¿Antigüedad o eficiencia?
MONTREAL
OTRA vez más se está discutiendo qué vale más en el trabajo, si la antigüedad o la eficiencia. Sin duda hay argumentos en favor de ambas tesis. La cuestión es saber cuál de los dos grupos de razones tiene mayor peso.
Quienes anteponen la antigüedad arguyen que la experiencia es la fuente de todo saber, de modo que el ejercicio de una profesión comporta perfeccionamiento incesante. En términos filosóficos, son empiristas. Además, suponen que la edad impone respeto.
Me pemito disentir. La experiencia perfecciona siempre que vaya acompañada de estudio, reflexión, crítica e invención. De lo contrario, la experiencia es mera rutina. Y en un mundo que cambia muy rápidamente, como es el nuestro, la rutina es ruina.
En cuanto al respeto debido a la edad, ¿en qué se funda? Sólo en la tradición autoritaria. Los niños merecen tanto o más respeto que los viejos, porque son igualmente desvalidos y porque su futuro depende de lo que hagamos hoy por ellos. Por eso hoy se habla del derecho de los niños, desconocido en las sociedades tradicionales. (Pregúntenselo a Isaac, el hijo de Abrahán.) Pasemos ahora de los agentes a los recipientes: del productor al cliente, del maestro al estudiante, del médico al enfermo, del escritor al lector, del político al ciudadano. ¿Qué aprecia más el consumidor de un bien o servicio, sea industrial, cultural o político? ¿La antigŸedad del proveedor o la calidad de lo que ofrece? Sólo aprecia la primera en cuanto indicador (ambiguo) de calidad. Lo que le interesa sobremanera es la calidad de lo que adquiere.
Personas y prestigios
Un proveedor con un buen historial inspira confianza. Pero si se descuida y ofrece productos de mala calidad, se descalifica.Un ejemplo clásico es el de los automóviles Ford. Estos coches gozaron de enorme prestigio popular hasta que a uno de los hijos del fundador se le ocurrió imponer un modelo de diseño propio, el Edsel, que resultó un "limón", como se dice en gringo.
La semejanza de las personas con las empresas es parcial. Los buenos antecedentes recomiendan para un puesto, pero no deberían asegurarlo, por aquello de no dormirse sobre los laureles.
Preguntémosle a un chico de escuela primaria a quién prefiere: si a una maestra avezada y paciente, pero ya cansada y desilusionada, o a una novata llena de energía y de ilusiones. La primera comete pocos errores, salvo el de dejar de estudiar. Y, al dejar de estudiar, es incapaz de suscitar curiosidad y entusiasmo por preguntar y aprender.
La maestra joven se equivoca a menudo, pero sigue estudiando, está ansiosa por transmitir lo que acaba de aprender y tiene un entusiasmo contagioso. Además, al guardar más frescos los recuerdos de su infancia y juventud, puede empatizar con sus alumnos mejor que una persona que sólo alterna con sus coetáneos (a menos que tenga hijos pequeños, fuentes permanentes de sorpresa y maravilla).
Preguntémosle al cliente qué le da mayor satisfacción: un auto de gran marca pero ya obsoleto y demasiado costoso, o un producto de marca menos prestigiosa pero más servicial y económico.
Opciones de cada día
Formulémosle una pregunta similar al votante. ¿A quién le dará su voto: al viejo camaleón corrupto o al joven que hizo buen papel como concejal o diputado provincial y que ahora se postula para un cargo más elevado, proponiendo un plan factible para resolver algunos de los problemas sociales más urgentes? Y ahora preguntémosle a un buen inspector de enseñanza quiénes aprenden más y con mayor gusto: si los alumnos de la vieja maestra Dolores, que nunca fue llamada al orden por atreverse a innovar, o los alumnos de la rebelde maestra Diana, popular con sus alumnos aunque agudo dolor de cabeza para la directora de la escuela, la señora de Cartón.
No estoy proponiendo que los jóvenes desplacen a los viejos. (Si así fuera, yo no me sentiría cómodo enseñando a los ochenta.) Sólo propongo que se premie la competencia, no la edad. Y esto por la sencilla razón de que el trabajador vale por lo que hace, no por los años que lleva a cuestas.
El apretón dorado
Tampoco estoy proponiendo que se aprueben leyes o reglamentos con efecto retroactivo: quien haya sido nombrado en el antiguo régimen debería permanecer en él. Pero al mismo tiempo, si una persona no se desempeña con eficiencia, debería ofrecérsele lo que en inglés se llama un "apretón de manos dorado". O sea, una jubilación temprana y atractiva, para hacer lugar a alguien con más promesas que antecedentes.
¿Y qué hacer con los maestros avezados, ya un poco aburridos de cumplir rutinas impuestas desde arriba, pero que siguen teniendo curiosidad y que quisieran tener más libertad para explorar nuevos trucos didácticos? Algunos de éstos podrían ser útiles como inspectores. Pero otros, los menos dados al papeleo, podrían ser más útiles asesorando a maestros sobre la mejor manera de enseñar tal o cual tema.
¿Por qué no crear una nueva categoría en el escalafón docente: la de asesor o consultor didáctico? Lo imagino preguntando a los maestros si tienen problemas en la enseñanza, o evacuando consultas, sea en el lugar o por e-mail . También imagino a los maestros, sobre todo los bisoños, agradecidos por la ayuda y el estímulo.
En resumen: meritocracia, sí; gerontocracia, no. Y creación de un rango intermedio entre el docente y el director de escuela: el de asesor o consultor didáctico.
© La Nación
El autor es un físico y filósofo argentino radicado en Canadá. Su último libro es Las ciencias sociales en discusión (Ed. Sudamericana).