Salidores vs. precavidos: la división que marca la cuarentena
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El fin de semana pasado, después de 60 días, Isabella, de 9 años, pisó la vereda por primera vez. "¡Al fin aire!", gritaba mientras saltaba y corría de un lado para el otro, ante la atenta mirada de su mamá, Marcela Curi. "Estuve a punto de no sacarla. A ella le encanta estar en casa, no es que pedía calle, pero escuchó en un noticiero que se podía salir un rato y quiso. Si era por mí, no bajaba, pero no me quedó otra. Esperamos a que se fuera un poco el sol, que haya menos gente, y bajamos con guantes y barbijos. Mi perro tampoco salía desde hacía 60 días. No quería lavarle las patas con un cepillo cada vez que volvía de pasearlo. Y además realmente yo trato de salir lo menos posible, intento comprar todo por Internet. Dentro de poco voy a ser 100% on line", bromea Marcela, dueña de Ble Insurance, una empresa que comercializa todo tipo de seguros.
En cambio, Silvana Suárez, directora de arte en la consultora KRB Group, está feliz con la posibilidad de salir un poco más. Vive a tres cuadras de Corrientes y Libertador, en Olivos, donde adoptó el ritual de buscarse todas las tardes su café preferido y, de paso, aprovecha para cambiar un poco el aire. Además, todas las mañanas, a eso de las 10, sale a caminar por el barrio, en una calle cortada, donde casi no pasa gente. "Disfruté mucho la cuarentena las primeras dos o tres semanas. Como me dedico a desarrollar eventos y me relaciono todo el tiempo con gente, me dedique a mí, hice un detox, una reconexión interior. Pero pasado un tiempo dije ‘necesito ir a mi cafè’. Parte de mi rutina laboral es ir a cafés, ahí trabajo, necesito movimiento, ver caras nuevas. Por eso, todas las tardes, a eso de las 18, voy hasta Malagrino, y me llevo mi shot de café con leche de almendras. Es mi rutina Covid-19. Lo necesito. Mi take away es mi momento del día", dice Silvana sin dudar.
Salir o no salir, esa es la cuestión. Después de 60 días, tras una cierta flexibilización que todavía está en evaluación, es posible observar una clara división entre los que aprovechan cualquier excusa para salir porque sostienen que lo necesitan, y los que, por el contrario, buscan hacerlo lo menos posible, teniendo en cuenta sobre todo que por estos días se están dando las mayores tasas de contagios. Incluso, esta división se vislumbra dentro de las familias: mientras que algunos se desesperan por ir a hacer algún mandado o sacar a pasear al perro varias veces por día, otros sienten temor ante la sola idea de abandonar la casa. Y miran al que sale con desconfianza.
En el medio, hay razones válidas de uno y otro lado: mientras algunos dicen priorizar su bienestar emocional para explicar sus salidas frecuentes para cuestiones que no son ciento por ciento imprescindibles, otros se inclinan por poner por encima de todo la salud física del núcleo familiar y la pública y no salen ni siquiera a hacer las compras. La omnipotencia de algunos de creer que nada va a pasarles contrasta con la idea persecutoria de los otros que creen que podría pasarles cualquier cosa.
Beatriz Goldberg, psicóloga y escritora, ya observa fisuras dentro de la estructura familiar. "La sociedad está muy dividida entre los que tratan de salir lo más que pueden y los que tienen pánico de hacerlo. Son dos posturas que responden a necesidades muy diferentes. Está el que quiere salir y tener cierta normalidad en su vida, negando incluso los riesgos porque se siente omnipotente y cree que no le va a pasar nada, y los que no quieren salir ni para ir al supermercado y piden todo por delivery porque están convencidos de que pueden enfermarse si salen de su casa. Esto genera roces, peleas, desencuentros. Es una situación delicada que activa un montón de temores de unos y otros", sostiene la especialista.
¿Tan diferentes?
Aunque en principio parecen dos posturas contrapuestas, según el psiquiatra y psicoanalista Pedro Horvat, ambas tienen un elemento en común: el miedo. "En el temor siempre hay algo que tiene que ver con lo real: sabemos que el virus está y que por ahora no hay tratamiento ni vacuna. Es hasta inevitable ponerse un poco paranoico e hipocondriaco en este contexto. Muchos entonces se preguntan si hay que salir o no. En apariencia, parece la discusión de dos epidemiólogos que exponen toda clase de argumentos a favor de una postura y de la otra –plantea-. Pero en realidad es la discusión de dos personas asustadas por dos motivos muy distintos", sostiene el especialista.
