El disenso irresuelto acecha detrás de la crisis
Un veterano profesor de dibujo, devoto de la técnica clásica, recomendaba a sus discípulos: hay que tomar distancia de la hoja y entrecerrar los ojos para apreciar "los volúmenes de luz y sombra". La intención era abandonar los detalles que impiden ver la esencia del diseño. Del mismo modo, en ciencias sociales se ha mencionado el distanciamiento como precepto para alcanzar esa meta ardua -y acaso imposible- que es la objetividad. Tal vez estos consejos sirvan para apreciar de una manera menos apasionada la crisis actual. Distanciarse significa privilegiar el conjunto histórico subordinando la coyuntura. Para que ese alejamiento sea fructífero debe sin embargo formularse una hipótesis que otorgue coherencia a la mirada. En este caso, adquirir perspectiva es un intento de aclarar un acontecimiento traumático más allá de lo inmediato, buscando dilucidar sus rasgos profundos y qué impide superarlos.
¿Cuál sería esa hipótesis que sirviera de hilo conductor para entender el colapso que afecta periódicamente a la economía y la política argentinas? Es lamentable, pero no existe consenso para responder el interrogante de manera unívoca. Divergen los enfoques sobre el rumbo estratégico y las crisis de este país. Y esas miradas contrapuestas combaten desde hace décadas sin que pueda vislumbrarse quién tiene razón y mayores chances de prevalecer. Los economistas Nicolás Grinberg y Juan Iñigo Carrera han descripto la dinámica de este combate irresuelto con lúcida concisión: "A primera vista, la historia argentina parece signada por la lucha inconclusa entre dos proyectos políticos. Uno, liberal, agroexportador, abierto al capital extranjero. El otro, popular, industrialista, de autonomía nacional. Ora, un proyecto avanza y parece arrollar al otro; ora, la situación se invierte, en un vaivén en el que ninguno de los dos logra el nocaut. Pero de tanto repetirse la escena, surge la pregunta: ¿y si la historia argentina no fuera una pelea de box, sino la unidad coreográfica de los dos que hacen falta para un tango?".
Esta disputa no saldada genera lenguajes cerrados, donde caben solo los argumentos de un bando que son utilizados para invalidar los del otro. En esas condiciones, ¿cómo extraer algún concepto que permita construir explicaciones aptas para desentrañar las crisis? Arriesgaremos uno, conscientes de que no está libre de cuestionamientos: el modelo de acumulación. La columna periodística otorga licencia para aligerar esta idea: el modelo de acumulación podría entenderse como el dispositivo que diseñan los países para crear riqueza. Otra pareja de economistas -Martín Schorr y Andrés Wainer- afirma que la ventaja de este concepto sobre otros es que permite asociar política, economía y sociedad. Según puede interpretarse, la noción que proponen implica un desafío paradójico: cómo crecer en condiciones de igualdad democrática, desigualdad capitalista e intereses de clase divergentes. El modelo de acumulación incluye tres esferas claves de una nación: su matriz productiva, el rol que cumple el Estado y el mapa de las relaciones de fuerza entre sus organizaciones y sectores sociales.
Si se aceptara ese encuadre, podría formularse esta hipótesis: la discordia histórica de la clase dirigente impide definir en la Argentina el perfil productivo de la economía, el papel que debe desempeñar el Estado y los convenios entre los grupos sociales para encauzar la puja de intereses. Irresueltas estas cuestiones, reaparecen periódicamente las crisis, bajo la forma de desequilibrios que amenazan la gobernabilidad y profundizan el estancamiento y la pobreza. Escribió sobre ellas hace unos años Roberto Cortés Conde, con palabras tan actuales: "¿Por qué en la Argentina las crisis se repiten? Algunas veces fueron el resultado de shocks externos. Otras, de la acumulación en el tiempo de desequilibrios internos que terminaron explotando. Las crisis fueron el modo de resolver conflictos que tuvo la sociedad argentina, paralizada por su incapacidad para decidir quién pagaría los costos de volver a la normalidad".
La visión distanciada que aconsejaba el profesor de dibujo arroja estos volúmenes cuando se contempla el diseño argentino: pocas luces, muchas sombras, desacuerdos en el planteo, errores de construcción. El disenso político e intelectual acecha detrás de las crisis sin que nadie quiera ni pueda sintetizar las diferencias. Se necesita bailar un tango, no pelear; suscribir pactos, no ahondar enfrentamientos; mirar al otro con interés por la verdad en lugar de desconfianza; abandonar la omnipotencia y la soberbia, reemplazándola por humildad.
Como la política contemporánea está más cerca de Maquiavelo que de Platón, habrá que ver si las elites argentinas encuentran incentivos para terminar con las crisis recurrentes que desangran al país. Si no es por amor, quizá lo hagan por espanto. La "gente" de Pro y el "pueblo" de Perón, que son una metáfora del desencuentro, aguardan angustiados e impacientes una respuesta.