El hombre que engañó a la muerte
Cree que tiene 66 años, pero no puede asegurarlo. Judío, nacido en Estambul, vivía en Bosnia cuando tuvo que escapar perseguido por el régimen nazi. En su huida debió cambiar varias veces de nombre y de religión, hasta que llegó a la Argentina, donde se reencontró con su madre, que al término de la Segunda Guerra había actuado en Turquía para la inteligencia norteamericana
lanacionarEs alto, de bigotes gruesos y marcada calvicie. Habla un castellano cargado de acento, no de uno, sino de varios de los idiomas a los que debió recurrir para salvar la vida en la Europa controlada por los nazis. Accedió finalmente, aunque con muchas dudas, a recibir a La Nación en uno de los salones de la Fundación Memoria del Holocausto, cuyas paredes repiten diariamente el eco de historias tan terribles y sobrecogedoras como la suya.
Alberto Danon es su nombre, o al menos uno de los tantos nombres que lo acompañaron en una vida terrible, hasta el punto de que no puede ponerse incluso de acuerdo acerca de su propia fecha de nacimiento, aunque piensa que nació en 1933, y que tenía 7 u 8 años en 1941, cuando los alemanes invadieron Yugoslavia.
Danon había nacido en Estambul (Turquía), y se había radicado con sus padres en Bielina, Yugoslavia. Con gesto crispado, el sobreviviente esparce sobre la mesa un puñado de fotos amarillentas que describen aquellos días felices, cuando todavía se podía prever para su familia una existencia tranquila y ordinaria.
"Mi padre, que era judío _aclara_, se había casado con mamá en Yugoslavia. Ella también era judía, pero de origen turco. Se fueron a vivir a Bielina, donde papá era un comerciante próspero que tenía además una fábrica textil. Aparentemente yo nací en 1933 (aunque al ingresar en Israel me anotaron como nacido en 1935).
"Mi padre se llamaba Guido, era un hombre muy grandote y afectuoso, y vivimos felices hasta 1941 en Bielina, que estaba ubicada en Bosnia, entre Sarajevo y Belgrado. Allí la mayoría de la población era musulmana, de origen turco, pero también había croatas y serbios, además de alemanes que habían pertenecido a la administración en tiempos del imperio austrohúngaro, y una colectividad judía que vivía en el lugar sin ningún tipo de problemas."
Danon se quiebra. Mientras muestra una por una las fotografías de reuniones familiares de aquellos años y aclara que sólo ha aceptado hacer esta nota para dejar constancia de que todas esas personas vivieron alguna vez, antes de que las mataran los nazis .
"Vivíamos bien en Bosnia los judíos _asegura_; nunca tuvimos problemas hasta la llegada de los alemanes. El hecho de que la mayoría de los judíos estábamos cómodos y no teníamos dificultades explica por qué los alemanes los pudieron matar a casi todos tan rápidamente." Nunca pensaron que nada malo podía pasarles allí. Estaban perfectamente integrados con la población. Bielina era un lugar muy tranquilo, como si fuera el Lanús de tiempo atrás. En Yugoslavia, por ese entonces, se vivía una vida muy sencilla. Se viajaba todavía en carros tirados por caballos.
"Nosotros teníamos una casa que para la época y el lugar era de lujo _continúa_, pero, por ejemplo, carecíamos de gas natural. Papá tenía su fábrica, pero no un auto, como sus hermanos que estaban ubicados en Belgrado. Los inviernos eran muy crudos (de hasta 20º bajo cero) y mi familia guardaba en el sótano los tulipanes. Era costumbre, además, como no había heladeras, guardar también en el sótano la carne, la carne ahumada y otros alimentos."
La quinta columna
Danon recuerda que en 1941, cuando llegaron los alemanes a su pueblo, no hubo combate previo alguno. "No hubo combates, porque el ejército yugoslavo se retiró. Había traición dentro de sus filas. Unos pocos días antes de la guerra, mi padre había estado tomando vino (la única vez que lo vi hacerlo) con un grupo de soldados yugoslavos que proclamaban a los gritos: "Mejor la muerte que el pacto" o "Mejor el exterminio que la esclavitud". A pesar de ello, la quinta columna era muy poderosa. Muchos croatas y musulmanes trabajaban para los alemanes, y una vez que éstos invadieron el país colaboraron con las tropas de ocupación. Los serbios, en cambio, eran tan maltratados como nosotros, los judíos. Yo llegué a ver cómo a muchos aldeanos de origen serbio los llevaron a una plaza en Bielina, los colocaron frente a un muro y los fusilaron."
