
"En Cuba, el Che era considerado como un bicho raro"
El autor de la biografía de Ernesto Guevara más exitosa en los Estados Unidos, que pasado mañana llega al país para presentar el libro, cuenta cómo se fascinó con el idealista joven y combativo y su decepción con aquél que abrazó férreamente el dogma marxista.
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EL periodista norteamericano Jon Lee Anderson no esperó las efemérides para toparse con la sombra de Ernesto Guevara. Antes de la ofensiva marketinera, las autocríticas y los afanes revisionistas, la encontró -siendo corresponsal de guerra de varias publicaciones anglosajonas-, en diferentes teatros de operaciones. La huella tenía un extraño rasgo distintivo. Separatistas tribales, birmaneses, afganos, rebeldes del Sahara y marxistas salvadoreños la hacían propia luego de un despojamiento de la ideología que le había dado carnadura histórica.
Era, en bandos tan disímiles, una figura para emular por su coraje. Después de tanto olor a pólvora, bucear en la vida de Ernesto Guevara fue para Anderson una manera natural de cerrar el círculo periodístico que inició en selvas y ciudades sometidas a misiles y katiushkas. Con ese propósito trabajó durante cinco años, buena parte de ellos en La Habana. Ahí, la viuda del guerrillero, Aleida March, le abrió la compuerta de archivos vedados. También desempolvó secretos de la KGB. Con todo eso armó Che: una vida revolucionaria, éxito de ventas en los Estados Unidos y Europa, y una tentativa personal de correrle el velo al póster.
-¿Con qué límites se encontró al abordar el personaje?
-Lo primero que me sucedió fue advertir que no había una biografía sobre Guevara que tuviera hoy vigencia. Las escritas habían muerto por falta de objetividad. Eran hagiografías o demonizaciones. Les faltaba, a mi criterio, vencer el paso del tiempo o el acceso a fuentes para poder retratarlo de manera certera.
-¿Qué le sucedió en lo personal con Guevara mientras investigaba?
-Simpaticé con un joven errante que buscaba su identidad y su futuro viajando por América latina. Me sorprendió, por otra parte, la magnitud de su pasión. No esperaba tamaña profundidad en sus convicciones. En un extracto de su diario de la Sierra Maestra narra lacónicamente los hechos del día, un combate en el que casi muere. Lo que escribe es erizante: "Sentí algo hoy que no había sentido antes: la necesidad de vivir; tendré que corregir eso para la próxima vez". Es chocante e increíble que alguien meditara de una forma consciente sobre su propia vida.
-Esa tendencia está presente en sus discursos públicos y misivas...
-Es cierto, pero encontrarla en un diario personal la hizo mucho más verosímil para mí.
-¿Lo sorprendió alguna faceta de su vida que es generalmente escamoteada?
-Jamás había pensado que había sido tan promiscuo en su juventud. Un verdadero mujeriego. Sus amigos habían guardado silencio al respecto para preservar en cierta medida su mitificación. Ese hallazgo me ayudó también a transformarlo en alguien más humano. Luego cambió mucho y se volvió casi monástico.
-Así como simpatizó con el Che juvenil, ¿qué le produjo rechazo?
-Aunque traté de hacer un libro objetivo -yo no tengo pelos en la lengua-, me sentí decepcionado con su conversión al dogma marxista, como él decía socarronamente. Eso, claro, no afectó la biografía: al fin de cuentas, era su vida y no la mía. Pero noté claramente que se había cerrado al mundo. Adoptó una ideología y no miró más. Más tarde la criticó, es cierto. De todas maneras, siempre lo hizo dentro de ese dogma. Creo que era una de sus debilidades y a la vez su fortaleza. Fue el poder de autoconvencimiento lo que le dio capacidad de pensar en grandes cosas, en querer cambiar el mundo.
-¿Cómo explica el interés por su figura treinta años después de los sucesos bolivianos, tras la desaparición del llamado campo socialista y en el momento en que las izquierdas abjuran de la violencia como camino para acceder al poder?
-El Che es el único sobreviviente al poscomunismo. Y pienso que no son sus fracasos y victorias los que crearon el legado. El encaja en una corriente que conocemos: la de los héroes mitológicos. Guevara es alguien que quiso hacer algo muy grande, con la añadidura de su consagración por los más miserables. Estos no dejan de ser elementos latentes en la cultura judeo cristiana y que aparecen en el pasado en santos, misioneros y otras personas dispuestas a sacrificar su vida. El Che es parte de esa línea, y así lo entienden hasta muchos de sus propios enemigos. Por eso suscita admiración, más cuando vivimos en una época desprovista de idealismo. Al igual que Icaro -quizás el primer héroe occidental-, quiso llegar al sol y no lo logró; él representa ese desafío, ese idealismo de la juventud destinado a fracasar. No en vano tantos jóvenes lo admiran, ven su cara y les dice algo. Es un símbolo de rebeldía. Después maduran y adoptan compromisos, cosa que nunca hizo él.
