Empecinamiento
Degradé de presencias, degradé de colores. Al colorado refulgente de la mujer que acaba de ingresar en un cruce peatonal subterráneo en Moscú, le sigue un hombre teñido de negro, y, más atrás, la oscura sombra de otro, que se avecina por las escaleras. Perfectamente podría ser una típica escena de acechanza de una película de terror o el natural fluir de seres por un túnel urbano. No lo sabemos. Porque nuestra imposibilidad de ver qué sucede a nuestras espaldas siempre implica desconocimiento. No tiene por qué ser una amenaza; puede ser la grata sorpresa de lo inesperado. Pero cualquiera de sus manifestaciones nos es esquiva hasta que se nos presenta a la vista. Y cuando ya las presencias o los hechos se vuelven visibles tienen la empecinada costumbre de convertirse en innegables. Para bien o para mal, se vuelven reales, y, entonces, hay que hacerles frente o simplemente disfrutarlos.