Desvelada. El diablo está en los detalles
Si Woody Allen se aparece en una muestra que homenajea a Stanley Kubrick, el azar habrá jugado sus mejores dados
Ese día caminamos por Kensington High Street y llegando al extremo sur del parque Holland entramos al Design Museum de Londres a ver una muestra sobre el director de cine Stanley Kubrick. Se cumplían veinte años de su muerte y el museo había decidido embarcarse en una exposición que, en palabras de sus curadores, “contara la historia de Kubrick, el genio meticuloso, explorando su manejo singular del proceso creativo cinematográfico, de narrador a director y editor”. La muestra, que presentaba más de 700 objetos, cartas manuscritas, fotografías, viejos guiones tachados y corregidos, ensayos de logos, cortes de algunas de sus películas más memorables y hasta los pequeños vestiditos celestes que usaban esas tenebrosas gemelas al final del pasillo en El resplandor, tenía lugar para explicar su particular relación con la tarea de hacer cine y también con la ciudad de Londres.
Siempre traté de establecer qué es exactamente lo que me aterra del terror. No es para mí el desastre ya consumado, la protagonista corriendo con desesperación por un pasillo oscuro o Jack Nicholson desencajado hachando la puerta en El resplandor. Para mí sucede mucho antes y es casi intolerable. Está en los detalles. Un dato pequeño que podría pasar casi desapercibido salvo que es ahí cuando el espectador concluye que ya no hay nada más por hacer, que no hay vuelta atrás, que el desastre es inminente y solo queda entregarse al miedo por completo y con suerte sobrevivir. Detalles que parecen inofensivos como la misma frase repetida al infinito en la máquina de escribir de Jack Torrence, ese momento en el que nos damos cuenta que está completamente loco, que ha perdido la cabeza y que está muy, pero muy enojado.
Dicen que Kubrick tuvo a su secretaria Margaret Warrinton tipeando unas 500 páginas con la frase “All work and no play makes Jack a dull boy”, aunque en las tomas los espectadores solo verían la que estaba colocada en la máquina de escribir y algunas de una pila de hojas de papel. Pero lo llevó aún más allá e hizo que Warrington también tipeara el equivalente del manuscrito en cuatro otros idiomas: francés, alemán, italiano y español, para la proyección del film en otros países. Para eso, usó expresiones idiomáticas con significados vagamente similares.
Siempre traté de establecer qué es exactamente lo que me aterra del terror. No es para mí el desastre ya consumado, la protagonista corriendo con desesperación por un pasillo oscuro o Jack Nicholson desencajado hachando la puerta en El resplandor.
Un tiens vaut mieux que deux tu l’auras, o “más vale pájaro en mano que cien volando”, diríamos en español, fue la que eligió para el francés. (Los franceses creen que es suficiente con dos pájaros en la mano y usan dos en vez de cien). En alemán optó por Was du heute kannst besorgen, das verschiebe nicht auf morgen, o algo así como “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”. Il mattino ha l’oro in boca, es decir “al que madruga Dios lo ayuda” para su versión italiana. Y finalmente un “No por mucho madrugar se amanece más temprano”.
Caminando por la muestra entre el público londinense siempre respetuoso e interesado por todo, veo un hombre menudo con una fisionomía que me suena extrañamente conocida. Es invierno y lleva un pantalón de corderoy, un sweater al tono, unos zapatos feos, de persona a la que con los años le duelen los pies, y el clásico gorrito del Capitán Piluso que suele usar Woody Allen.
Los dos estamos tratando de leer más de cerca las anotaciones en uno de los guiones. Cuando miro de costado al hombre noto además que ha decido completar su “look Woody” con los anteojos que le hemos visto usar al actor por más de medio siglo. Un tarado, pienso para mis adentros. A su lado, una mujer asiática más joven le señala otra vitrina con objetos y le dice algo. Mi mente maldita concluye que es una suerte de Mark David Chapman cuya obsesión con Lennon fue tal que antes de asesinarlo frente al Dakota también se casó con Gloria Abe, una mujer japonesa-americana casi como Yoko Ono. El hombre obsesionado con Woody Allen asiente en silencio, pero después comenta algo sobre Kubrick y solo ahí, con su voz resonando a pocos centímetros, es que tengo que concluir que no estoy frente a una vulgar imitación del verdadero Woody Allen sino que, por esas cosas del destino, estamos los tres, junto a Soon-Yi Previn, viendo esta muestra de Kubrick en Londres.
El hombre obsesionado con Woody Allen asiente en silencio, pero después comenta algo sobre Kubrick y solo ahí, con su voz resonando a pocos centímetros, es que tengo que concluir que no estoy frente a una vulgar imitación del verdadero Woody Allen sino que, por esas cosas del destino, estamos los tres, junto a Soon-Yi Previn, viendo esta muestra de Kubrick en Londres.
Cuidando mis modos londinenses en los museos quiero gritar, pero no puedo, y le envío un mensaje a mi cinéfilo marido: ESTOY CON WOODY ALLEN!!!!!! todo en mayúsculas y excesivos signos de exclamación. Pensándolo bien, lo de “estoy” también es excesivo. Me cuenta después que estuvo varios segundos preguntándose qué parte de la filmografía de Kubrick en la muestra haría referencia a Woody Allen. Finalmente me encontró y le señalé mi hallazgo con un revoleo de ojos. Woody Allen se detenía frente a cada objeto y nos quedamos en silencio a su lado, procurando no molestarlo en ese viaje de descubrimiento al modo en que Kubrick hacía cine. Dijo algo, interesante seguramente. No llegamos a escuchar.