Los gobernadores recuperan poder y protagonismo en el año electoral
A medida que avanza el calendario desdoblado de los comicios, ratifican su liderazgo y se encaminan a terciar, más allá de sus territorios, en la disputa nacional
La tendencia parece ratificarse a medida que avanza el desdoblado calendario electoral : los gobernadores están experimentando un momentum político particularmente favorable. Han venido ratificando su legitimidad de origen y haciendo valer políticamente su legitimidad de ejercicio influyendo no solo en sus distritos, sino, fundamental e incrementalmente, en la arena nacional. En efecto, los gobernadores han comenzado a llenar el vacío de poder producido por un exhiperpresidente derretido al calor de una crisis económica que no solo fracasó en evitar, sino que se ocupó de agravar (porque no supo reaccionar cuando sus primeros síntomas se hicieron más que evidentes).
Pero no solo Macri es la víctima de su estrategia política. Lo mismo ocurre con Cristina, otra exhiperpresidenta asediada por causas penales, incapaz de capitalizar el malestar social y el desprestigio de su némesis (sigue siendo rechazada por dos tercios del electorado), aislada internacionalmente y autolimitada por ideas y prejuicios que, lejos de remediar las penurias, de llevarse a la práctica convertirían nuestros sinsabores actuales en los horrores humanitarios a los que son sometidos los venezolanos. Así, cuando deberían prepararse para participar de una gran final que, con la opinión pública polarizada, los tuviera como casi únicos protagonistas, tanto Macri como Cristina se encuentran debilitados y sin demasiados recursos para revertir la situación.
Una, silenciosa y ocupada con la enfermedad de su hija; el otro, con un forzado pragmatismo para contemplar las exigencias de sus aliados radicales y del ala más política (y por eso hasta hace poco desplazada) de su propia tropa. El repliegue de estos líderes facilita a los caciques provinciales un regreso sin gloria a los primeros planos de la degradada y decadente política nacional. Lejos han quedado aquellos ambiciosos proyectos transformacionales, aun revolucionarios: "vamos por todo", "revertir la decadencia de 70 años" potenciando el "cambio cultural" al que supuestamente aspiraba y había iniciado, autónoma e ilusionada, la sociedad argentina de abajo hacia arriba. Hoy todo se reduce a meras (y agrias) especulaciones electorales, a transitar esta árida etapa de angustia y desplantes, a atender a amigos bienintencionados que sugieren en pensar en dar un paso al costado: el presente está lleno de problemas, el horizonte luce más que complicado, el futuro puede ser mucho peor.
En contraste, ayudados en la gran mayoría de los casos por un superávit fiscal que fue posible por la ingenua generosidad del gobierno nacional (excepto Santa Cruz, que hizo un feroz ajuste; Chubut, que arrastra una severa crisis fiscal, y la provincia de Buenos Aires, que, como siempre, es el principal problema del país), los gobernadores han sido hasta ahora los grandes ganadores de este incierto proceso electoral.
Han ratificado su poder y liderazgos ya sea para reelegirse (Neuquén), imponer a sus sucesores (Río Negro) o ganar las primarias (San Juan y Chubut). El desdoblamiento les ha permitido desacoplar las realidades provinciales de las perplejidades de la política nacional, incluyendo los ingentes interrogantes y cuestionamientos que presentan todas las eventuales candidaturas presidenciales. Nuestro sistema de votación, la denostada lista sábana, los hubiera obligado a incurrir en costos y consecuencias que los jefes provinciales no tenían ninguna necesidad de asumir. ¿Para qué correr tantos riesgos si su imagen y consideración entre los votantes de los respectivos distritos eran muy superiores a las de los "grandes" referentes nacionales? Alfredo Cornejo y Gerardo Morales hicieron en Mendoza y Jujuy, respectivamente, lo que a María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta les hubiera gustado, o convenido, hacer. Esa lección fue aprendida por Gildo Insfrán , gobernador de Formosa. Fue después de haber escuchado que su colega sanjuanino Sergio Uñac le pidió, desde Washington, un renunciamiento histórico a Cristina Fernández de Kirchner para permitir la unidad de la oposición y una profunda reestructuración del peronismo.
De mínima, entonces, los gobernadores están logrando consolidar su poder en las provincias. De máxima, intentan influir en la agenda nacional. Y no solo condicionando las decisiones electorales de Macri y de Cristina. En rigor de verdad, finalmente Macri se avino a implementar un paquete complementario de medidas económicas para incentivar el consumo y frenar aunque sea parcialmente el aumento de los precios de los productos de la canasta básica por la presión ejercida por "sus" gobernadores. "Es una gota de heterodoxia en el desierto de ortodoxia a que obliga el acuerdo con el Fondo", reconoció un exfuncionario. Pero es más que nada, y al menos sugiere que el statu quo conducía a un fracaso. Y no solo desde el punto de vista electoral: estaba también en duda la propia perdurabilidad de Cambiemos como coalición. Así, queda también ratificada la influencia de Coti Nosiglia: fue el encargado de advertir en la Casa Rosada el tembladeral que se avecinaba si Macri continuaba aferrado al axioma del "único camino posible".
Esta nueva torsión heterodoxa de Cambiemos responde también a una inesperada reconfiguración de la dinámica política-electoral generada por la irrupción de Roberto Lavagna. Aunque su candidatura no está del todo confirmada, ha puesto en valor el espacio de "centro" en la política argentina. Una hipotética polarización le hubiera regalado a Lavagna, o a otro candidato con credenciales similares, un enorme terreno para crecer. Es lo que algunos esperan que ocurra en EE.UU. si Donald Trump y Bernie Sanders compiten en 2020: que surja una figura moderada, por fuera de los partidos tradicionales, que capitalice la radicalización discursiva con una propuesta de sensatez y unidad. Macri tardó en reaccionar, pero finalmente lo hizo no solo en términos económicos, sino contemplando abrir la fórmula presidencial al radicalismo. Martín Lousteau se perfila como el candidato ideal justamente por su mirada socialdemócrata de la economía y la política.
Es muy probable que de aquí al 22 de junio, cuando venza el plazo para inscribir las candidaturas, algunos gobernadores adquieran un protagonismo incluso más significativo. Las expectativas están puestas, sobre todo, en Juan Schiaretti, que se encamina a un triunfo más que cómodo en su provincia, Córdoba. Como fundador de Alternativa Federal, el Gringo tiene autoridad sobrada para involucrarse de lleno en resolver el gran enigma que afecta no solo al peronismo moderado, sino al conjunto de la oposición: la cuestión de las candidaturas. "Tiene la capacidad de convertirse en el árbitro que defina si no quién es el candidato, al menos cuál es el mecanismo de selección", de acuerdo con un intelectual cercano al lavagnismo. Pero claro, una manera práctica de zanjar esa disputa sería siendo él mismo el candidato. "Tiene ganas", aseguró uno de los principales empresarios de su provincia.
Ya no están organizados en una Liga, como aquella legendaria que solía reunirse en el Consejo Federal de Inversiones cuando agonizaba el régimen de convertibilidad. Pero su poder e influencia están rebasando los límites de sus respectivas provincias y se encaminan a terciar también en la pelea nacional.