestaba o sobre los que tenía dudas, los mandaba al infierno. Por ejemplo, a Sabato. En ese entonces, estaba un poco impactado con la lectura de Sobre héroes y tumbas; me duró dos años esa fascinación por el falso mito de Sabato.
–¿Y cuándo das lugar al primer monstruito de tu propia imaginería?
–Cuando aparece un estilo, cuando sintetizo al máximo las búsquedas técnicas y gráficas: ensuciar, volver atrás, hacer medios tonos, cosas que no dominaba. Tenía 18 años. Y algo que no me abandonó más: una mirada piadosa, una mirada comprensiva. No me expreso bien y por eso soy dibujante, ¿no? Hay un don, una sed. En mi familia, no me dieron jamás una indicación sobre arte –eran negados absolutamente– ni de dibujo ni de nada. ¡No sé de dónde cuernos salí dibujante yo!
–¿Habrá sido de la inocencia?
–Es el niño, ¿no?, el animal niño. Ojalá no se pierda. Creo que, en ciertas estructuras como la de uno, eso ya no se pierde.
–Es de lamentar que no lo tenga más gente.
–Sí, es muy raro cómo reprimen al niño. La educación, la gente, la sociedad entera quiere reprimir al niño, cuando es tan placentero tenerlo. Si supieran que es una gran tabla de salvación. Eso se nota mucho en el dibujo, porque todos los chicos dibujan bien. Pero hay que ver cómo quedan después del filtro de la educación, de tu filtro de papá y de mamá, pidiéndole que dibuje como Billiken, que haga el Sarratea igual al del manual, y todas esas cosas. Esta sociedad le tiene miedo al niño, y sólo vuelve a él de una manera turística, viéndolo como adulto. La postura es: nos va durar poco el niño, así que miremos qué ángel tiene, qué lindo es lo que escribió, lo que dibujó... porque se terminará pronto. Más que terminarse, lo terminan. Y él ni se va a dar cuenta, que es lo peor. No digo que haya que ser inmaduro toda la vida, sino que hay que convivir con el niño toda la vida. Como hay que convivir con el viejo que uno lleva adentro. Hablo mucho con viejos. Me parece que son tan maravillosos como los niños. A mí no me gusta precisamente esta edad a la cual pertenezco y prefiero verme como un niño. A veces me dicen: “Qué grande que estás ya”, y yo digo: “Pero si soy un niño, ¿cómo voy a estar grande?" El almanaque te dice ya no sos un niño, los demás te dicen ya no sos un niño, pero uno sabe que lo es. Lo mejor de la vida son los dos extremos: lo viejo que va a ser uno y lo niño que ya ha sido.
–Vayamos a esa población que te habita, los personajes que viven en la contratapa de Página/12.
–En 1987, Lanata me convoca para Página/12 y creo una historieta en la que los niños imponen un candidato y meten un diputado, que es una chica de la villa que se llama Socorro. Ella, a su vez, trae a otro personaje que se llama Auxilio, y cuyo padre es este Gaspar, el revolú, que después se adueña de la tira sólo porque es una parodia de un lector medio de Página/12, el lector progre, típico, lleno de lugares comunes benedettianos y galeanos, que no soporto. Entonces con Gaspar estaba mi crítica. Pero Gaspar nunca me conformó. Un día aparece Lukas como compañero de escuela de Auxilio, con un amor medio difícil, pero de ella, no de él. El cree en durar. A él nadie lo llamó a este mundo, pero tampoco va hacer nada para irse. Simplemente va a durar y a ver el sinsentido de la vida. No creo que sea un personaje tan atípico. El tipo dura, está como en una cinta de aeropuerto donde te llevan. Eso es Lukas. El ciudadano del mundo de hoy, en la era del vacío, pero que la sabe. No todos pueden alcanzar a saberse Lukas. Lukas incluso podría ser un personaje absolutamente silencioso en el camino, pero lo que pasa es que vienen los demás y lo dibujan. Los demás son lo que vienen y le hablan y él tiene que contestar porque si no él no necesitaría ni hablar. De todas maneras, como yo soy un humorista y hago un personaje humorístico, tiene el condimento folklórico de ser dark. Me parece un personaje extrañísimo, indomable, ¿no?
–En tus dibujos, no hay personajes del rock. ¿Por qué?
–Es porque yo soy del rock. Tanto como los camellos del Coran, como diría Borges, por eso no hace falta ni que lo nombre. Pero detesto esta era del rock, es hora de que se muera: no es rock, es marketing. Ha hecho su gran aporte para que esta vida de hoy sea tan miserable, tan rápida, tan marchosa. La batería del rock tiene mucho que ver con la marcha militar, es decir, con que nos marchen. La gente que está con el walkman en el colectivo camina vampirizada por la marcha del baterista. El baterista le está marcando el ritmo. A mí, me gustan los Beatles. En casi todas la cosas, me gusta lo arcaico. Lo arcaico un poquito antes de ser clásico.
