El peronismo y su película en continuado
Como en La invención de Morel , del genial Bioy, el peronismo recrea su historia con remakes involuntarias. La misma película vuelve a proyectarse una y otra vez. El déjà vu es constante.
Otro gobierno justicialista con otra presidenta mujer fue atravesado por su momentánea ausencia, delegación del mando y regreso al cabo de algunas semanas, sin mayores cambios en los rumbos político y económico con la urgencia que requerían esos momentos. María Estela Martínez hizo una pausa en su crispada labor presidencial, entre septiembre y octubre de 1975. Durante cinco semanas la reemplazó en el cargo el presidente provisional del Senado, Ítalo Luder.
Al regresar, la viuda de Perón sólo había cambiado de peinado y dejado atrás el luto. La estridencia no la abandonó. Frente a las adversidades que enfrentaba su gestión prefirió amenazar con convertirse en la "mujer del látigo". Sólo hizo unos retoques ministeriales. Lamentablemente no bastaron.
En un contexto muy diferente (con una inflación mucho menos abismal que entonces y, por sobre todo, sin la tremenda violencia política de aquellos tiempos), Cristina Kirchner acaba de regresar en dos fases. El lunes se presentó en un marco intimista y casi ingenuo, que inspiraba compasión, con una estética de comunicación menos dura, en la onda que propuso Desde otro lugar , el ciclo trunco que la tenía como entrevistada estable con conductores rotativos. Dos días más tarde retomó en parte su tono y temas habituales, aunque menos belicosa, en dos discursos consecutivos tras la jura de los nuevos funcionarios, por primera vez con decorativos jóvenes a sus espaldas.
En poco más de tres semanas, la Argentina pasó por cuatro sucesivos tsunamis informativos que fueron borrando sus efectos unos con otros. A los resultados electorales adversos para el Gobierno en los principales distritos del país, le sobrevino en menos de 48 horas la conmoción por el fallo final de la Corte sobre la ley de medios. Después, el narcotráfico copó la parada hasta que el regreso de la Presidenta y los cambios en su Gobierno también lo dejaron atrás.
Así de intensos se presentan los temas trascendentales en la Argentina de hoy, siempre en una vorágine fugaz y aluvional donde una noticia desplaza a la otra. Por más que la sobredosis informativa venga en confusa avalancha, nada está destinado a perdurar. El dramatismo histriónico con que son presentados los grandes titulares pronto se diluyen y, encima, mientras duran, son atravesados con similar persistencia por temas menores impuestos por comandos chimenteros que se viralizan en cadenas virtuales.
En la semana que pasó, el periodismo oficialista fluctuó entre el desconcierto y las reverencias hacia los recién llegados. Los voceros gubernamentales respiraron más aliviados sólo cuando la Presidenta retomó con más ímpetu la actividad oficial en un registro más acotado que el que tenía antes de las seis semanas de receso que le impusieron sus distintos problemas de salud.
Es que el lunes Cristina Kirchner todavía parecía convaleciente y se mostraba apolítica y hasta demasiado atenta a su perro bolivariano Simón y al pingüino de peluche, que remitía a una militancia en modo Paka Paka. Subrayó esa impresión que los sucesivos cambios dispuestos en el elenco oficial fueran anunciados de manera telegráfica por el vocero presidencial durante dos días consecutivos, lo que parecía prenunciar un mecanismo de comunicación descentralizado y escueto.
El martes, la tapa de Página 12 eligió poner el foco en una "CFK recargada" que, a esas alturas, todavía parecía sobredimensionado. Los recambios ministeriales fueron recibidos con sobriedad en las filas periodísticas kirchneristas, sin enfatizar las falencias de los que se iban para concentrarse en los valores de los que llegaban, en análisis enjundiosos, aunque Cynthia García, desde 6,7,8 exageró que "los salientes se van con honores". Para Tiempo, lo más importante del flamante jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, fue destacar sus "probadas muestras de fidelidad al kirchnerismo", en tanto que Mario Wainfeld, en Página 12, colmó de ponderaciones al nuevo jefe de Economía, Axel Kicillof. Desde el oficialismo informativo hubo una acción coordinada para bajarle decibeles a la formación marxista del nuevo ministro y se recalcó que también era keynesiano.
Pero lo que causó verdadero escozor puertas adentro del oficialismo fue la salida de Guillermo Moreno. Mientras los medios del Grupo Clarín celebraron la noticia casi como un triunfo propio, el periodismo adicto pasó de la perplejidad a la exaltación del defenestrado funcionario que peor prensa le deparó al Gobierno, con abundante merchandising de despedida, desbordes emotivos como el de Luis D'Elía ("es un patriota", dijo) y el "homenaje" de 6,7,8 , una de cuyas panelistas, Mariana Moyano, se aferró emotiva a un muñequito con la cara de Moreno.
A partir del jueves, un locuaz Capitanich se inspiró en el Corach del menemismo -muchos micrófonos mañaneros a su alrededor- y en él mismo cuando ocupó idéntico cargo durante el interinato de Duhalde.
Como en La invención de Morel , todo vuelve a proyectarse, una y otra vez, en el firmamento justicialista.