Sueño, vigilia y cansancio: las huellas que deja el insomnio en nuestro organismo
El escritor español David Jiménez Torres profundizó sobre el tema en una entrevista en la que hizo hincapié sobre su libro El mal dormir
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¿Cuántas horas fueron anoche? ¿Cuatro, cinco? ¿Alcanzarían, por fortuna, a ser seis? El mal durmiente suele despertarse y casi de inmediato trata de hacer ese cálculo. Cuántas horas logró dormir la noche anterior para poder al menos imaginar cómo llegará a ser el día que comienza.
Es un tema que por lo general se lleva en silencio, muchas veces con resignación. Unos cuantos cafés mañaneros permiten con frecuencia acomodarse a la rutina. Sin embargo, es algo que día a día, noche a noche, deja huellas en el organismo. El escritor español David Jiménez Torres —autor de novelas, de ensayos, columnista en periódicos de su país— es insomne desde niño, aunque solo hasta hace muy poco tiempo se sentó a leer y escribir sobre el tema.
¿Cómo era posible que, siendo algo que lo venía acompañando desde su infancia, no hubiera dejado una sola línea al respecto? Así que comenzó a investigar en profundidad y escribió El mal dormir, que terminó por ganar el Premio de No Ficción entregada por la editorial española Libros del Asteroide.
Es, como dice su subtítulo, un ensayo sobre el sueño, la vigilia y el cansancio. Un recorrido por el mal dormir desde un punto de vista histórico, científico, literario, personal. En sus páginas se cruzan datos precisos de investigaciones médicas —que muestran las graves consecuencias que el dormir mal tiene para la salud— con experiencias personales, no solo del propio autor, sino de algunos insomnes ilustres. Porque este tema está lleno de nombres reconocidos que lo han padecido. Sobre todo escritores. Entre ellos Jorge Luis Borges, Sylvia Plath, Ernest Hemingway, Franz Kafka, Sigmund Freud o Gustave Flaubert.
¿Tiene el mal dormir alguna relación con la genialidad? ¿Existe alguna razón genética para padecerlo? ¿Las exigencias laborales de la sociedad moderna están creando más personas insomnes? ¿La ciencia se ha ocupado muy tarde del tema? ¿Las soluciones que ofrece el mercado ayudan realmente o son puro negocio? Muchas preguntas rondan el mal dormir, y que David Jiménez se planteó e investigó.
—Al contenido de los sueños se le ha dado mucha atención, mientras que el sueño, el acto de dormir, ha estado en segundo plano. ¿Por qué?
El ser humano ha estado fascinado siempre por su vida onírica. Desde la antigüedad hasta Freud. Y tiene sentido: esta especie de visiones que te visitan por la noche, ¿qué significado pueden tener? Ese enorme atractivo de los sueños ha opacado al hermano pobre, que es el sueño. Más allá de una contabilidad básica, del tipo “anoche dormí X horas, mañana dormiré más”, no parece que se preste a una indagación más profunda.
En el libro he querido remar contra esa percepción, demostrar que sí hay mucho que decir y que, si lo pensamos bien, el sueño tiene una consecuencia mayor sobre nuestra vida. Incluso si tienes sueños terribles, que te atormenten, no marcan tu salud, ni tu desempeño en el trabajo, ni tu expectativa de vida, ni cualquiera de las cosas muy tangibles que sí están determinadas por el dormir bien o el dormir mal.
—Esto de la contabilidad básica, de hacer la suma de cuántas horas se durmió la noche anterior, parece una obsesión del insomne, ¿no?
Sí, y es una obsesión totalmente inútil. Qué más te da saber si anoche dormiste cuatro o cinco horas. La cuestión es si te sientes cansado o no. Los mal durmientes desarrollamos una serie de neuras, de tics, de comportamientos irracionales. Aunque somos conscientes de que el sueño es un proceso biológico que se rige por reglas establecidas, nuestra relación con él sigue siendo muy supersticiosa. Porque nunca terminamos de comprender la razón por la que nos hace falta.
No entendemos por qué la persona que tenemos al lado se puede dormir perfectamente mientras nosotros damos vueltas. Entonces nos comportamos un poco como sociedades preindustriales: por qué me ha tocado esta catástrofe natural, por qué vino mal la cosecha. El mal durmiente piensa que tiene que haber algún agravio contra un poder divino. Y eso genera una serie de rituales para intentar lidiar con lo que no controla.
