Sus padres compraron un cuadro, antes que una heladera, una actitud que marcó su vida: “El arte te mejora la vida”
Su vida giró alrededor de un cuadro, entre San Juan y Buenos Aires; un mal momento de su madre y la pandemia, la inspiraron a transmitir la importancia del arte y recopilar testimonios que la transformaron intelectual y emocionalmente.
Raquel y Hugo Ivanier, oriundos de San Juan, habían decidido regresar a sus raíces para brindarle a su familia un pasar tranquilo, cerca de sus parientes. Lo primero que hicieron al ingresar a su nuevo hogar sanjuanino fue colgar una obra de arte de Luis Suárez Jofré -un reconocido artista de su ciudad- que habían adquirido al casarse. Nada más hubo en un comienzo en aquella casa con las paredes vacías y muebles sin colocar. Tal como sucedió y sucedería durante las siguientes mudanzas, la casa se armó alrededor de la obra.
Para su hija, Mariela, quien por aquel entonces tenía un año, aquel cuadro tuvo un impacto fuerte. Fue con el paso de los años, que comprendió por qué se había convertido en el corazón del hogar: “Cuando mis padres se casaron era costumbre entregar sobres con dinero como regalo de bodas”, cuenta hoy, al recordar su historia. “En vez de comprar la heladera y muebles para su primer hogar, como hace todo el mundo, o ahorrar para una casa propia, o adquirir un auto, ellos lo pusieron todo en esta única pieza de arte, que a lo largo de nuestras vidas y hasta hoy se ubicó siempre en la cabecera de la mesa de comedor, donde se sienta mi papá. Mis padres tuvieron diecisiete mudanzas y esto fue siempre muy fuerte para mí, marcó la importancia que puede tener el arte y le dio nacimiento a mi pasión por él”.
Y fue allí, en aquella provincia de relieve montañoso, valles y clima seco, donde Mariela pasó la siguiente década de su vida rodeada de juegos al aire libre junto a sus primos: “Mucha bicicleta, mucho calor, muchos amigos. Fue una linda infancia”, rememora.
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La vida provinciana, sin embargo, llegó a su fin con el anuncio de un nuevo traslado. Cargaron el cuadro en el auto y al llegar a su nuevo destino lo primero que hicieron, como siempre y antes que nada, fue colgarlo, como símbolo de lo permanente en el cambio. Para Mariela, Buenos Aires emergió imponente y avasallante. Cursar el séptimo grado en una escuela desconocida, la Escuela Nr. 13 República de Irán, dejó huella en su camino. Por aquel entonces corría el año 80 y varias familias habían comenzado a volver del exilio. Su colegio alojaba muchos ArgenMex, hijos de padres que regresaban de países como México y algunas otras naciones latinoamericanas, que habían emigrado a causa de la dictadura.
“Era un grupo humano interesante. Muchos de ellos eran hijos de psicoanalistas, artistas, y directores de teatro”, cuenta Mariela Ivanier. “Ese fue mi primer contacto con Buenos Aires, una ciudad que era tan inmensa, pero tan inmensa respecto a lo que era San Juan, que de repente me di cuenta de que era miope; con las distancias larguísimas descubrí que no veía el 60 del colectivo. En San Juan era todo chiquito, no hacía falta ver a lo lejos”, sonríe.
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Al finalizar aquel año revelador, Mariela ingresó al Colegio Nacional de Buenos Aires, otro espacio que surgió enorme ante su mirada curiosa, y que era exigente a tal punto que no había demasiado espacio para aquel mundo artístico que había espiado durante su último año del primario: “El arte en ese momento pasaba por la obra que tenían mis padres en su casa, y por los espacios construidos con los amigos. Fue una adolescencia muy de los 80: mucho rock, mucha música y convivencia en fiestas”.
Una carrera en ascenso y un arte que comienza a gestarse en casa: “Té de colección”
El tiempo transcurrió dedicado al estudio y a la observación de un mundo adulto que se acercaba. Mariela decidió estudiar Comunicación Social y, a partir de los 18, comenzó a desarrollar su carrera profesional en el área de prensa. Su esfuerzo, mirada aguda y dedicación la llevaron a trabajar a lo largo de los siguientes años con marcas nacionales e internacionales, como Cartier, Montblanc, Petrobras, entre otras empresas reconocidas. Asimismo y durante nueve años, estuvo a cargo de los premios Planeta y su televisación, junto al equipo de la editorial.
El arte en la vida de Mariela, mientras tanto, empezaba a cumplir un rol vital. Cuando por fin pudo tener su casa propia rememoró el cuadro familiar y decidió que no iba a tener más afiches en sus paredes, sino obras de verdad, que atesoraría en la intimidad de su hogar: “Empecé a comprar o a hacer acuerdos de intercambio de trabajo mío por arte. Así se comenzó a forjar mi colección, que hoy cuenta con más de trescientas obras colgadas”, cuenta.