–En tu obra hay un capítulo desopilante y es Bellas artes, en donde revisitás las obras emblemáticas de la pintura, desde las cuevas de Altamira.
–Bellas artes lo hago porque a veces no entiendo esos cuadros o porque me producen un gran enigma y necesito penetrarlos para comprender cómo fueron hechos. Mi manera más inteligente de vivir es dibujando, comprendo las cosas cuando las dibujo. Aprendo cómo es el espacio de Las Meninas o el espacio del Guernica entrando en los cuadros, compartiendo con la gente: “Miren qué cuadro curioso o qué cuadro paradójico”. Tengo una gran curiosidad en general, sobre todo por la historia, porque los cuadros son la historia.
–Uno de tus más importantes personajes, Gaspar, vive yendo al diván sin alcanzar nunca a modificar nada. ¿Por qué fracasa Freud con Gaspar?
–Porque está en la cadena productiva, se siente un perdedor, no puede hacer nada y está lleno de miedos. Miedo al miedo y miedo al miedo al miedo. La vida se le pasa y él no llega a tomar ninguna decisión, ni siquiera dejar la terapia. Se regodea en rizar el rizo.
–¿Cuáles son las filias y las fobias de Miguel Rep?
–El placer ante el trabajo acabado. No gozo mientras lo hago sino antes y después, es decir, cuando se me ocurre la idea y digo: ésta es una buena idea. Pero es un mito que la labor es un placer. He estado noches trabajando duramente y sufría. Está el odio y el amor ahí. Lo que de verdad me da un gran placer es ese pibe Shakespeare, esa veta Hamlet. Y Borges me da mucho placer, mucho, terrible. Algunas historietas, autores como Oesterheld, leer cosas de Quino. Leer el diario, leer sobre historia y ensayos. La poesía no es lo mío. Y la música, claro. En cuanto a fobias, la televisión. Aunque me gusta ver un partido de fútbol o documentales de guerra y los de animales, que son mucho más humanos que los noticieros. Siempre que prendés, el macho está buscando cuidar y procrear, y se va un rato a cazar. Siempre es así. Le pasa a la comadreja, le pasa al león y al bichito de San Antonio.
–De tener que firmar tres decretos de necesidad y urgencia, ¿cuáles serían?
–Más me gustaría convocar a cierta gente que creo que es convocable para poder dictar leyes. Alguna gente a la cual le dijera me parece que hay esta cosa que hay que arreglar cuanto antes, y me parece que tiene que ver seguramente con eso que yo detesto que es el sentido común, pero que en política es necesario. En mi vida combato lo que sea sentido común en el lenguaje, en cómo hay que ser y todo eso. Sé que en política hace falta, pero yo realmente el sentido común lo detesto.
–¿Y por qué habría de servir el sentido común para lo colectivo y no para lo individual?
–Porque lo colectivo es una suma de lo individual y requiere algo en común. Creo en el anarquista de cada uno, pero también creo que los niños no deben entrar en la misma bolsa que los adultos. En conjunto estamos en plural y en soledad estamos en singular. El hambre y la desocupación requieren soluciones de sentido común; las aspiraciones individuales de la gente, no. Quiero que mejore el colectivo para que mejoremos todo, incluso para que mejore yo, porque yo nunca voy a ser feliz si el colectivo está infeliz. No tomaría medidas ingeniosas, sino básicas para que la gente esté mejor. Si tuviera que tomar una medida política sería resolver el hambre y la educación, esas cosas tan obvias. Pienso que deberíamos contar con un consejo de gente humanista, sensible, que dicte estas leyes, y no estos sátrapas que nos toca sufrir. Allí está: pediría un poder especial para expulsar a estos sátrapas.
–En el primer cuadro de una de tus tiras, se ve un escueto paisaje pampeano, un rancho de paja, un pequeño banco. Es como una radiografía de un Molina Campos. Un caballo pensativo al lado de un sauce, una paloma volando por allí, una sola nube, y en un globito el texto de la voz de alguien que no se ve: “Zoilo”. En el segundo cuadro, delante de este rancho pasan un pingüino, un camello y aparece el largo cuello de la jirafa. En el tercer cuadro, la misma voz, en el mismo paisaje del primer cuadro desolado, pero sin esos animales exóticos para la Pampa. Está cayendo nieve y la voz pregunta: “¿Por qué no salimos del rancho, Zoilo?”, y éste que le contesta: “Le tengo miedo a la globalización, mi china”, mientras escucha música de MTV. Esta es la globalización llevada al extremo máximo: un hombre de campo. Pero vos, urbano, ¿cómo la vivís?
–Como un hecho mercantil. No es de comunicación porque cada vez hay menos. Es de informática, de Internet, de información trucha, esa que deja colar el poder. Pero la globalización no es más que leyes de mercado, acá no hay igualdad de oportunidades, no vamos a ser iguales, no vamos a ser la canción Imagine. La rebeldía humana se va a refugiar en la región, en lo tribal. La globalización no es humanista, sino materialista. Es para que las bolsas trabajen al unísono, y que los ladrones de las bolsas roben al unísono. Con más oportunidades para robarse sin esperar que venga un barco, y para que el movimiento de dinero sea mucho más veloz, que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.