La tranquila vida de la familia de Alberto Danon se trastrocó por completo con la llegada de las tropas alemanas a Bielina. De pronto, los pacíficos vecinos de origen alemán con que habían convivido en paz por tantos años, aparecieron súbitamente vestidos con relucientes uniformes de la Gestapo, colaborando eficientemente con las tropas de ocupación. "A los judíos nos humillaban de todas formas _recuerda_, mi mamá tenía que ir a lavar los pisos en el cuartel. Mi padre barría las calles, y yo lo ayudaba recogiendo los puchos. A las mujeres las obligaban incluso a lavar los cordones de la vereda (lo que nunca antes se había hecho). Como los judíos no podíamos comprar comida, la conseguíamos de contrabando, o si no, revisando en los tachos de la basura".
Para Danon no había diferencia en el grado de brutalidad desplegado contra los judíos y serbios entre las tropas regulares alemanas y las de las SS. "Todos eran igualmente salvajes _afirma_, yo sólo los distinguía por la placa cromada del uniforme de los SS. Primero, saquearon y se apoderaron de los negocios y las tiendas de los judíos. Todas las casas tenían que tener dibujada una estrella de David sobre la pared.
"Todas las noches se sentían los golpes en las puertas de las casas _continúa_, los gritos y las patadas y golpes con que las derribaban. Los hombres de la SS rompían todo, saqueaban lo que podían y cuando se cansaban se iban. No necesitaron encerrarnos en un gueto o llevarnos a campos de concentración porque en muy poco tiempo mataron a todos los judíos del pueblo. Los mataban en la puertas de sus casas, ante la vista de sus familias. Yo quedé muy impresionado cuando vi arrojar a un bebe al aire y ensartarlo con una bayoneta en la puerta de su casa, mientras su madre lloraba como loca. Hasta el día de hoy no puedo resistir los gritos porque me hacen recordar aquellas requisas nocturnas de los alemanes. Me cuesta a veces observar cómo un chico (mis propios nietos, por ejemplo) no pueda entender lo que es una violación o un saqueo. Yo, a los 8 años, lo sabía muy bien."
A los judíos que no fueron ejecutados en las semanas posteriores a la ocupación los esperaba un destino peor: el campo de concentración de Jasendval (en realidad un conglomerado de barracas abandonadas por el ejército serbio en su retirada). Este campo fue administrado al principio por los nazis, delegando luego su horrenda función a los ustashis croatas de Ante Pavelic, que continuaron su brutal tarea con la misma dedicación que los alemanes, ensañándose con los serbios.
El amigo alemán
"Tales fueron los horrores que se cometieron contra los serbios (también realizados con alguna colaboración de los musulmanes) _aclara Danon_ que uno entiende (aunque no justifica, claro) la limpieza étnica que emprendieron éstos en el conflicto reciente en la región."
Para completar el horror, Danon se retuerce de ira al recordar a un vecino alemán, que había sido muy amigo de su padre antes de la guerra. "Ni bien llegaron las tropas nazis, este señor, que se llamaba Laitnberg, se apareció con el uniforme de la Gestapo y vino personalmente a casa, donde junto a 5 o 6 delincuentes más, violaron a mi madre mientras nos tenían a mi padre y a mí encañonados con sus armas."
"Cuando llegó el verano _rememora_ estábamos un día comiendo al aire libre y llegó apurado un primo de mi padre diciendo: "Guido, te están llamando para que te presentes en el campo de Jasendval". Mi madre empezó a gritar diciendo: Guido, escapate, escapate."
