El riesgo de enfrentar a los propios
Huérfano de una oposición articulada, el presidente Mauricio Macri se tienta con el experimento audaz de enfrentar a los propios.
Uno de los mensajes más llamativos que les transmitió a los diputados de Cambiemos en la recepción previa a la Asamblea Legislativa fue que le encantaría ver en televisión un debate entre dos de ellos con posición antagónicas respecto de la despenalización del aborto.
La división está garantizada entre sus partidarios, incluso dentro del Gabinete, ante un tema tan delicado, pero el Gobierno lo acepta como un costo en apariencia menor cuando la grieta que se abre enreda a todos los sectores políticos. Y, sobre todo, si sirviera para desviar la atención al menos un instante de una dinámica económica negativa que golpea de manera sostenida la imagen presidencial y provoca el clima social gris que nubla el arranque de 2018.
La incógnita sobre la verdadera vocación de Macri por alentar un debate en profundidad sobre los alcances de la legalización del aborto se mantendrá al menos hasta que el Congreso se siente a tratar un texto concreto, algo que demorará al menos dos meses. Sobran motivos para la cautela: es de por sí inhabitual que un presidente proponga abrir una discusión como esa sin presentar un proyecto propio y después de aclarar de que él está en contra de modificar el statu quo.
Una lógica parecida condicionó el énfasis que puso el Gobierno en visibilizar el inesperado conflicto con Bolivia por la atención gratuita de inmigrantes en los hospitales estatales. Es otro tema divisivo, que conecta con una parte importante de la opinión pública y que –más allá de ciertas resonancias xenófobas– expone una discusión largamente postergada en la Argentina.
¿Será éste el momento de debatir una ley de inmigración que regule con precisión y con preceptos modernos la invitación constitucional a todos los hombres del mundo que quieran vivir en el país?
Un sector del radicalismo, que integra el bloque de diputados de Cambiemos, presionó para frenar el proyecto oficialista presentado en tiempo récord al ritmo del tironeo diplomático con Evo Morales, en el que se estipulan restricciones en el acceso de inmigrantes sin residencia permanente a la atención médica y a la educación universitaria.
En esos mismos márgenes del oficialismo el Gobierno ya había provocado resquemor con otra de sus recientes fuertes sobre la opinión pública: la doctrina de mano dura ante el delito retratada en la defensa a ultranza del policía bonaerense Luis Chocobar, procesado por matar por la espalda a un ladrón que huía después de atacar a un turista en el barrio de La Boca.
Hasta el momento Macri consiguió mantener unida y con menos tensiones de las pronosticadas a una coalición parlamentaria de una amplitud ideológica considerable. Las elecciones de hace cuatro meses parecían haber apretado los lazos con la convicción que irremediablemente dan los triunfos.
Presionado por la falta de resultados económicos, el Presidente busca terrenos donde puede moverse con mayor soltura. Tiene la urgencia de convencer a una sociedad impaciente de que hay un rumbo de éxito a pesar de las carencias que se perciben. La estrategia de impulsar una agenda social ambiciosa y polémica responde al objetivo de mostrar que "lo peor ya pasó". Acepta a cambio el riesgo colateral de agitar la paz entre los suyos. Elisa Carrió –siempre temida en el universo macrista– ya dejó notar su fastidio por la forma en que se disparó el debate del aborto, muy incómodo para ella en virtud de sus convicciones religiosas. Y, de paso, reavivó otros disensos internos mal resueltos, como los derivados del manejo poco transparente en cuentas personales de funcionarios cercanos a Macri.
Mantener la amalgama de Cambiemos se le presenta como un imperativo al Gobierno en estas horas bajas, de incertidumbre sobre la economía y sobre la efectividad de las recetas para enderezarla. La voz de la oposición no será toda la vida el cantito desafinado en la tribuna de un estadio de Primera División.