Ocurrió la noche del 31 de diciembre. Asustada por la pirotecnia, corrió a refugiarse donde sintió que podía estar segura. Y ese lugar lo encontró en una casa familiar en la provincia de Santa Fe. La vieron Berni y Thiago, los hijos de Natalia Galimberti debajo de la cama de sus padres. "Estaba tan lastimada y sin pelo que los chicos se asustaron y fueron a buscarme. Pero, para cuando llegué, la perrita ya no estaba".
Por lo poco que había llegado a ver, Natalia supo enseguida que ese animal necesitaba ayuda. Y mucha. Pasó todo el 1 de enero buscándola. Tenía que estar cerca. Y finalmente, cuando estaba a punto de bajar los brazos, la vio. Escondida entre las plantas del jardín, temblaba de miedo. "Cuando quise agarrarla salió corriendo y tuve que hacer una recorrida por el barrio hasta dar con ella. Se había refugiado debajo de un banco, estaba llena de sangre y además tan asustada que mordía. Pero la conexión con ella fue inmediata, apenas logré apoyarla contra mi cuerpo tuve esa sensación de que nos pertenecíamos... o por lo menos yo a ella".
Ese 1 de enero había sido especial en todo sentido. Como practicante de yoga y de la filosofía que propone la disciplina, esa mañana había despertado con un propósito: comprender profundamente el significado de la afirmación nada significa nada. "Nuestra creencia de que entendemos nos cierra la mente a una comprensión más elevada. Necesitamos volvernos como niños pequeños, que se dan cuenta de que no saben, y le preguntan a alguien que sabe. De eso se trata la frase nada significa nada. Hay cosas que llegan a nosotros para transformarnos o transformar algo y creo que eso fue lo que pasó con Lila. Así la llamé desde el día en que la vi. Estoy segura de que Lila es un ejemplo de esa gran lección".
Y efectivamente Lila tenía mucho por enseñarle a Natalia. Después de llevarla al médico y saber que, además de otitis, tenía una infección generalizada, que estaba deshidratada y que había sufrido quemaduras, Natalia hizo carteles para difundir por la calle y en las redes sociales que la había encontrado. Pasaron tres días completos en los que la perrita no comió ni tomo nada. "Hasta que una familia muy humilde la reclamó. Cuando fuimos a llevarla a su hogar comprendimos que Lila tendría una vida muy triste. Estaba enferma, sin posibilidades de poder tomar sus remedios, desnutrida y muy maltratada por personas que no tenían los recursos para cuidarla como correspondía".
Una estrella en la oscuridad
Lo pensó muchas veces mientras permanecía parada en la puerta de la humilde casa y buscaba mentalmente alternativas viables para poder ayudar a la perrita. "Después de charlar un rato pudimos conseguir que esa familia nos permitiera una tenencia compartida: nosotros la traíamos para darle de comer y administrarle los remedios y después se la teníamos que devolver. Me angustié mucho y recé. Todas las noches prendía una velita y hablaba con ella convencida de que me escuchaba: nada significa nada me decía, y volvía a buscarla al otro día más entusiasmada y más convencida de que este amor triunfaría. Hasta que, finalmente, a las dos semanas de ir y venir la dueña de Estrellita -así la llamaba su familia anterior- extendió los brazos y me dijo: llévela y ya no la traiga, se nota que usted la quiere en serio".
Natalia calcula que Lila tiene unos 10 años. Y confiesa que es un pequeño ser que la ayudó muchísimo en su crecimiento espiritual. "Mi corazón se ha vuelto más expansivo y mi sonrisa más grande. Lila transforma a cualquiera que se acerque a ella. Nada significa nada, te aman independientemente de cómo te sientas, independientemente de cómo fluya tu estado de ánimo. Con ellos podés simplemente estar y estar sin máscaras, reír y llorar y desnudarte. Su nivel de humildad es tan grande que no hay fachada que se te resista, sacan de vos más de lo que imaginabas, tener un perro en tu vida es una bendición. Tener una Lila además es un honor".
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