
El narcomenudeo y la violencia social
Huxley decía en Un mundo feliz que la “dictadura del futuro no necesitará de bayonetas y de métodos de terror... bastaran seducción, drogas y publicidad”. Esta será, sostenía, la verdadera revolución totalitaria en donde los hombres amarán a sus controladores o Amos. No habrá familias ni hogar (tema hoy clave) y la eutanasia será una forma social porque los “viejos” deben ser eliminados. La cultura apelará a la “hipnopedia” (repetir una y mil veces mentiras transformándolas en verdad) como forma de adoctrinamiento desde la niñez y drogas mágicas disiparán todas las tristezas. Sueño literario (de 1932) pero que remite a realidades de hoy.
El narcomenudeo cumple el sueño de Huxley: dominación de miles, esclavitud hacia los amos, distribución continua y naturalización del uso de estupefacientes a través de una hipnopedia planificada.
La distribución de drogas a través del narco-menudeo tiene distintas vías y tiene que ver con la expansión creciente del consumo, su naturalización y la consiguiente aceptación social como una nueva pauta cultural sin tener en cuenta daños y consecuencias. Progresivamente el tráfico de drogas se une al crimen organizado, como ocurre en Rosario y en distintas zonas del AMBA y del país. La ausencia de políticas preventivas y asistenciales masivas va unido a esta naturalización del consumo y al avance del deterioro humano y la vida comunitaria.
Los intentos de legalización de la marihuana, como el realizado en Uruguay, llevaron al aumento del consumo de otras drogas, como la cocaína, que hacen figurar a ese país en el primer lugar de ingesta en América Latina junto a la Argentina. Además, en Uruguay la marihuana es más barata en el mercado ilegal que en las farmacias. La legalización inició una etapa más critica por el aumento del consumo de todas las drogas y el aumento del mercado marginal.
A principios de los 2000 nuestro país sufre una invasión de oferta de sustancias; todo esto es paralelo a la emergencia de una “América no soñada” (la producción de drogas en Bolivia, Colombia, Perú, México ha aumentado y Venezuela parece ser un “corredor” de traslado) y así aumenta la demanda por motivos sociales, culturales, familiares y de crisis de identidades colectivas. A mayor demanda se diversifica la oferta y gran parte de los problemas de seguridad tienen que ver con la “toma de territorios” y la necesidad de tener dinero u objetos para “transarlos” por drogas.
El vecino en muchos sitios vive acorralado temiendo el asalto artero de personas que además tienen alteraciones cerebrales y psiquiátricas con explosiones de violencia. De 2010 al 2017 la visibilidad en los barrios de lugares de venta sube del 30 al 45%.
El narcomenudeo adquiere, así, características cada vez más novedosas. Aumentan los puntos de oferta por una ley económica (Wapp, Instagram, Facebook, delivery a domicilio, etc.) y se convierten en instrumentos tecnológicos útiles para la proliferación de la enfermedad, sin tener en cuenta consideraciones éticas y de salud. El “after beach” actual tiene no solo incidencia en la transmisión del Covid; sino que implica una clientela enorme para estimulantes y su venta.

Y estas características novedosas lo son más en épocas de pandemia. El joven (habitualmente) consumidor necesita dinero y revende a otros y con ello asegurando así su propia dosis. Esto sucede ya en todas las clases sociales; aspecto novedoso ya que esto ocurría habitualmente en lugares de alta vulnerabilidad social.
Las “cooperativas familiares” de venta y producción son una realidad, así como también las plantaciones de marihuana en jardines que sirven a los fines de consumo personal o en mini-emprendimentos de venta barrial o trueque por otras sustancias.
El narcomenudeo forma parte del negocio de distribución y el adicto es una parte de este engranaje, además él mismo se oferta ya que su necesidad es imperiosa por los compromisos de su personalidad con el consumo y los cambios electro-químicos cerebrales que aumentan la apetencia adictiva (disminución de los controles del lóbulo frontal y la urgencia de los sistemas de recompensa y placer).
Otro de los elementos en juego es la vigencia de los llamados “aguantaderos” en distintos barrios ; se habilita un lugar (departamento-casa) y para entrar hay que traer drogas, que cuando se acaban tienen que retirarse.
Asi van aumentando las violencias sociales y las enfermedades neuropsiquiátricas.
Especialista en adicciones, doctor en psicología, profesor emérito de la Facultad de Medicina de la Universidad de El Salvador