Danon recuerda que su padre llevaba entonces (como todos los judíos del pueblo), con mucho orgullo, una letra "J", que eran obligados a portar, además de la estrella de David en color amarillo. Afirmó que él no se escaparía, que iría junto a todos sus hermanos. "Yo lo acompañé al campo _agrega Danon_; fue la última vez que lo vi con vida. Lo miraba con admiración. Pasamos al lado de una iglesia. El nazi del puesto de guardia le gribaba: Judío, judío y lo escupió. Mi papa se limpió y le enseñó con orgullo el brazalete que lo idenficaba como tal".
Alberto Danon acompañó a su padre hasta la puerta del campo, y luego fue separado de él. De todas formas logró escurrirse entre la gente del lugar, que era un simple grupo de barracas militares rodeadas de árboles, y no la característica edificación de los campos de concentración nazis. De alguna manera se arregló para llegar a ver cómo su padre era introducido en una casilla. Desde allí éste alcanzó a gritarle: "Decile a mamá que prepare morrones rellenos". Como pronto comprendió, se trataba de una clave, y cuando el niño llegó desesperado a su casa con el mensaje, su madre prorrumpió en un profundo llanto. Sabía que no volvería a ver con vida a su marido.
"Mi madre intentó todo para salvarlo _afirma Danon_; hasta le pidió al jefe de la Gestapo local, el falso amigo de mi padre . Todo fue en vano."
A partir de ese momento, la madre de Danon se obsesionó por salvar a su único hijo, e intentó fraguar para él un cambio de identidad y de religión. Como ella era ciudadana turca, gestionó y obtuvo papeles para registrar a su hijo como musulmán, y contar con un pasaporte turco para los dos (no sería la última vez que Danon adoptara a la fuerza otra religión, ya que para poder entrar en la Argentina en la década del cincuenta se haría pasar por católico).
Toda esta artimaña hubiera resultado inútil sin la anuencia del jefe de la Gestapo local, que decidió dejarlos ir, quedándose con todas sus propiedades (la casa, la fábrica, etcétera). Así, juntando unas pocas cosas en un carrito de dos ruedas emprendieron la marcha. "Lo único que yo tenía _recuerda Danon_ era un perrito. Se lo regalé al cartero del pueblo y le pedí que me lo cuidara hasta que volviera a buscarlo. Nunca más lo vi, ni regresé a Yugoslavia".
Trepados arriba de carros tirados por caballos, caminando a veces, madre e hijo llegaron como pudieron a Belgrado. Allí, en la estación, su madre se apartó para presentar a las autoridades nazis los papeles de ambos. El niño se quedó solo, en medio de una inmensa estación dónde sólo se veían los uniformes militares de las tropas alemanas que bajaban y subían de los trenes. Alberto Danon, de sólo 8 años, permaneció sentado en el andén hasta que un soldado de las SS se le acercó y lo tomó de los hombros. "Yo empecé a llorar _recuerda_. Pensé que me iba a matar, como a los demás judíos. Como todo se aprende en la vida, y a mentir también, lo empecé a hacer enseguida. Le dije que me había perdido de mi mamá, que no sabía dónde estaba, que no tenía idea por qué estaba allí".
En ese momento, la madre de Danon que volvía con sus papeles sellados, vio a su hijo sostenido por el soldado de las SS y se largó también a llorar. El niño ni la saludó ni hizo gesto de reconocerla, temiendo que le hicieran algo. Finalmente, el soldado germano devolvió sonriente al niño a su madre, sin sospechar, seguramente, que acababa de salvarle la vida a un judío.
En tren pudieron viajar luego hasta Bulgaria. "Nada es gratis _señala Danon_ y como no llevábamos ningún dinero, lo único que tenía mi madre para dar era su juventud, y eso es lo que tuvo que hacer, prostituirse para que pudiéramos seguir el viaje. Comíamos cualquier cosa: ratas, raíces, papeles, todo lo que se pudiera poner en agua caliente y chupar. También se comían los muertos después de los bombardeos. A los judíos, en la práctica, no nos permitían comer, porque no podíamos ir a los negocios a comprar provisiones."
