El papel de la escuela en Santa Fe
En las últimas décadas la escuela del ciclo básico y del nivel polimodal ha debido afrontar tareas y compromisos que están más allá de sus funciones tradicionales. Los graves problemas que han ido abrumando al país obligaron a que la institución escolar tuviera que cumplir otras misiones, como la de satisfacer demandas de alimentos que los alumnos no podían recibir en sus casas. Esto ha ocurrido -y ocurre, sin que nada permita suponer que tal práctica desaparecerá pronto- en muchos establecimientos urbanos y rurales.
Al mismo tiempo, el auge de la violencia, enconada muy particularmente con la minoridad, creó el compromiso de que la escuela actuara como órgano de contención afectiva ante situaciones que reclamaban una protección y un trato especial para niños y adolescentes en riesgo.
Pero lo referido no es todo. Basta pensar en la tarea que debe asumir la escuela en Santa Fe, tras la desastrosa inundación sufrida. Algunos datos numéricos indican la magnitud de los problemas: el 20 por ciento de los alumnos del Gran Santa Fe -aproximadamente 35.000- deberá cambiar de escuela. Antes de la inundación eran 318 los edificios donde funcionaban, en distintos turnos, 490 establecimientos. De éstos, en la actualidad, sólo 175 estarán en condiciones de recibir alumnos el próximo lunes, cuando se reanuden las clases. En 24 edificios todavía hay problemas de agua; otros 12 se consideran de muy difícil reparación y más de un centenar se han convertido en asentamientos provisionales de evacuados, sin que en lo inmediato haya posibilidad alguna de que puedan dejar de prestar esa función.
En este cuadro de marcadas restricciones, la reubicación de los menores es una labor por demás ardua y se calcula, además, que alrededor de 15.000 niños de entre 5 y 12 años no podrán recibir asistencia educativa en el corto plazo, porque las adversas condiciones de los asentamientos provisionales en que viven imposibilitarán de hecho su escolarización, o la dificultarán al extremo.
Lo descripto apenas si dibuja un aspecto del drama que sobrelleva la zona castigada. Se trata de circunstancias que padecen muchas familias y sus niños, y también no pocos docentes, protagonistas igualmente de penosas experiencias. Sucederá, pues, que al reanudarse las clases, maestros y alumnos tendrán una jornada de honda emotividad, en la que se advertirá la dura realidad que ha de encarar la escuela. Con buen criterio la Unicef recomendó la pronta reanudación de las actividades porque es indispensable rescatar a los chicos del ambiente depresivo en que se hallan. Es menester que ellos hablen, que vuelvan a escuchar otras voces y que puedan dar curso a inquietudes postergadas.
Una gran tarea espera, por lo tanto, a los docentes que deberán sobreponerse a sus carencias y preocupaciones, buscar la integración de los temas de aprendizaje con la realidad y procurar gradualmente que los alumnos empiecen otra vez a sentirse útiles, a alentar proyectos, a jugar y a rehacer -aunque sea parcialmente- los parámetros de su vida normal.
Felizmente hay mucha solidaridad y acción coordinada con otros profesionales, como médicos, psicólogos, pedagogos y asistentes sociales que colaboran con los maestros. Corrobora esto que en las situaciones críticas suelen manifestarse las disposiciones mejores de los seres humanos para elevar el ánimo a pesar de la adversidad y para fadquirir fortaleza contra el infortunio. La docencia de Santa Fe, siempre muy bien valorada, tiene la ocasión de asumir la acaso más alta misión de su prestigiosa trayectoria. Ahora no sólo debe enseñar sino, a la vez, rescatar a los niños de la calamidad sufrida, ayudarlos a rehacerse y a reavivar esperanzas.