Compromiso a largo plazo
¿Por qué algunos países latinoamericanos han comenzado a ser reconocidos internacionalmente por sus logros mientras que otros nos hemos quedado atrás?
Brasil se ha convertido en una potencia regional de la que nadie duda: no en vano es uno de los BRIC, las cuatro economías emergentes que un informe de 2001 de Goldman Sachs identificó como las de mayor potencial global a mediano plazo. Chile, por su parte, ha sido y es un ejemplo de buena gestión elogiado en todo el mundo. Perú está logrando notables progresos en su economía y ha alcanzado la calificación de investment grade en 2009; es el país de mayor crecimiento de la región (por encima del 9% en 2010) y mantiene una inflación anual inferior al 2,5%. Uruguay parece ser el próximo país latinoamericano en sumarse a este grupo de naciones con economías sólidas, prudencia administrativa y un futuro promisorio para su población.
Según datos publicados por la Cepal, en los últimos años estos cuatro países han reducido sustancialmente la proporción de habitantes por debajo de la línea de pobreza e indigencia. ¿Qué es lo que ha caracterizado a estos países latinoamericanos para que alcanzaran estos resultados, mientras otros seguimos dirimiendo conflictos y buscando indefinidamente el camino a seguir?
Evidentemente, no ha sido una cuestión de filosofías "de derecha" o "de izquierda". Todos estos países han tenido y tienen gobiernos de distintas filiaciones y orientaciones políticas. Sin embargo, todos ellos han logrado generar modelos exitosos que tienden a consolidar un proceso de desarrollo que ofrece más oportunidades y una mejor calidad de vida a sus ciudadanos y habitantes. Más aún, varios de ellos han tenido en los últimos años gobiernos de signos políticos bien diferenciados. Probablemente los casos más relevantes en este sentido sean el de Brasil, con Fernando Henrique Cardoso y luego Luiz Inacio Lula da Silva y Dilma Rouseff, y el de Uruguay, con Julio María Sanguinetti y luego Tabaré Vázquez y José Mujica. También debe mencionarse a Chile, donde después de dos décadas de gobierno de la Concertación, Michelle Bachelet fue sucedida por Sebastián Piñera. Esas líneas internas tan divergentes no modificaron las políticas a largo plazo de ninguna de estas naciones. En definitiva, la causa que ha permitido la implementación de estos modelos exitosos es una variable muy sencilla: la racionalidad y continuidad de políticas de Estado en la gestión pública.
Chile, Brasil, Perú y en los últimos años también Uruguay se han diferenciado por "hacer las cosas bien". En todos estos países se han establecido políticas de Estado que luego los sucesivos gobiernos han sabido respetar, asegurando continuidad de proyectos y previsibilidad para el sector privado. Estos consensos básicos han permitido llevar adelante una administración y gestión pública prudente, que avanza permanentemente en un mismo sentido. En Perú, por ejemplo, el equilibrio macroeconómico, articulado con una rápida integración al mercado mundial, ha generado un clima propicio para el notable espíritu emprendedor que distingue hoy a la población de este país, y ha permitido que familias y jóvenes provenientes de sectores medios e incluso bajos se beneficiaran del crecimiento económico sostenido y lo potenciaran a través de la generación de nuevos negocios y la creación de pequeñas y medianas empresas.
Como afirma parte del decálogo de William J. H. Boetcker -erróneamente atribuido a Abraham Lincoln-, la clase dirigente de estos países latinoamericanos ha entendido que "no se puede crear prosperidad desalentando la iniciativa privada", que "no se puede fortalecer al débil debilitando al fuerte", que "no se ayuda a los pobres destruyendo a los ricos". Por el contrario, en estos países se ha comprendido que es imprescindible estimular la inversión porque sólo si se incrementa la generación de riqueza ésta podrá distribuirse mejor.
Por supuesto, no basta sólo con estimular la iniciativa privada: nunca debe desatenderse la función del Estado, que tiene que procurar el desarrollo de organismos reguladores eficientes y profesionales, que eviten el abuso de las posiciones dominantes y promuevan la libre competencia, asegurando un comportamiento ético y socialmente responsable por parte del sector privado. Sin embargo, en estos países latinoamericanos han comprobado que resulta vital estimular la iniciativa privada, que en definitiva se manifiesta en el desarrollo del potencial humano y la generación de riqueza que luego beneficia a toda la sociedad.
En un reciente reportaje televisivo, el presidente de la República Oriental del Uruguay, José Mujica, señaló: "Lo importante del capitalismo no es el capital, sino la gestión".
Quizá sea tiempo de levantar la mirada hacia nuestros vecinos para reconocer sus buenas prácticas y comprometernos con "hacer las cosas bien" a largo plazo y con previsibilidad. Sabemos que este camino requiere humildad, capacidad para ejecutar decisiones difíciles y voluntad para rendir cuentas. Lograr la formulación de políticas de Estado de largo plazo requiere la contribución de los partidos políticos a la construcción de una visión de país. Necesitamos de verdaderos estadistas, capaces de pensar una nación que los trascienda. Uno o dos mandatos presidenciales son tiempos breves para la vida de un país: por eso mismo es necesario que existan compromisos a largo plazo que garanticen continuidad política.
En un año de elecciones presidenciales, éste es el mejor tributo que como argentinos podríamos rendir a nuestra joven patria, bicentenaria desde la Revolución de Mayo de 1810 pero con bastante menos de un siglo si tenemos en cuenta los años de verdadera democracia. En efecto, todavía somos una joven nación y tenemos mucho por aprender para alcanzar la patria que todos anhelamos.
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El autor es miembro de número de la ?Academia Nacional de Ciencias de la Empresa