—Hay muchas formas de hacerle frente al mal dormir. Algunos lo toman casi con resignación, otros, como usted, lo analizan en detalle. ¿Existe un camino mejor que otro?
Estoy convencido de que no hay una manera correcta o incorrecta de relacionarse con el mal dormir. Uno de los problemas de la última década es que se ha establecido un discurso muy normativo acerca del sueño. El mal durmiente se atormenta al sentir que está lidiando de forma errada con su problema. Pero eso depende del temperamento de cada uno.
Algunos adoptarán una actitud más estoica, porque esa es su naturaleza, y habrá gente más obsesiva que desarrollará una respuesta acorde a su carácter. Se trata de que cada uno encuentre cierta paz en su manera de llevarlo. Me encantaría tener estoicismo, pero esa no es mi personalidad. Si lo fuera, no habría hecho este libro. Mi camino ha sido escribir sobre ello. Y resultó muy terapéutico.
—¿Terapéutico hasta el punto de de que ahora duerme mejor?
Sigo durmiendo igual de mal, pero estoy más reconciliado con mi manera de hacerlo. La escritura te permite encontrar palabras con las cuales reconocer tus propias experiencias. Ha sido muy útil y animaría a esto a las personas con problemas con el sueño. Porque la mayoría de mal durmientes no habla del tema. Entonces se convierte en un padecimiento invisible, mudo, que comparten con muy poca gente. Eso redunda en la sensación de soledad que atormenta al que duerme mal. Compartirlo con la gente que ha leído el libro ha sido para mí una forma de salir del castillo de mi propio insomnio.
—Un padecimiento mudo que además se lleva con algo de culpa. El insomne ve al resto de la gente engranada en su rutina mientras él va arrastrándose por cuenta de algo que no ha elegido padecer…
Esto tiene que ver con la relación supersticiosa con el sueño, incluso con ciertos esquemas religiosos. Si no puedes recibir y disfrutar de esta especie de don que te viene de fuera —porque sentimos que el sueño, más que venirnos de adentro, es algo que te visita—, es porque debes de haber hecho algo mal.
Tenemos interiorizada la idea de que el mal durmiente es culpable de algo. De no poder disciplinar su pensamiento, no poder relajarse, no poder seguir los ritmos naturales de la sociedad. Hay una idea, incluso, de inmadurez: no eres adulto del todo si no puedes dormirte a la hora que se supone que debes hacerlo. Sobre todo porque una de las cosas que reconocemos como constitutivas de la vida adulta es adaptarse a los horarios de trabajo. Todo eso pesa sobre nuestra manera de percibir el día.
—¿Hay cierto romanticismo, también, al hablar de este tema? Del pasar la noche en vela, sobre todo en el universo de los artistas.
Existe la creencia de asociar la falta de sueño con la genialidad. La idea de que, mientras toda la ciudad está dormida, hay una luz en una ventana y tras esa ventana hay un genio creador trabajando. Alguien tan entregado a la fuerza de su inspiración que no tiene tiempo para dormir. Es un mito. Si te metes en internet, ves que hay centenares de artículos sobre escritores y creadores insomnes a lo largo de la historia. Lo que pasa es que nadie se ha puesto a escribir sobre los que dormían bien.
Si lo hiciéramos, tal vez descubriríamos que son más. En lugar de entender el mal dormir como explicación de la genialidad, hay que verlo al contrario: eran geniales y tuvieron grandes obras pese a dormir poco. Ya es impresionante que alguien consiguiese escribir Lolita, un libro de una complejidad estilística y psicológica muy notable. Pero descubrir que su autor fue capaz de hacerlo durmiendo solo dos horas por noche, como es el caso de Nabokov, es más impresionante. Es una razón más para admirar a estos escritores. Lo mismo con Kafka, otro mal durmiente casi olímpico.
—Además, porque existe una conexión clave entre sueño y lenguaje… ¿Dormir es importante para la creación?
Dos de las funciones del sueño, según los expertos, son muy útiles para el escritor. La primera es la memoria. Gracias al sueño recordamos. El sueño nos ayuda a convertir las memorias fugaces en duraderas. Y la segunda es la creatividad, que nuestra mente sea capaz de reconstruir los ciclos de pensamiento creativos. Esa sensación, incluso, de poder despertarte con un ¡eureka! Es algo que te facilitaría el sueño.
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