Eudeba publica Confidencias, volumen que reúne, a cien años de haber sido escritos, papeles de trabajo de un texto inédito de Hipólito Yrigoyen. Aquí un anticipo
En 2016, el Museo Casa Rosada recibió una donación de objetos pertenecientes al expresidente Hipólito Yrigoyen. Luciano de Privitellio, director del museo, descubrió que, entre ellos, había papeles de trabajo de un libro inédito de Yrigoyen. Tras dos años de trabajo, ese material se convirtió en Confidencias, libro que por estos días publica Eudeba. Aquí, el prólogo donde Sergio Sepiurka reconstruye la curiosa sucesión de hechos que derivó en el hallazgo.
Durante 86 años, los borradores de este libro permanecieron guardados, luego de que Hipólito Yrigoyen -en las vísperas del golpe de Estado que lo derrocó el 6 de septiembre de 1930- se los confiara a algunos amigos para preservarlos de la segura destrucción de la que habrían sido objeto en su casa.
Al contador José Alfonso Gómez le tocó en suerte retirar diversos escritos mecanografiados por él mismo bajo el dictado de Yrigoyen -que incluían las 300 hojas que salen ahora a la luz en esta obra- junto a un enorme retrato donde luce la banda presidencial y objetos de uso personal.
"Llévelas y guárdelas, que algún día estas cosas volverán a estar en su lugar", fue el último y dramático pedido del presidente a su amigo y colaborador. Un pedido que marcaría su vida y la de su familia. José Alfonso Gómez escondió el cuadro -el objeto más voluminoso- en casa de unos vecinos italianos de la Boca, quienes lo ocultaron detrás del respaldo de una cama. Esa misma noche, Gómez dejó a su esposa Albina y a su único hijo Claudio de 11 años, y huyó a bordo de un barco al Uruguay. A bordo es una forma de decir, porque se trataba de una embarcación pequeña que resultaba insuficiente para soportar el peso de todos los exiliados, por lo cual muchos de ellos se turnaban para viajar sumergidos, de modo de ser arrastrados a la deriva por la sobrecargada nave.
Hasta el fin de sus días, José Alfonso sufriría las consecuencias de aquel enfriamiento que afectó seriamente su salud. En Uruguay, trabajó en una cantera de granito, se reencontró al tiempo con su familia y, algunos años después, regresaron juntos a la Argentina donde recuperaron el cuadro. Hasta la década de 1950, llegaba los domingos a comer pastas, al hogar de los Gómez, el exvicepresidente Elpidio González, quien por entonces había renunciado a la pensión que le correspondía y se ganaba la vida como vendedor de ballenitas para los cuellos de camisa y de las afamadas anilinas Colibrí.
Almorzaban todos juntos frente al retrato de Yrigoyen, un óleo espléndido de B. Espinach que se conservó en el seno familiar hasta la primavera de 2016, cuando fue donado al Museo Casa Rosada como parte de las celebraciones del centenario de su primera Presidencia (12 de octubre de 1916).
También fueron donados al Museo Casa Rosada un tintero, un bastón de uso personal y estos escritos -mecanografiados por triplicado- que la familia creía publicados en Yrigoyen. Mi vida y mi doctrina (Editorial Raigal, Buenos Aires, 1957), a partir de la copia aportada por el dr. Horacio Oyhanarte.
Reliquia patrimonial
Una segunda copia fue quemada la noche del golpe de Estado, y la tercera se publica aquí completa. Tuve el honor de ordenar estas páginas -que creía conocidas- la noche en que la anciana Úrsula (viuda del hijo de José Alfonso Gómez), me recibió con té y scones junto a su sobrina Amparo.
Semanas después, Luciano de Privitellio [historiador y director del Museo Casa Rosada] confirmó que los escritos eran inéditos y, amablemente, me invitó a relatar en estos párrafos la curiosa trama que nos condujo al rescate patrimonial que iniciamos desde la ciudad de Esquel (Chubut), a bordo de nuestro querido ferrocarril La Trochita.
[...] Un guía de turismo de Puerto Madryn, Armando Molina, nos contactó en 2011 con Amparo Cataldi, docente jubilada de la provincia de Buenos Aires, quien cedió gentilmente una hermosa colección de fotografías de su padre que retratan las vivencias y los afectos que cosechó a lo largo del ramal.
Mariano Cataldi había nacido en Buenos Aires en 1913. En 1932, se refugió en la Patagonia, perseguido por realizar, en la imprenta de su padre, panfletos que apoyaban al depuesto presidente Yrigoyen. Mariano trabajó como oficinista y pagador del ferrocarril hasta la finalización del ramal.
Eran épocas en que llegaban sacerdotes a los pueblos o campamentos para evangelizar, bautizar y casar a sus habitantes; los empleados y obrerosdel ferrocarril cumplían con el rol de padrinos o testigos, como le tocó a su padre. Luego de que el ferrocarril llegó con sus vías a Esquel (1945), Mariano se radicó en Mendoza donde, al poco tiempo, conoció a María Margarita Loncarich, cuyos padres la hacían acompañar en sus paseos por su hermana menor, Úrsula, tal como se acostumbraba en aquellos tiempos. Un día Mariano llegó acompañado por un amigo, Claudio Alberto Gómez. Ambos eran radicales y ferroviarios. Mariano llegaba a Mendoza desde el Sur, y Claudio, desde el Norte. Muy pronto se casaron con las hermanas Loncarich, y todos fueron familia. La vida y el ferrocarril llevaron a los flamantes matrimonios a Buenos Aires. El padre de Claudio había sido contador del presidente Yrigoyen.
