El trabajo no llueve del cielo, se crea
El siglo XXI es testigo de una serie de cambios profundos que afectan la vida de las sociedades. Una de las actividades más afectadas es el trabajo, que dejó de ser un bien social de alcance local para constituirse en un fenómeno global, móvil y dinámico.
El trabajo ha pasado a ser un bien escaso que los países se disputan con desesperación. Cada vez que una actividad productiva se radica en una ciudad el ciclo de generación de riqueza aumenta y, de manera inversa, cada vez que una empresa emigra, disminuye. La regla es tan obvia como cruel. Hoy en día gobernar es crear trabajo, y la mayor parte del trabajo de una economía sostenible no lo crea el Estado, lo crea el sector privado.
Otra característica de nuestro tiempo es que el trabajo dejó de ser fijo y estático. El empleo asociado a las actividades "soft", como los estudios de mercado, el diseño, la publicidad, el marketing, la atención post venta del cliente, las finanzas, la estrategia y la administración del negocio, superan al empleo industrial en una relación que, según la actividad, llega a ser de 5 a 1 (fuente: OCDE, 2013). Y en actividades como las de la economía del conocimiento, el trabajo es enteramente intelectual y desarraigado.
El trabajo intelectual puede migrar de una a otra sede en muy poco tiempo, por eso los países se preocupan tanto por diseñar normas laborales eficaces, que hagan competitiva la oferta de sus economías de cara al marco global que deben enfrentar. Es decir, el empleo privado en la Argentina compite a nivel mundial, y en esa competencia está en juego el destino de millones de empleos actuales y futuros.
La ilusión de que el mercado local y el segmento pyme son suficientes para ocupar la oferta laboral de millones de jóvenes es equivocada. Cada vez más las empresas se integran en cadenas de valor cada vez más sofisticadas, cuya sustentabilidad depende del acceso a mercados regionales y globales. Por ejemplo, el empleo ocupado en la amplia red de pymes proveedoras de Invap depende de que esta empresa siga vendiendo sus reactores nucleares e ingeniería satelital a Holanda, Turquía, Australia y otros tantos países, generando demanda para toda su cadena de suministros. Ni Invap ni sus proveedores podrían sustentarse solo con el mercado local.
Vivir con lo nuestro no resuelve el problema de la creación masiva y sostenida de empleo. Sin embargo, vemos cómo progresivamente aumenta el desempleo, crece la marginalidad y cae el PBI per cápita, pero aún nuestra clase dirigente parece no conectar elementos tan obvios como que las normas y condiciones laborales determinan la radicación y creación del empleo, y que de esto depende la generación de riqueza.
En este sentido, es clave el rol de los sindicatos. La pérdida constante de afiliados debería motivar estrategias que busquen facilitar las condiciones para que haya más empresas insertas en los mercados globales, ya que no puede haber una real protección de los trabajadores en mercados en regresión.
Un ejemplo de esta incongruencia acaba de suceder en el tratamiento de la ley de teletrabajo. Ni una sola línea de esta ley está orientada a promover el desarrollo de esta modalidad de empleo, que, por impulso de la tecnología y la propia demanda de los trabajadores, se impone en toda la economía global. Es más, al fundamentar su voto, varios legisladores expresaron que no encontraban ninguna vinculación entre el futuro del empleo y la norma de teletrabajo que estaban sancionando.
El trabajo y la riqueza no llueven del cielo. Mientras que nuestra dirigencia siga ignorando las claves con que se desenvuelve el trabajo del siglo XXI, será cada vez más costoso salir del estancamiento económico y social que experimentamos.
Director Ejecutivo de Argencon