“Al irse no hay certeza de lo que uno puede ganar, pero sí certeza de lo que uno va a perder”, dice el protagonista de esta historia.
Ezeiza, de pronto, dejó de ser un aeropuerto para transformarse en un portal. Eduardo Guglielmini pudo percibirlo al atravesar la línea de arribos, todo lo que había sucedido en su pasado reciente parecía haberse esfumado para dejar entrar otra realidad. Su realidad. Lo cierto era que, para él, regresar a Buenos Aires era como despertar de un largo sueño.
Sin embargo, al volver a las calles conocidas y que hacía tanto no recorría, una certeza más extraña aún atravesó su ser: él ya no era el mismo, había vuelto a su vida, pero con otros ojos.
“En ese instante, en mi volver a Argentina, sentía como si me hubiese ido de ` mi vida´ para volver a ella, luego de mis años en el extranjero. Era extraña la sensación”, dice, al rememorar el impacto de la reinserción en una tierra tan propia, tan peculiar, tan añorada.
“Aun así, por primera vez, veía a los porteños con ojos de extranjero, de turista, y comencé a prestarle atención a la ciudad, también comencé a distinguir sus riquezas, todo aquello que, por ser uno un local, no repara ni siquiera de su existencia. Si bien mi experiencia en Inglaterra fue muy buena y estoy muy agradecido con los ingleses (me sentí como en mi casa), valoré mucho más Argentina al volver”.
El chico que nunca pensaba en irse de Argentina, vuela: “Ni siquiera me interesaba viajar”
Para Eduardo, el año 2005 corría con una tranquilidad que no anunciaba un giro drástico a su historia. Trabajaba como abogado para el Ministerio de Economía en temas de comercio exterior y ya contaba con una interesante experiencia de algunos años en un estudio jurídico importante de Buenos Aires (Estudio Beccar Varela). A la par, daba clases de Contratos en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires y era abogado pro bono para la Fundación Poder Ciudadano.
Para el joven, que ni siquiera había cumplido los 30, la vida fluía por un sendero apacible, laboralmente exitoso, una combinación muy bienvenida en una Buenos Aires siempre agradable para aquellos que gozan de un buen pasar. A Eduardo, la idea de dejar Argentina ni siquiera le surgía en los pensamientos remotos: “Era alguien a quien no le interesaba vivir fuera de su país, nunca se me había cruzado la cabeza irme al exterior a buscar mi futuro, ni siquiera me interesaba viajar. A ese nivel”, asegura.
Aun así, Eduardo tenía una inquietud creciente, educativa y orientada a su desarrollo profesional: mejorar su inglés, algo que consideraba vital para ampliar sus posibilidades. Y fue así que, a sus 29 años, tomó la decisión de viajar a Inglaterra por un período máximo de seis meses, dispuesto a trabajar de lo que surgiera en el camino, con el firme objetivo de alcanzar el nivel de inglés anhelado.
Lo que Eduardo jamás imaginó es que su corta meta meramente profesional, se transformaría en años de vida inolvidables, de crecimiento personal y un profundo ejercicio de valoración de las propias raíces.
Aterrizar en Londres: “Una sociedad realmente inclusiva”
Los primeros meses en Londres fueron un tanto desordenados. Eduardo recién pudo acomodarse tras hallar un trabajo, registrarse en la seguridad social, en el sistema de salud y abrir una cuenta bancaria.
Su inserción en la sociedad londinense le permitió llegar a una certeza: Inglaterra, al ser un país occidental, no tenía una cotidianidad tan diferente a la Argentina. Tal vez, aquella visión de la cultura, que va más allá de los hábitos que se observan en la superficie, fue su puerta de ingreso rápida hacia nuevas amistades.
“Lo que sí me impactó es la diversidad cultural y étnica que conviven armónicamente en la ciudad. Para solicitudes de empleos, de vacantes de cursos, y tanto más, uno debía señalar su `etnic backround´ para asegurar que en todos los ámbitos haya diversidad. Me pareció una sociedad realmente inclusiva. Mi médica de cabecera era musulmana y usaba velo islámico para atenderme. También lo era la HR Manager de una de las empresas donde estuve un año. Diría que eso fue lo que más me sorprendió”.
