
A la espera de la última palabra de la Justicia en un caso aberrante de abuso de menores
A fines de 2021, la causa judicial sobre los abusos a menores ocurridos en el Seminario Arquidiocesano de Paraná (causa “Ilarraz, Justo José s/Promoción a la corrupción agravada”) presentó una última novedad: la Corte Suprema de Justicia de la Nación le corrió vista del expediente a la Procuración General de la Nación. Eso me llevó a pensar en la definición de la palabra procurar, que viene del latín “procurare” y significa “proporcionar una cosa necesaria”.
Procurar es intentar conseguir o lograr un objetivo o un fin. Además, a esta palabra podemos dividirla y pensar en dos significados, el de pro y el de curar. De esta manera se enriquece aún más la visión sobre la importancia de esta tarea. La preposición formal “pro” indica que algo se hace en favor o en ayuda de algo o de alguien. Eso es lo que refleja: la idea de finalizar algo, de llegar a metas, de definir. A la otra parte de la palabra, curar, la definimos como hacer desaparecer una enfermedad, una herida o un daño físico hecho a una persona, un animal o un organismo. Sanar.
Claras y contundentes definiciones. Procurar es, en este caso, cerrar una sumatoria de pasos judiciales, a veces innecesarios, pero que rigen dentro la posibilidad y el derecho de las partes, en pos de que se esclarezcan hechos que, en esta cuestión en particular, fueron aberrantes y absolutamente repudiables.
En la causa Ilarraz, hubo una condena por abuso y corrupción de menores contra quien era sacerdote y encargado de la educación de menores. La condena fue confirmada por la Cámara de Casación Penal de Paraná en 2019. Y ahora se espera la palabra de la Corte Suprema, tras un recurso presentado por la defensa.

Resulta deseable que la Procuración no haga dormir la causa por tiempo indefinido. Un país y distintas comunidades esperan un fallo que ya no echaría luz sobre los hechos, porque ya están absolutamente comprobados, pero que sí fortalecería a nuestro Poder Judicial.
Con respecto a las mejoras institucionales que pueden generarse a partir de la necesidad de hacer justicia ante hechos aberrantes, en este caso se abrió paso a una ley recientemente aprobada, la 27.206, de “Respeto a los tiempos de las víctimas”.
Existen causas sobre este tema, el de abusos, aún sin sentencia firme. Son causas que fueron originadas desde la esperanza y con el objetivo de conseguir una justicia que se ve postergada por la indiferencia de muchas personas conocedoras de la temática, algunas de ellas involucradas y sumergidas en el silencio y complicidad.
No puedo dejar de recordar que estos reclamos fueron iniciados en una casa de formación religiosa, perteneciente a una institución poderosa, aplastante, que inició un proceso de investigación misteriosa y hermética.
Nosotros, las víctimas, ya contamos los hechos. Ellos deberían dar explicaciones. La sociedad quiere conocer los ocultos y oscuros manejos de estas causas. En lo humano, moral y ético se hace agua. Estas personas, los victimarios, no encarnaron lo humano como si lo hizo ese líder llamado Jesús, que asumió la naturaleza humana. Ellos, al parecer, han tomado como propio lo divino, por pretender obtener poder, prestigio e impunidad.
Muchos de los consagrados, en algún caso involucrados, se creen impunes por usar exuberantes prendas, pasearse como fariseos por el templo, creyendo ser o sintiéndose superiores. Como dice el Evangelio, no son más que sepulcros blanqueados, temerosos de actuar en favor de la verdad y lograr justicia para los sobrevivientes. Se les pide respeto coherencia, humildad y verdad a las mujeres y a los hombres consagrados. Con esto no llamo a una rebelión ni mucho menos. Se debe separar la fe de la corrupción. La fe debe ser interiorizada, custodiada y pregonada. A los corruptos se los debe denunciar y desenmascarar.
No se ataca la fe de nadie, se cuestiona e interpela al que lucra con ella, al que se oculta detrás de ella, se alza y se empodera a costa de silencios y complicidades, logrando beneficios propios sin importarles el sufrimiento ajeno.
Nuestro pueblo no olvida, los va descubriendo, lo conoce por sus actos. El papa Francisco lamenta y hace manifestaciones por casos que se dan en diferentes lugares, y es oportuno que eso suceda, que haya investigaciones y escarmientos. Pero Francisco aún no llega a descubrir, exponer, expresar y sentenciar sobre lo ocurrido en su propia tierra.
Hace un tiempo, un periodista prestigioso, también médico, visitó a su Santidad en el Vaticano y el Papa manifestó en esa oportunidad su desinterés por venir a la Argentina, ya que debe ocuparse del mundo. Yo me preguntaba: si el Papa un día se dignara regresar a su patria, ¿encontraría aquí tanta fe en la Iglesia? Para aclarar, separar y reconstruir, habrá que hacer una depuración puertas adentro. Eso implicará enfrentarse cara a cara con la verdad, otorgar y establecer responsabilidades. Y allí se verá quién se lleva la mayor parte.
El autor es una de las víctimas en el caso Ilarraz