Horvat amplía: "Mientras que el primero dice que la cuarentena le desarma el equilibrio emocional y si no sale tiene temor a desestructurarse, el otro teme que el virus esté en el señor que lo atiende en el supermercado, en el vuelto que le dan o en cualquier otra parte. El primero se sostiene psíquicamente con el mundo exterior y la ansiedad que le genera estar en casa es más fuerte que el miedo al contagio. En cambio, para los otros, la cuarentena les es funcional ante el desafío de enfrentar el mundo real. Tienen una ‘licencia’ o una pausa que les permite oportunamente apartarse del afuera y quedarse en el nido protector, que es su casa. Es una reacción regresiva porque al estar protegidos adentro nos volvemos un poco niños".
En definitiva, lo que aquí se expone son dos síndromes: el de la cabaña, que se refiere a la dificultad que experimentan algunas personas para salir a la calle después de un aislamiento prolongado como el que estamos viviendo por miedo a lo que pueda pasar, y el de superhéroe, que hace alusión a lo contrario: pensar que saliendo no va a pasar nada y en muchos casos este pensamiento lleva a correr riesgos innecesarios. "El miedo nos identifica a todos como seres humanos. Uno la niega y el otro la aumenta. Lo niega porque lo desequilibra. Lo magnifica para no enfrentarlo. Se debe mirar con prudencia las decisiones de ambos", sostiene Horvat.
Sin embargo, para Juan Pinetta Yankovic, coordinador del departamento de psicoanálisis y Sociedad de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) hay que mirar con mayor atención una que otra. "Casi nadie soporta el encierro demasiado tiempo y por eso mismo la cuarentena iba a caer por su propio peso –considera-. Pero parece haber un cambio desde el miedo a la precaución y el cuidado a cierta sensación de omnipotencia de que nada malo pasará o de que ya pasó todo y no va a pasar nada. Se ve gente que hace colas a cincuenta centímetros, los subtes se van llenando y aglomerando pese a haber espacio para sostener las distancias de prevención, se observan adultos sin barbijos circulando por las calles, lo que indica que se van aflojando los cuidado hasta el punto de desaparecer. Y este es el momento donde más cuidado debe lograrse, ya que los contagios no cesan", enfatiza.
Goldberg, en cambio, advierte por las posibles depresiones que puede traer el férreo encierro. "Es cierto que hay gente omnipotente que sale porque piensa que no va a pasarle nada. Pero también hay que tener en cuenta que encerrarse genera depresiones, y las depresiones bajan las defensas. Muchos terminan enfermándose de otras cosas, y como no quieren salir para no contagiarse, evitan ir al médico y el problema crece. Es muy fuerte en los adultos mayores el mote de ‘grupo de riesgo’. Les pegó tanto que muchos no quieren salir y se aíslan completamente, lo que tampoco es bueno", opina la especialista.
Prevenir, cuidar
Marcela Curi asegura que no está paranoica pero sí se cuida mucho si tiene que salir. "Es un virus que no está en el aire, el contagio es por contacto por eso si se toman los recaudos necesarios es difícil contagiarse. Antes de que empezara esto yo ya había empezado con la prevención, con una canasta para poner los zapatos antes de entrar a casa. Estudié unos años microbiología de alimentos en la UADE y visualicé lo que se venía. Cuando manejás más información, más miedo te da. Pero también podés actuar más rápido –asegura-. Yo amo salir, pero me fui preparando psicológicamente para un aislamiento largo desde antes. Cuando todos estaban desesperados buscando alcohol en gel, yo ya tenía cinco frascos en casa", cuenta.
Marcela reconoce que al principio su familia la tildaba de loca, pero después vieron que todo lo que decía se cumplía. "Isabella dejó de ir al colegio desde antes de que se suspendieran las clases, tenía miedo porque en su escuela viajan mucho. Estaba preocupada y dejé de mandarla. Por suerte mi pareja no sale a trabajar, está en casa todo el día con reuniones laborales", dice y no sabe qué hará cuando se retomen las clases, si es que lo hacen. "Yo no creo que vuelvan este año. Es difícil confiar en los recaudos de otros, la verdad no sé qué haría", duda Marcela, que lo que más lamenta es que Isabella no pueda ver a sus abuelos Lidia y Miguel, a los que extraña mucho. "Al menos se entretiene con Tik Tok. En cuarentena empezó a crear un personaje @glovibebe178 y ya tiene más de 12 mil seguidores".