Cuando falleció a causa de una enfermedad respiratoria, Úrsula conoció a través de su suegra los detalles de aquella amistad. Y, entonces, la viuda del contador le confió a su único hijo Claudio y a ella -Úrsula, su esposa- un cuadro, papeles y objetos personales que el presidente Yrigoyen había entregado a su esposo el día anterior al golpe, sabiendo que su casa sería desvalijada. Y ellos los cuidaron durante 86 años. El 25 de mayo de 2015, celebramos el 70° aniversario de la llegada de La Trochita a Esquel con una muestra fotográfica en la que presentamos la colección Cataldi. Y, en febrero de 2016, Amparo llegó a Esquel para conocer el tren y los paisajes de los que le habló su padre hasta el final de su vida.
Viajó en micro y trajo el cajón de dinamita que Mariano usaba (vacío, claro está) como mesita de luz en los sucesivos campamentos de obra. Pero si el cajón vacío de dinamita nos conmovió aquel día con las historias que guardaba, la historia del retrato presidencial me desveló. "Es un hermoso retrato de Hipólito Yrigoyen de cuerpo entero, con su banda presidencial -me dijo Amparo en Esquel- que mi tía Úrsula tiene en el living de su casa. Su marido lo protegía con barniz hasta que falleció; sus hijos también murieron. La tía tiene 90 y no sabe qué hacer con él". Presentí su autenticidad y sentí angustia de solo pensar que el cuadro pudiera malograrse o caer en manos desconocidas. Al escuchar su historia, me ilusioné con una idea: ¿Qué mejor homenaje a Yrigoyen que su retrato entre a la Casa Rosada en el centenario de su asunción?
Misión cumplida
Sugerí a Amparo que hablara con su tía para proponerle la restitución del valioso objeto que ella poseía al Museo Casa Rosada, para lo cual le ofrecí colaboración. ¿Qué otra cosa hacer con él a esta altura de su existencia? Cualquier cosa menos venderlo como le habían sugerido tantas veces. Amparo habló con Úrsula, y nosotros, con la Secretaría General de la Presidencia de la Nación de la que depende el Museo Casa Rosada. La confianza abrió puertas. Y el espíritu del Sur de La Trochita, origen y destino de esta historia, hizo que las cosas volvieran a estar hoy en su lugar.
Días después los funcionarios del Museo visitaron a Úrsula Loncarich y quedaron encantados y sorprendidos con las dimensiones y la calidad del retrato que presidía la mesa familiar del pequeño living. Bastaba entrar allí y escuchar a Úrsula para creer y emocionarse con su historia.
Enseguida recibimos una nota conceptuosa del lic. Luciano de Privitello, que decía: "Como historiador y, aún más, como ciudadano, no puedo sino agradecerle infinitamente su gestión para que el Museo disponga del retrato de don Hipólito. Ya puedo decirle que en este momento el Museo está cerrado porque se está curando integralmente para renovar por completo su guion, y que se ha reservado un lugar relevante en él para exhibir el cuadro. Es un lujo para el patrimonio del Museo Casa Rosada disponer de la obra, y su gestión para que eso suceda debe ser para usted motivo del mayor orgullo".
No había tenido oportunidad de revisar los papeles que días después me confió Úrsula cuando viajé finalmente desde Esquel para conocerla. Volveríamos a encontrarnos el 21 de septiembre cuando fue retirado el cuadro de su casa -que ella acompañó hasta la puerta- y el 12 de octubre, en Olivos.
Al entregar los textos, el retrato y los objetos, Úrsula brindó en su propia casa un conmovedor testimonio que fue grabado por la TV Pública.
Unas pocas palabras suyas resumen muy bien su eje: "Cuando yo vi ese retrato y conocí su historia, fue como si me hubiera enamorado del cuadro... Mi marido decía siempre que Yrigoyen le había pedido a su padre: 'Lléveselo Gómez, que algún día este cuadro volverá a estar en su lugar'".
Y, de un modo admirable, Úrsula cumplió con la voluntad del derrocado presidente. Sobrevivió a su marido y a sus hijos que, años atrás, rechazaron ofrecimientos de compra del retrato y lo preservaron. Cuando ellos murieron, Úrsula pidió una opinión a su sobrina para decidir su destino. Tenía una misión que cumplir y lo hizo. Para el 12 de octubre de 2016, el presidente de la Nación Mauricio Macri la había invitado con su familia a la residencia oficial para agradecerle y celebrar, junto a la dirigencia del partido radical, el centenario de la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen.
Antes de la ceremonia, Úrsula, que tenía 90 años y una salud deteriorada, se sintió descompuesta y se retiró. Esa noche fue internada y falleció 40 días después, feliz de haber cumplido su misión. El retrato del expresidente -tal cual su deseo- ya estaba donde tenía que estar: en la Casa Rosada.