El bombero loco
El país de los K atraviesa un estado de cosas tan particular que desafía cualquier comparación. Aunque podría intentarse con ésta: para sofocar la humareda provocada en un quincho por unas mollejas arrebatadas por un fuego demasiado vivo, alguien llama a los bomberos. Pero en lugar de acudir tipos corrientes, a los que habría bastado, para dominar la situación, con arrojar un par de baldes de agua, lo hace una partida de bomberos pasados de merca y dirigidos por un demente. Los tipos entran a la casa con el camión y la sirena ululando y destrozan todo a su paso. Y para rematar el estropicio, no sólo arremeten contra la parrilla con el chorro brutal de sus mangueras, sino que también distribuyen hachazos a diestro y siniestro, sin perdonar parrilleros, amigos ni familiares. Y, para terminar, se apoderan del sitio, se comen el asado, se chupan el vino y les echan la culpa de todo a los dueños de casa.
Desde ya que esto no sería sino la versión edulcorada de lo que ha venido ocurriendo en el país desde el 28 de junio a la fecha, gracias a sus extraños gobernantes, que no han dudado en afectar la Constitución, la Justicia, el patrimonio público y privado, la verdad y el sentido común, para recuperar la iniciativa y evitar que se les disperse la hacienda después del traspié electoral. Al punto de que muchos de los que no los votaron hoy no hacen más que lamentarse. Ya que si hasta entonces las cosas no andaban bien y cabía preguntarse por el equilibrio y la idoneidad de los de arriba, a partir de ese día infausto todo ha empeorado de manera visible aunque poco audible, ya que si algo falta son explicaciones, alguien que pare la pelota y diga que vamos para allá, para acullá o, al fin, para algún lado.
Porque si hay algo que preocupa al común es, precisamente, eso. Que a veces parece que esto rumbeara para la izquierda progre, porque son los de ese lado los que sonríen, apoyan y sacan declaraciones, y otros, para la derecha sindicalista, porque Moyano y sus moyanitos aparecen en todas las fotos con los mandatarios; aunque si se atiende a los efectos de lo que está pasando, más bien se barrunta que se va rumbo a un lugar algo aún más incómodo y desagradable, que acaso el Diego, con su reconocida capacidad expresiva, podría llegar a calificar con propiedad. Ya que esa extraña coincidencia de pareceres, entre tipos tan distintos y que aparecen abrazados y sonriendo felices, como lucen ahora, sólo puede darse cuando en realidad están pensando en otra cosa. Y esa cosa no es otra que en lo bien que va a lucir el rival en su ataúd de pino lustrado a muñeca.
En apariencia, a lo que se apunta es a un gran esfuerzo que permita salvar la plata y la cabeza de aquí a 2011 y, a partir de allí, repetir hasta que la muerte los separe. Lo que es ponderable ya que, como se sabe, la peor gestión es la que no se hace. Aunque tal vez deberían frenarse un poco. Porque, es cierto, lo ya acumulado da para varias vidas vividas a lo grande, pero la guita del Fisco se acabará en cualquier momento y Troya puede llegar a convertirse en una hoguera imparable, aun para el bombero loco.
"Maestro -dijo el reo de la cortada de San Ignacio después de ver en los diarios la imagen de la presidenta con fondo del Taj Mahal-, esto es como vivir en Disneylandia, pero dirigida por el cartel del Morro dos Macacos."
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