El barbijo
Invasivo, incómodo, empañador de anteojos, ocultador de caras y símbolo de una plaga ominosa, el barbijo está destinado a suscitar cualquier cosa menos simpatía. Es cierto que los hay fashion, divertidos, pero no deja de ser, en Occidente (en Asia su uso ya era habitual), un elemento extraño y molesto. Necesario, imprescindible según coinciden los expertos, pero molesto. Pues bien, si, como sospechamos, llegó para quedarse, si vamos a tener que convivir con ese adminículo, es conveniente amigarse con él, encontrarle un costado positivo, además del terapéutico. A eso parece apuntar cierta reflexión que circula en las redes. Dice que no solo previene del Covid: también sirve para "bajar la nariz de quien viva con ella levantada"; bloquear la boca, "hasta entender que es necesario pensar más y hablar menos"; esconder la cara, "para aprender a sonreír con los ojos". Algunos, más audaces, han querido encontrarle una misión igualadora, porque oculta las diferencias; como que ahora todos nos parecemos.
¿Queda así redimido el barbijo? En realidad, no le hacía falta redención. Nació para cuidarnos, no para resultar agradable. Pero, bueno, bienvenidas las consideraciones que ayuden a tolerar a ese invasor.