Acústica
Ya pasaron varios días y todavía se siguen sumando puntos de vista divergentes sobre el espectáculo ofrecido a los líderes del G-20 en el Teatro Colón. Muchos argentinos tenían en su cabeza una idea propia de qué hacer para una velada tan particular. Una gran mayoría quedó agradablemente impactada por la conjunción de bellezas visuales y bailes regionales, rematada por el grito de "Ar-gen-ti-na" y las inesperadas lágrimas presidenciales.
Se buscó, y se logró, una apabullante "degustación" bien argenta y colorida de apenas 40 minutos, ideal para impresionar a tan selecta platea extranjera fatigada por viajes y una agenda exigente. Inútil, pues, insistir en aplicarle los parámetros de un espectáculo tradicional.
En tal contexto no tengo nada que objetar, salvo echar de menos un faltante que, de haber estado, aun habría sido motivo de mayor asombro para los visitantes. En medio de tanto despliegue visual y coreográfico, una bienvenida pausa, con el escenario despejado de artefactos y micrófonos, para que una sola voz en soledad y en lo posible a cappella, en medio de un gran silencio, resaltara la maravillosa y única acústica de nuestro Primer Coliseo. Suficiente, acaso, con un fragmento de "Aurora". Muchas más lágrimas seguramente habrían acompañado las de Macri.