
Campagnoli y las cuatro democracias
Institucionalidad, ilegalidad, empatía y fragmentación social definen distintos modelos democráticos que se ponen en juego en la relación Gobierno-Justicia
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La división de poderes multiplica la democracia, porque distribuye poder al tiempo que empodera a aquellas instituciones que resguardan los derechos humanos. Y dentro del esquema que divide poderes, hay una institución jerarquizada al nivel de un cuarto poder: la Procuración General de la Nación. Cuando el Poder Ejecutivo avasalla la autonomía e independencia de los fiscales, la autoridad se convierte en autoritarismo, pues se anula el rol de quienes pueden frenar sus excesos. José María Campagnoli fue suspendido de su cargo de fiscal nacional y está a punto de ser removido de su rol por el solo hecho de ejercerlo. Estrechar los límites de los fiscales es ampliar la impunidad de los gobiernos.
Los fiscales son los garantes para que un sistema democrático se desenvuelva en la plenitud del Estado de Derecho. La democracia se enmarca en cuatro ejes, dos de los cuales hacen foco en el nivel de consolidación institucional y dos en el nivel de cohesión social.
El eje de la institucionalidad da cuenta de la fortaleza del Estado y de los instrumentos de la democracia participativa para resguardar derechos, de la capacidad de las políticas públicas para generar inclusión social sostenida en el tiempo y del poder de las instituciones estatales para combatir y condenar la violencia, la corrupción y el delito organizado.
El eje de la parainstitucionalidad hace referencia a las organizaciones y tramas que sirven para perpetuar la ilegalidad, la corrupción y la administración discrecional de los recursos públicos en beneficio de asociaciones ilícitas. Son las reglas de juego que facilitan la captura de las instituciones de la democracia y que permiten que el abuso de poder se imponga en la sociedad por las vías del delito y la violencia.
En el espacio de la sociedad, el eje de la empatía es el que les permite a los diversos miembros de la sociedad civil construir vínculos de calidad, entramado social y actuar en un marco de valores compartidos, articulando agendas de acción común a partir de espacios colectivos.
Por último, el eje de la fragmentación social es el que refleja estructuras sociales sin cohesión, donde existe alta incapacidad de articular programas sociales y la división de los miembros de una comunidad imposibilita cualquier tipo de defensa frente al avance de las asociaciones ilícitas o la corrupción.
Sueño y pesadilla
Definidos estos cuatro ejes, podemos identificar cuatro planos que describen cuatro democracias:
- La democracia como proyecto ético: es el plano que conjuga institucionalidad consolidada con alta empatía social, y genera las condiciones para la vigencia del Estado de Derecho, con la ética entendida como la cosmovisión construida colectivamente que garantiza dignidad humana. Es el sistema en el que el poder ciudadano y las herramientas institucionalizadas de la democracia participativa que facilitan que los ciudadanos participen más allá del voto se conjugan con el sistema republicano y aseguran que la democracia garantice al ciudadano las condiciones para incidir en la definición de la calidad de vida colectiva.
- La democracia como proyecto moral: en este plano confluyen la institucionalidad con una sociedad civil fragmentada, dando lugar a la corporativización (donde los intereses corporativos van en detrimento del interés común), lo que genera una democracia atada a proyectos morales. La moral, a diferencia de la ética, es un conjunto de normas y reglas que se imponen desde el poder. Cuando las políticas públicas y los organismos del Estado son definidos y administrados por las fuerzas del lobby corporativo, la democracia cede a la presión de los distintos poderes, y lo público, que debe ser disfrutado por todos en igual cantidad y calidad, se convierte en bienes o servicios que benefician a determinado sector, lo que deriva en una democracia de privilegios.
- La democracia como proyecto de delito: en este plano coinciden la parainstitucionalidad con cierta empatía entre quienes delinquen, lo que permite que se respeten reglas de juego que favorecen la cartelización. En este escenario, la cohesión de las asociaciones ilícitas se impone a la empatía social basada en valores éticos y legalidad. La fuerte empatía de la mafiosidad -corrupción institucional más delito organizado- supera la débil articulación de la institucionalidad pública y privada para asegurar la vigencia de la ley y la capacidad del Estado para controlar y sancionar, creando el campo de la parainstitucionalidad, el ámbito del delito privado y la corrupción pública.
- La democracia como proyecto de impunidad: este plano fusiona parainstitucionalidad con fragmentación social, escenario en el cual se desarrolla la megacorrupción que arrasa la democracia hasta convertirla en un proyecto de impunidad. El Estado se muestra ausente o es capturado por las fuerzas delictivas, que, además de arrebatar recursos públicos, cooptan el canal estatal y garantizan impunidad al delito organizado. En el ámbito público el delito financia la política, las reglas de juego del mercado son reemplazadas por la fuerza del crimen organizado y las empresas se convierten en fachadas de actividades comerciales ilegales. El Estado pierde el control del territorio y el monopolio de la fuerza pública, y las sociedades son dominadas por la violencia.
Cuando los gobiernos responden a los poderosos, la democracia degenera en proyecto moral al servicio de los privilegiados e influyentes; cuando responden a los delincuentes, se trastoca en proyecto de delito que funciona al servicio de las asociaciones ilícitas; y cuando se imponen los violentos, se convierte en proyecto de impunidad, cooptada por la violencia y la corrupción con gobiernos aliados al delito organizado.
El desafío de la sociedad civil argentina pasa por ampliar el campo del Estado de Derecho para reducir el impacto de la ecuación delito fuerte-fiscales débiles. Cuando los gobiernos dominan el Poder Judicial, el delito sueña y la Justicia tiene pesadillas. Por ello, la sociedad precisa ampliar el plano de la democracia como proyecto ético para que fiscales como Campagnoli se conviertan en la pesadilla de los gobiernos.
El autor fue director ejecutivo de la Fundación Poder Ciudadano