Tras un penoso trayecto, que incluyó todo tipo de padecimientos y el constante temor de ser descubiertos y desenmascarados, Alberto Danon y su madre llegaron por fin a Turquía, donde pudieron ponerse en contacto con su abuela y otros familiares. Por aquellos años, este país oscilaba en su actitud ante los bandos en guerra.
Tras el inicio de la batalla de Stalingrado, en 1942, pareció que los alemanes iban a vencer a Rusia, y ésa fue la señal para que el gobierno turco, hasta entonces neutral, empezara a tomar medidas punitivas contra los judíos en su territorio, así como contra los griegos, y por supuesto, los armenios. Empezó entonces el traslado de los judíos a los campos de concentración (no de exterminio, como los de los alemanes).
Al rescate
Providencialmente, por aquellos años había una organización judío-norteamericana que se ocupaba de rescatar a niños de ese origen atrapados por los nazis en Europa. Así que en el caso de Turquía, le dieron al gobierno de ese país una importante suma para poder sacar de su territorio a esas criaturas, que serían enviadas a Palestina. Como no podían rescatar a más de 20 niños por mes, trataban de salvar a los más pequeños, a los más indefensos.
"Yo y otros chicos de mi edad nos enteramos y tratamos de obtener los papeles para salir del país. Mi madre no sabía nada de todo esto, recién se enteró la noche en que viajaba. Mi mamá lloró mucho, pero como veía muy bien lo que se venía en Turquía me dijo: "¡Salvate!". Muchos años después, recién a fines de la década del cincuenta, volvería a verla". (Con el tiempo, Danon supo que al final de la Segunda Guerra su madre había actuado en Turquía para el servicio de inteligencia norteamericano.) Danon podría viajar solo, sin su madre, a Palestina, donde hizo el servicio militar, peleando en dos guerras contra los vecinos árabes: la de 1948-49 y la de 1956. Por medio de la correspondencia que mantenía con su abuela residente en Turquía pudo ir armando el rompecabezas descalabrado que había sido su infancia.
Hasta el día de hoy a Alberto Danon lo sobresaltan los gritos, los golpes. Para él no son sólo datos de la ruidosa rutina moderna. Teme las fotografías (como lo atestigua lo que costó a La Nación y al experimentado personal de la Fundación Memoria del Holocausto convencerlo de que al menos mostrara su silueta en contraluz); pues todavía piensa que algún nazi recalcitrante puede reconocerlo y hacerle pagar caro sus recuerdos.
Para sobrevivir debió cambiar muchas veces de nombre e identidad, llamándose Romano, Omar, Alberto, Leonardo (un nombre, una religión y un pasaporte para cada circunstancia, para cada peligro), debiendo además cambiar varias veces de credo para moverse por una Europa controlada por los nazis y sus aliados, o por el desconfiado y cerrado mundo de la posguerra.
Preguntado sobre qué religión practica, después de haber debido aceptar a la fuerza tantas, Danon es categórico: "Ninguna, pero aun no siendo practicante, yo me siento judío. Nunca tuve problemas, eso sí, de compartir la mesa con musulmanes o con curas católicos (fui muy amigo de varios de ellos aquí en la Argentina), moviéndome con respeto y comodidad en las fiestas y rituales de todos los cultos. No me pasa lo mismo con los alemanes. Hasta el día de hoy, cuando me cruzo con alguno, me pregunto qué edad tendrá ahora, y cuál tendría entonces, y espero, en cada gesto, reconocer al posible verdugo de mi padre."
© La Nación
El sobreviviente
- Desconsuelo: en Bosnia se gestó en Danon un sentimiento de culpa por ser el único de su familia que sobrevivió.
- Memoria: "Lo que hago, al contar mi historia, es por mi padre y por toda esa gente que figura en las fotos y que mataron los nazis".
- En la Argentina: Danon vino a la Argentina en la segunda mitad de la década del cincuenta.
- Abundancia: "Cuando llegué al país me asombró poder comerme un pan de manteca por día, y conocí el jamón cocido y el jamón crudo".
- Bautismo obligado: debió bautizarse en el catolicismo para obtener la radicación en la Argentina.
- Cazador de nazis: aprendió alemán y frecuentó círculos alemanes con la esperanza de encontrar a los asesinos de su padre.