
Hacia una mayor laicidad
Una de las distinciones más importantes para la relación entre Iglesia y mundo es la que se refiere a laicismo y laicidad. Laicismo implica desconocer y negar toda influencia social del Evangelio. Laicidad, en cambio, implica la correcta delimitación de esferas y competencias entre Iglesia y Estado.
Los católicos, muchas veces, no hemos estado atentos a esta distinción. Contrariamente a una sana laicidad, muchos, desde laicos, presbíteros, obispos y cardenales, han incurrido en clericalismo, esto es, la suposición de que de las escrituras, tradición y magisterio se desprende directamente un sistema social y político determinado.
Así, por ejemplo, algunos laicos y sacerdotes piensan muchas veces que el peronismo es la expresión concreta de la doctrina social de la Iglesia, o que el estatismo y la redistribución de ingresos son iguales a la doctrina social de la Iglesia.
Ello supone no distinguir entre los grandes principios, como subsidiariedad, función social de la propiedad, etc., y la aplicación concreta de esos principios, que presupone la mediación de cuestiones que no derivan directamente de la doctrina social, como es el conocimiento concreto de la ciencia política o económica, cuyo dominio corresponde a los laicos.
Cuando no se reconoce esta distinción, laicos y sacerdotes incurren en un clericalismo que produce innecesarias divisiones entre todos los fieles y confusión dentro del laicado, aparte de una disminución de la autoridad moral de la Iglesia, al pronunciarse en cuestiones en las que puede haber errores. Cuando un laico se equivoca, se equivoca él; cuando laicos o sacerdotes hablan en nombre de la Iglesia en temas opinables, creyendo que son cuestiones de principios morales inmutables, perjudican a la autoridad de la Iglesia en su conjunto.
Algunos obispos están acostumbrados a pronunciarse sobre cuestiones que, con relación al depósito de la fe, son muy opinables. Apoyan tal o cual política de tal o cual gobierno; opinan sobre temas jurídicos, políticos y económicos que están fuera de su competencia como obispos, y hasta retan en público a tal o cual presidente constitucional. Como ciudadanos, tienen todo el derecho de hacerlo, pero no hacen esa distinción. Hablan como si fuera en nombre de la Iglesia universal. Y ello es un error. Los "principios irrenunciables" (la defensa de la vida, la familia, etc.) ya han sido claramente establecidos por el magisterio. En lo demás, hay una justa libertad de pensamiento. Pero en general esa libertad de pensamiento no se respeta. De lo contrario, los católicos no se acusarían mutuamente de ser malos católicos.
Sueño con un futuro en el que a un obispo se le pregunte sobre la política ambiental del gobierno tal o cual y su respuesta sea "no sé, pregúnteselo a los laicos". Hasta entonces, ni la Iglesia argentina ni la universal habrán entendido el claro mensaje del Vaticano II sobre la distinción e intersección entre Iglesia y mundo, jerarquía y laicos.