Luego llegó la maternidad, donde poco a poco Mariela creó asimismo un universo junto a su hija, quien se sumó con mucho entusiasmo y se transformó, al igual que ella, en coleccionista. Y más tarde arribaron aquellos encuentros, en los que otras personas apasionadas se reunían en su casa para compartir y conversar acerca de su colección, que cada día cobraba más vida y sentido.
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A partir de aquellas reuniones nació el primer libro de Mariela Ivanier, Té de colección. En el 2013 lo presentó en el Malba y, a partir de entonces, se transformó en una obra icónica compuesta por textos de los tantos amigos que habían asistido a aquellas tardes de té y anhelaban compartir sus experiencias de aquel acontecimiento sociocultural.
Una madre, una pandemia y el nacimiento de una obra dentro de un mundo mágico: “El arte está en casa”
Embebida en el trabajo y el arte, los años se sucedieron hasta que, en 2019, Mariela firmó un contrato con editorial Planeta, un evento que para ella significó volver a casa.
En aquellos tiempos, su madre no estaba atravesando un buen momento, algo que le inspiró un creciente deseo de adentrarse en aquel universo, así como en toda la esfera de un mundo femenino al que Mariela poco se había acercado a lo largo de su vida profesional.
Y mientras la idea del nuevo libro se gestaba, un extraño virus puso a la Tierra en vilo y, con ello, su propósito comenzó a cobrar otra forma: “Empecé con la idea de hacer entrevistas a 30 mujeres y terminaron siendo 141. En una especie de ráfaga cotidiana de sumar gente mientras estábamos todos encerrados, era más lindo hablar entre nosotros que quedarnos en silencio...”, reflexiona Mariela.
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Así nació El arte está en casa, una obra muy ilustrada que plasma la relación de las mujeres y el arte en pandemia: “El arte te mejora la vida, estoy segura de eso. No soy una especialista del arte, soy una disfrutadora del arte y creo que eso siempre me ha contribuido a una existencia mejor”, suspira.
“Quedó más que reflejado en la pandemia, donde estuvimos encerradas con mi hija, Morita, en 80 metros cuadrados con nuestras obras y teníamos la posibilidad de viajar a través de cada una de ellas, a pesar de estar encerradas. Y cada cuadro y cada obra es una ventana, una oportunidad de imaginar y eso siempre lo sentí, cuando viajaba, cuando iba a museos, cuando iba a muestras; cuando el artista te abre un poco de su universo te invita a un viaje en una nave de colores”.
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Testimonios profundos, el arte, el universo femenino: “Me nutrieron de un enorme capital”
Allá a lo lejos quedó aquella niña que llegó desde San Juan a la gran ciudad para descubrir un universo colmado de desafíos, donde un cuadro familiar significó hogar y logró despertar en ella el poder del arte, que atravesó sus sentidos hasta cobrar protagonismo. Mariela convirtió su pasión en una colección, que comenzó a acopiar junto a su hija y a compartir con diversos espíritus igual de apasionados, así como deseosos de transmitir su propio acercamiento al arte y lo que este les provoca.
En esta travesía, el libro El arte está en casa se convirtió en un viaje de cuatro años intenso, que será celebrado oficialmente el próximo 6 de marzo en el Museo de Bellas Artes, en el Auditorio de la Asociación de Amigos. Esta será tan solo una de las tantas presentaciones donde Mariela espera ofrendar testimonios profundos, sentidos, que impactaron en ella de maneras inesperadas.
“Todos los testimonios me dejaron emociones increíbles, al igual que mis cuadros. Cuando la gente me pregunta cuál es mi cuadro favorito, no hay respuestas, porque cada día tengo un favorito diferente, entonces ahorro el trámite y digo que el último es el favorito”, dice con una sonrisa. “Y así, el último texto que llegó para mi libro es mi favorito, pero cada día eso cambia. Lo que el libro tiene es la posibilidad de compartir puntos de vista diferentes de cómo acercarse al arte, y todos son válidos y todos son preciosos”.
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“El arte está en casa responde a mi anhelo de profundizar sobre el territorio femenino, sobre las mujeres; trabajo con hombres desde muy chica, de manera que quería experimentar la emoción de trabajar durante todos estos años con mujeres que me nutrieron de un enorme capital intelectual, personal y emocional”, concluye Mariela, cuya obra está dedicada a Raquel, su querida madre, una fuente de inspiración en su camino, al igual que aquel cuadro que siempre veló por la familia.
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