Agricultura antigua
La mujer sienta al niño sobre un trapo en la tierra mullida y fragante, recién arada con espalda y brazos fuertes. La parcela es una mancha que se recorta en la pampa verde, desconsolante e inmensa. Del otro lado está el rancho con su fogón y piso de tierra dura.
En el cielo ya es atardecer y un viento suave viene del río e invade el campo. Con la azada y el niño en brazos echa una mirada a las nubes rojas que presagian sol para el día siguiente. Los talas se oscurecen a contraluz sobre el horizonte; ella gira y emprende la vuelta.
Una hora más tarde el fogón ya tiene brasas grandes y brilla en las tinieblas del rancho. En la olla se cuece el caldo de huesos en el que flotan choclos, pedazos de carne y trozos de calabaza.
Le han regalado un poncho grueso y colorido que huele a sebo de ovejas. Saca el puchero y da de comer a su hijo en un plato de lata; en un rato duermen los dos, abrigados.
El viento afuera para de soplar y la tierra arada se extiende bajo la luna.
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