El porqué de volver a la Argentina: “Si bien las posibilidades son muchas, también lo son las carencias”
Los días se transformaron en meses y, de pronto, más de dos años habían pasado para el argentino que jamás había pensado en irse. Sucedió que en el camino las oportunidades se abrieron ante él. Una empresa internacional lo contrató y, un año más tarde, otra multinacional le brindó la posibilidad de seguir ampliando su trayectoria.
Asimismo, Eduardo abrazó la idea de hacer un voluntariado y entregó parte de su tiempo a una reconocida ONG inglesa, llamada Mary Ward Legal Centre: “Fue toda una experiencia laboral, pero sobre todo personal. Conocí gente, hice amistades y, de pronto, ya prácticamente tenía una vida armada en Londres”, cuenta. “Y fue un día, cuando más de dos años habían pasado, que me di cuenta de que nunca había vuelto a Buenos Aires durante todo ese tiempo”.
“Vivir en Londres me estaba resultando una experiencia impactante por lo multicultural. Pero, a su vez, también me di cuenta de que irte de tu país no es para cualquiera. Las cosas no son tan fáciles, no me pareció que todo fuese un paraíso. Si bien las posibilidades son muchas, también lo son las carencias y nada garantiza un porvenir exitoso o feliz. Me di cuenta también de cuán `privilegiada´ era mi vida en Argentina y, a su vez, las cosas que tenemos que no siempre valoramos. Desde servicios de salud a servicios de educación que afuera se pagan, y caros, y nosotros los tenemos a disposición sin darnos cuenta”, continúa. “Así que, finalmente, decidí volver”.
Aprendizajes del irse: “No hay certeza de lo que uno puede ganar, pero sí certeza de lo que uno va a perder”
A su llegada, y tras aquella sensación de haber despertado de un largo sueño, Eduardo comenzó a sentir que su valoración por la Argentina crecía cada día más. Se reencontró con la familia, amigos, excolegas y, si bien, todo fue positivo, fue duro a la vez. No era fácil volver a encajar.
A Eduardo le costaba salir de aquella impresión de que había dejado al país en pausa, por ello los cambios que surgían ante él, tan evidentes, lo impactaban. Hoy, sin embargo, al recordar aquellos días en los que quiso mejorar su inglés y se fue sin imaginar que se quedaría a vivir un largo tiempo en Londres, agradece la elección: viajar resultó ser una escuela de vida, que le abrió su visión del mundo y le obsequió un mejor entendimiento de su tierra y los propios valores.
“Sin dudas valoré mucho más mi país cuando volví que cuando me fui. Y cuando uno vuelve, sí, es difícil darse cuenta de que en tu ausencia la vida sigue, los cambios ocurren, la vida se mueve y uno no está ni estuvo en la vida cotidiana de sus seres queridos”, reflexiona Eduardo, quien actualmente trabaja en el Ministerio de Economía, como asesor legal en temas financieros y renegociación de la deuda externa.
“A su vez, de alguna manera uno empieza a sentir que pertenece a diferentes lugares, porque si bien soy muy porteño, mi experiencia afuera quedará para siempre grabada”, continúa. “Emigrar no es para cualquiera. Hay que estar muy seguro e irse con una idea muy concreta de lo que uno quiere y por qué se va, ya que no hay certeza de lo que uno puede ganar, pero sí certeza de lo que uno va a perder respecto de distancia con seres queridos. Aunque creamos que estamos en el peor país de la tierra -definitivamente no lo es- hay realidades que pueden ser mucho más duras”.
“Mi novia es brasileña y hoy siento que, aunque soy feliz en Argentina, no descarto volver a vivir en el exterior, pero siempre teniendo en cuenta que es un desafío muy lindo, pero costoso en términos personales”, concluye.
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