Jubilados desprotegidos
Días atrás, un jubilado perdió el conocimiento y rodó por las escaleras en la sucursal de un banco. Minutos antes lo habían sometido al escarnio de una empleada que lo apabulló con explicaciones sobre el uso de su tarjeta de débito para acreditar que “estaba vivo”.
Tiene 88 años y su única aspiración era acceder a los magros ingresos que percibe y que, por avatares por lo menos discutibles, el banco le estaba negando.
Lo más grave es que todos los empleados, con excepción de uno que se tomó el trabajo de asistirlo, reanimarlo y cuidarlo hasta que llegaron los paramédicos del SAME, siguieron con sus tareas con absoluta indiferencia y hasta rumiando algún epíteto contra la víctima de un sistema que acredita varias perversiones.
Pregunté con qué elementos preventivos contaba el banco para socorrer a sus clientes. Luego de un rato, uno de ellos arriesgó que “había un botiquín de primeros auxilios”, pero que no sabía dónde estaba ubicado. Pasado el episodio traumático, el jubilado se marchó del lugar por sus propios medios.
¿Cuántos acontecimientos similares se producen a diario en las sucursales bancarias? ¿No es un buen momento para exigirles que dispongan de métodos eficaces para actuar frente a emergencias? ¿No habrá forma de simplificar las gestiones de cobro para nuestros padres y abuelos? Seguramente algún funcionario/a de la Anses leerá estas líneas y aportará soluciones.
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