–La velocidad parecería no ser humana, ¿no?
–No, no es humana. Y el ritmo de la televisión es ése, el ritmo urbano es ése, y la vida pasa y uno no se sentó a saborear el Toblerone. Me parece que la vida es otra cosa más grata que hay que saborear de otra manera. No quiero una vida cocaínica como la de los que detentan el poder. En los pueblos no hay una sola computadora, el ritmo es sólo el de Tinelli o de El rayo, el ritmo rápido, y la gente sigue apaisanada, ¿no? Cuando escucho la palabra globalización, me llevo un mano al Pedro Páramo. Es decir, cuando escucho una palabra grande y hay que decir algo sobre eso, por ejemplo: globalización, institucionalización, identidad nacional, ser nacional, definición del humor, esas cosas grandes, yo no sé qué decir, son cosas tan grandes que prefiero hablar de cosas pequeñas, más dominables, más agarrables, como ir al quiosco y agarrar los Sugus, no el quiosco entero.
–Estaba esa obligación de mantener viva, día a día, una familia argentina de clase media en crisis. Esa familia y Rep entraron en colisión. Hubo un colapso, Rep abandona a la familia y opta por lo no serial, por algo distinto cada mañana. ¿Qué pasó?
–Profesionalmente, quiero libertad y los personajes te la quitan. Un personaje no puede hablar de otra manera de la que habla, yo les presentaba una situación y me la podían resolver según sus personalidades, pero mi mundo, mi cabeza, necesitaban soluciones distintas, delirantes, históricas, futuristas, aéreas. Los personajes conforman un habla o pequeñas miraditas y dibujos ya cerrados, casi. Ellos eran como una familia con el lector, como toda familia me apresaba a mí. Me los quité de encima y vuelvo a ellos cuando tengo un tema que les va, que es lo que hago ahora, que cuando tengo algo para Gaspar se lo doy. La historieta no tiene dueño y la gente no tiene por qué encontrarse con ellos, ¿no?, como pueden hacerlo con Matías o con Clemente.
–¿Quién es ese personaje tan raro, el Caramonchón?
–Una metáfora familiar. Creo que toda familia tiene su Caramonchón, su caníbal, su monstruo. Cuando era pibe, mi abuelo andaluz me asustaba diciendo que había un tío Caramonchón en el estanque y que si yo mentía, saldría del pozo. Yo iba al estanque y nunca salió, pero apareció una vez en mi trabajo. Cuando se murió mi abuelo, le hice ese homenaje en la revista Fierro. Me salió algo muy retorcido, de canibalismo, con ese monstruo que se comía a los familiares anteriores y a la mujer. Luego empezó a ser un personaje más humorístico, es decir, aquel al cual uno le pide un deseo, por ejemplo: “Comete a Astiz”, y si es un deseo profundo del tipo que se lo pide, él lo hace.
–Sublimó el monstruo familiar infantil en un valor social, en un justiciero.
–Claro, es el administrador de justicia. Me salió eso, y veía que la gente me pedía que se comiera a tal o tal. La ventaja del personaje es la de ser simple, casi como un huevo frito. Su desventaja, que no podré dibujarlo toda mi vida por esa misma simpleza.
–En esa fauna propia hay también lo opuesto a lo ya consagrado en historietas. Algo tan impensable como una pareja entre una anchoíta y el holograma. ¿Cómo surgió esa situación?
–El amor imposible. Con el holograma y la anchoa hablo de la incomunicación de la pareja, del absurdo de tratar de que dos se junten en este mundo donde ni cada cual se junta consigo mismo.Uno no es más que la suma de un holograma y una anchoíta. Ella, algo corpóreo y absurdo. Y el holograma, algo de ahora. Para mí, el varón en esta sociedad es menos concreto que la mujer, más ambiguo. De vivir en el año 1600, habría puesto un fantasma. El holograma es un fantasma de hoy, un fantasma tecnológico.
–¿Hay personajes con privilegios?
–Por épocas. Ultimamente es Lukas. Aparte, sus lectores son el público que más me gusta escuchar. Es muy extraño el público que apela a Lukas. Mis personajes no son logotipos tan fuertes, les doy algo de levedad. Donde la gente me sorprende más es con Postales. Algunos colegas me acusan de desperdiciar ideas. Quino me dice: “¿Cómo podés hacer una idea distinta todos lo días? Es un abuso”. Pero para qué alargar el chicle. La medida es ésa, ascética. En esa sequedad, en esa cosa tan chiquita, se potencia más toda la fuerza. Es una ojiva y chau. ¿O una explosión debe dudar años y años?
Gente bastante inquieta, es un libro de Esteban Peicovich de próxima aparición que edita Simurg. Conversaciones, entre otros, con Robert Graves, Antonio Gala, Juan Perón, Jorge Luis Borges... y Miguel Rep, del que damos un anticipo.






