Ascenso y caída del poshlost
Por Orlando Barone
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Pinamar
VLADIMIR NABOKOV, autor de Lolita, decía que no hay ninguna palabra tan despiadada como la palabra rusa poshlost para definir la idea de barato, vulgar, grosero, ordinario, inferior o cursi. No es culpa de Nabokov desconocer que existe aquí la palabra grasa , para resumir esa clase de banal grosería humana, que nada tiene que ver con la pobreza sino con la impudicia. Lo grasa no es lo humilde, a veces inarmónico, sino lo opulento y desquiciado.
Nunca antes de la llegada del establishment , y del poder de los años 90, los veranos argentinos habían corrido tanto riesgo de volverse poshlost . El verano es su clima, su escenario más espléndido.
Infiltrado abruptamente, como la arena en nuestros pies y en la cama, el poshlost concluye sometiendo la aquiescencia social y hasta logra la exaltada participación de los medios. Si la cuestión era mostrarse, no importaba la crítica que desnudara la deshonra: importaba el destello, lucir como protagonistas.
La cultura menemista no tuvo rechazo. Fue recibida siempre como Santa Claus, sin que a muchos les importara qué cargaba en la bolsa.
"Ninguna fortaleza es tan inexpugnable que no pueda entrar en ella un burro cargado de oro", coincidieron Alejandro y Cicerón, como si anticiparan a este tipo de arribistas que entran en la playa más silvestre con el desplante y boato de los césares.
En Decadencia y caída del Imperio Romano , Edward Gibbon sostiene que la caída del imperio se debió a la depravación encadenada del poder, que arrastró al gusto popular.
Mi amigo el escritor Rodolfo Rabanal me advierte que el "populismo" es una peste tan difundida que hasta hay gente presuntamente sana y fina que lo padece sin saberlo.
Y yo ya dudo hasta de mí.
Se ha visto que el poshlost , chorreando desde arriba, adquiere la presencia de Atila, que por donde pasaba no dejaba que creciera la hierba. ¿Quién hubiera sospechado que el champagne, esa refinada bebida creada por los monjes franceses, acabaría claudicando en una quinta de Olivos, mezclada entre los grumos de la pizza?
Babilonia, aquella ciudad del Eufrates con jardines colgantes, acabó señalada por la historia como sinónimo de oropel y placer disipado de sus castas.
Las estaciones pasan; también los veranos. Aunque algunos dejan inolvidables nombres del bochorno y de gustos indecentes.
La cama solar, difundida por los rostros bronceados de los Fassi Lavalle; los zapatos blancos caribeños con la marca banal del ex juez Trovato; Adelina de Viola embellecida por la prosperidad y la antidieta y por el incesante verano que la mima; Gostanián en ojotas, repartiendo en la playa ridículos llaveros con tercos mensajes megalómanos. Y tantos otros que desde el poder y sus adyacencias, además de uniformarse de corbatas amarillas, descubrieron que el verano era el momento en que podían disimular la vergüenza con un toque de sol.
Cierta vez, en Acapulco, me contaron de su ocaso a partir del ostentoso esplendor de los años en que las divas de Hollywood iban allí con sus gigolós, a escandalizar y emborracharse. Acapulco declinó por exceso de impudor y le costó tiempo redimirse. Pero siempre la arena, lamida por el mar, cicatriza.
Los veranos argentinos propician naturalmente un fluir de masa abigarrada, el plac plac de sandalias en la playa, la algazara festiva, la concupiscencia corporal de los jóvenes, el reinado de los glúteos.
No somos nórdicos. Pero nunca como ahora el poshlost convirtió tanta figuración en caricatura y tanto glamour en estulticia.
Por eso es injusto decirle "chau" a un balneario: habría que decirles "chau" a los portadores de la peste. Y para eso no basta con que se los empuje a tener que cambiar de playa.
Haría falta un acto de contrición general. Instalar dentro del círculo turístico de cada ciudad balnearia ultrajada -y son varias- un pequeño monumento alusivo: un símbolo de los veranos de esta década. Debería ser una pieza de valor insignificante, con la ordinariez adecuada a la causa que ilustra: el poshlost. Y con su despiadada traducción argentina escrita con el color de la vergüenza.
(c)
La Nación