Carolina Lera, que trabaja en Checkars, una concesionaria de autos, sigue trabajando desde su casa a pesar de que ya puede hacerlo desde la oficina. "Hay gente que va, pero como somos una concesionaria on line que compramos autos de 2012 en adelante, con menos de 100.000 kilómetros, los arreglamos y los vendemos a través de la página, mucho del trabajo se puede hacer desde casa. De hecho, empezamos a trabajar remoto desde antes de que se decretara la cuarentena", cuenta Carolina, que trabaja en el equipo de marketing, branding y comunicación. Aunque sus jefes y algunos compañeros están yendo, ella prefirió no salir de su casa. "Podría ir, pero preferí quedarme porque vengo trabajando bien desde acá y considero que es exponerse sin sentido", criterio que también aplica a su vida personal.
"Intento salir lo menos posible. Antes de la cuarentena salía mucho. Pero ahora no siento la necesidad. Vivo con mi novio, hacemos una compra mensual y salimos puntualmente para comprar algo que falta. Igual no estoy paranoica. Tengo amigas que sí lo están y no salen para nada", cuanta Carolina, que duda que vuelva a ir todos los días a la oficina, que está en San Isidro, 9 horas. "Sería no haber aprovechado el aprendizaje", asegura Carolina.
Lorena Palacios, que vive en un edificio en Villa Crespo, asegura que evitó salir el fin de semana pasado a pesar de que estaban autorizadas breves salidas recreativas. "Con mi pareja, Cristian Iglesias, que es instructor de golf, no tenemos hijos así que estamos mucho en casa, salimos a hacer las compras y nada más. Tengo el Parque Centenario a tres cuadras, pero el fin de semana iba a estar lleno de gente y lo que hay que evitar son las aglomeraciones, por eso nos quedamos. Salir por salir, si no tengo un para qué, no me convence. Prefiero quedarme en casa. Y también pasa que cuando pasas tanto tiempo adentro, después cuesta más salir", reconoce Lorena, que trabaja en marketing y organiza eventos en clubes de golf y polo. Durante el encierro, empezó, junto a su novio, a dar clases y tips de golf en las redes desde su terraza que se llama #GolfenCasa. También tienen un segmento en una radio, FM Babel.
"Extraño mucho estar al aire libre pero tengo una terraza y la disfruto mucho. Nuestras ‘salidas’ son ahí. Hacemos entrenamientos de golf y gimnasia y también cenas tipo restó in house a la luz de las velas. Es un momento para los dos. Cocinamos nosotros, no pedimos. Preparar platos nuevos es otro de los placeres en los que incursionamos en cuarentena", sostiene Lorena.

Sin embargo, hay quienes como Silvana no se resignan a quedarse en casa. "Tener un poco de oxígeno, caminar, respirar, ver los árboles para mi es necesario. Mi paseo matutino y mi take away de la tarde, me conectan con mi rutina anterior. La cuarentena es como estar en una cárcel linda, pero el encierro genera secuelas emocionales. Yo soy del contacto, del hablar, de abrazar y mirar a los ojos a la gente. Me cuesta mantener la distancia y ponerme el barbijo. Lo hago por respeto al otro. Tengo claro que hoy tocar a alguien es no cuidar, cuando hace tres meses era todo lo contrario. Yo me nutro de lo vincular, todo esto del distanciamiento y el aislamiento me cuesta", reconoce Silvana, mientras acaricia a su gato Arturo, su única compañía en cuarentena.
"En estas situaciones aparecen todas nuestras debilidades –sostiene Horvat-. Un día todo esto se va a terminar, algunos saldrán mejor y otros peor parados psíquicamente de todo esto. Mientras tanto, por ahora, lo que tenemos es la capacidad de tomar nuestras propias decisiones. Lo que debemos saber es que todas ellas tienen un costo, y pocas veces, como en este caso, lo vemos tan claro".
Producción: Marysol Antón
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