Año 2016. Otra dimensión, otra vida. Ella, mexicana; él, argentino. Tal vez, Juan Pablo debería haber intuido que ahí yacía el primer impedimento. Pero el amor no conoce de fronteras, distancias ni diferencias culturales. No se elige, ¿o sí? Se siente. Y hacia allá fue él, hacia lo que le dictaba su corazón.
Una mujer inalcanzable
Se conocieron gracias al trabajo, ambos productores de televisión. Partieron desde sus respectivos países rumbo a Bogotá, para producir un programa destinado a toda América Latina. "Nuestra jefa en común nos presentó dejando entrever que ambos estábamos solteros", recuerda Juan pensativo.
A primera vista le gustó, aun a pesar de que le advirtieran que era una mujer que estaba fuera de su alcance: "Ella no sale con pibes como vos", le dijo un productor marcando la primera señal a la que él hizo caso omiso. "Su último novio era modelo y el anterior, hijo de un importante político". Pero a Juan Pablo no le importó demasiado, todo lo contrario, quizás por capricho o por resultarle un tentador desafío, se dijo a sí mismo que la iba a conquistar: "La invité a cenar y esa noche, sin preguntarle, le di nuestro primer beso".
Ante su avance, la mexicana lo miró riendo y le dijo: "Cómo se nota que sos argentino, el hombre mexicano no procede de esta manera y mucho menos da un beso en la primera cita". Así comenzaron su relación.
El regreso y una propuesta
Pocos días pasaron y la primera noche, después de estar juntos, ella abandonó su hotel y se fue a vivir al departamento que le habían alquilado a Juan Pablo. Atrás quedó su capricho y se enamoró de ella. Fueron momentos imborrables, sublimes para sus recuerdos.
Sin embargo, lo inevitable aguardaba: el regreso.
Invadido por la magia, una semana antes de terminar la grabación le propuso venir diez días a Buenos Aires: "Pero jamás se me pasó por la cabeza pagarle el pasaje, algo que más adelante comprendí que tenía importancia".
Un jueves santo aquella mujer que le quitaba el sueño aterrizó en Ezeiza y allí estuvo Juan Pablo para recibirla. "Ese domingo no solo era Pascua, sino que mi primera sobrina había nacido hacía tres meses, con lo cual no quería perderme la reunión familiar", cuenta el argentino. "Fue así que le blanqueé mi relación internacional a mi familia y fui a almorzar con ella a la casa de mis viejos, con mis hermanos, sobrina, todos", ríe.
Condiciones inesperadas
Pasaron la semana recorriendo Buenos Aires, fueron a Mar de las Pampas y al cumpleaños de un amigo tal como si fueran novios. Los días soleados en todo sentido contrastaron con el primer nubarrón de aquel idilio:
"Me empezó a dejar en claro cómo serían las cosas si esta relación avanzaba", revela Juan. "Y cuando digo avanzar, hablo de casamiento y de tener hijos. Me aclaró, asimismo, que ella no iba a trabajar más si nos casábamos y que tenía que garantizarle un estatus de vida similar al que tenían sus amigas en México. Ellas estaban en matrimonios con gente de dinero, empresarios, políticos e incluso una de ellas se casó con un jeque y se fue a vivir a Dubái. Me dijo que lo pensara, pero que las cosas eran así. También me confesó que tuvo que mentirles a sus amigas y, sobre todo, a su mamá para venir a Buenos Aires diciéndoles que venía a trabajar, ya que no estaba bien visto que venga a ver a un hombre que había conocido hacía tan solo un mes y que encima ella se haya pagado el pasaje".
Juan Pablo quedó aturdido por las condiciones que había escuchado y, aun así, aquella semana juntos logró que se enamorara cada vez más. Ya no había vuelta atrás. Al irse le prometió que iría a visitarla a Ciudad de México. "Le dije que lo haría después de unas vacaciones que tenía programadas con anterioridad en Nueva York. Más adelante un mexicano me hizo saber que un hombre de su país, en la misma situación, la hubiese invitado directamente a Estados Unidos".
Jugarse por amor
Luego de la semana juntos en México, una en donde Juan Pablo tuvo que esconderse para que la administradora del edificio no se enterara de que ella estaba viviendo con un hombre (le dijo que estaba mal visto), él retornó a Buenos Aires y ella tuvo que volverse a Bogotá a trabajar.
Siguieron hablando cada día por Skype hasta que, en una de aquellas videollamadas la mexicana le dijo que ya no quería continuar con la relación a distancia: "Recuerdo que era un lunes. Mi reacción fue instantánea y desesperada: ¡El viernes me tomo un avión para verte!, le dije. Ella me replicaba que no quería que fuera y que, si lo hacía, no quería que duerma con ella en la misma habitación".
Ese lunes Juan Pablo entró en la oficina de su jefe y le anunció que se iba a Bogotá. Compró un pasaje y reservó una habitación en el mismo hotel en el cual se alojaba su adorada mexicana. En su entorno emergió una lista de personas que le imploraban que no fuera, y otros, que lo alentaron a que se jugara por amor.
El pasaje lo pago yo
Antes de partir, y aun a pesar de que ella le había pedido que no vaya, él le envió una invitación por mail para cenar juntos en Bogotá: "Aún la tengo guardada". Y así aconteció. Aquel día salieron a comer y en la velada él le entregó un anillo, que no era de compromiso, pero sí una decisión tomada: le dijo que quería que vivieran juntos, ya sea en México o en Argentina. Ella rompió en llanto: "Me dijo que yo la enamoraba por no seguir con todo lo que la sociedad mexicana le imponía, pero que le generaba una contradicción respecto a sus mandatos y que no sabía si iba a poder superarla".
Esa noche durmieron juntos y el lunes, luego de tres días en Colombia, Juan Pablo regresó a Buenos Aires, pero no sin antes dejarle una carta manuscrita dentro de la caja fuerte de la habitación de su hotel: "Si querés venir a Buenos Aires cuando termines de trabajar, te espero. El pasaje lo pago yo", decía.
La mexicana encontró la nota y aceptó la nueva invitación. Fue una semana inolvidable en la Buenos Aires querida, donde acordaron que ella iba a volver a acomodar su vida en México, devolver su departamento y venirse a vivir a la Argentina con él.
"Pero el día que la despedí en Ezeiza sentí que era la última vez que la vería. Y no me equivoqué. En una de las primeras videollamadas desde México me dejo saber que no vendría. Por supuesto intenté que entendiera que para mí era más importante lo que sentíamos, que aquella imposición social de estar en pareja con alguien que le diera una vida asegurada. Pero ya era historia terminada. Nunca más la vi, ni hablé con ella".
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