Crucificados
La Semana Santa acaba de revivir la pasión, muerte y resurrección de Jesús, que tiene su punto culminante y más dramático en la crucifixión. Morir en una cruz remite, pues, a salvajismos de hace más de veinte siglos, a atávicas formas de castigo superadas por el progreso de la humanidad. Error. Esta semana, en Arabia Saudita, se ejecutó a 37 hombres acusados de "adoptar ideologías terroristas extremistas y formar células para corromper y perturbar la seguridad, así como propagar el caos y provocar conflictos sectarios". Cargos muy pomposos que el régimen del príncipe Mohammed ben Salman suele utilizar para lo que no son más que actividades de disidencia política. Uno de los 37 fue crucificado.
En un país con una de las mayores tasas de pena de muerte del mundo, estas formas de castigo están lejos de ser excepcionales. El año pasado hubo 149 ejecuciones. Este año ya van 104, según Amnistía Internacional. La modalidad habitual de ejecución es la decapitación. Para los delitos más graves se reserva la crucifixión, por su efecto ejemplificador.
No hace falta ser occidental y cristiano para conmoverse ante ese espectáculo atroz, ante la imagen de un hombre colgado de una cruz, desangrándose. No un mesías. Un simple opositor.