-Usted dice que el Che promovió la idea del hombre nuevo como un reflejo de sí mismo. ¿Acaso no veía ese límite?
-Había una parte del Che ingenua, inocente. Había forjado al revolucionario, capaz de los más osados sacrificios, habiendo sido un chico bien nacido de la Argentina. Sabía que era posible. De hecho convenció a otros. Hubo gente que trató de seguirlo en su ejemplo y en su mayoría fracasó. La ingenuidad es un rasgo de su carácter. Sin embargo, esto no le resta credibilidad a lo que se proponía hacer. Tuvo entonces un porcentaje, aunque leve, de éxito. Tenía la capacidad de ver cosas a gran escala. Siempre le fallaba el factor humano.
-¿Cómo entiende su rescate actual en Cuba, donde la apertura económica recorre una senda que parece inexorable y se acentúan las diferencias sociales?
-Sirve como credencial revolucionaria o revalidación para un régimen que, con el paso del tiempo, es menos y menos revolucionario.
-¿Fue Fidel Castro el que contagió de mesianismo a Guevara, o sucedió al revés?
-Me parece que hubo una retroalimentación. Eran complementarios. Se unieron en México dos jóvenes de diferentes culturas. Uno era un misionero y el otro, un pragmático en el sentido más exacto de la palabra.
-¿A qué atribuye el desprecio de esa generación por la defensa del derecho a la información?
-Desde el temprano 1959, cuando triunfó la revolución, ellos estuvieron obsesionados con la consolidación del proceso. Hay que recordar cómo eran esos días, de fragilidad y puja política. Creían que para hacer lo que querían había que limpiar la mesa, y la prensa era un arma de sus oponentes hasta cierto punto.
-Pero esa concepción perdura más de tres décadas después...
-Como periodista, por supuesto, creo en la libertad de información y es una de las cosas lamentables de Cuba: la falta de una prensa abierta. Existe una prensa controlada que es mensajera de un grupo que refleja el juicio del Estado.
-¿El germen de esta cultura no está en el pensamiento inicial del liderazgo político?
-Sí, claro. El Che salió de Guatemala convencido de que la prensa es un arma que hay que controlar porque en ese país había sido manejada por la CIA para derrocar a Jacobo Arbenz. Sucede que él tendía a radicalizar y extrapolar. Convertía en verdades para el futuro coyunturas determinadas. Está claro que el Che era partícipe y protagonista del cierre de la libertad de información.
-Pero a la vez, según su libro, le gustaba la poesía de Heberto Padilla, un perseguido del castrismo a partir de 1971.
-Esa es otra paradoja. El Che fulminaba a los poetas. Los consideraba blandengues, debiluchos y líricos. Paralelamente, le leía poesías de Pablo Neruda a su mujer. Era sentimental en su poesía. Recordemos que una vez le confesó a Sábato que se sentía un escritor frustrado. Eso ayuda a explicar la dualidad nunca reconciliada en él.
-De acuerdo con el testimonio de Benigno (uno de los sobrevivientes de la guerrilla boliviana), La Habana no hizo todo lo posible para salvar al Che. El mexicano Jorge Castañeda, otro de sus biógrafos, estima que Guevara muerto le sirvió a Castro mucho más que vivo. ¿Usted qué piensa?
-Siempre ha habido elementos en el aire para darles crédito a esas hipótesis. Yo las exploré. No me quedó una sola teoría conspirativa sin revisar. Pero llegué a otro juicio a partir de los elementos que obtuve, muchos de ellos inéditos hasta ahora. En este caso no soy partidario de la conjura, sino del error humano, de la chapucería. Fidel puede ser todo lo maquiavélico que quieras, pero no creo que fuera un déspota medieval, ni el Che tan ingenuo como para desconocer las habilidades y artimañas de Castro. Guevara podía haber sobrevivido. No lo hizo, pero otros tres sí escaparon del cerco. Por otra parte, el grado de control que tenían la CIA y el ejército boliviano sobre el territorio en el que se movía la guerrilla era realmente sorprendente. Hubo infinidad de policías vestidos de civil, campesinos colaboracionistas. A partir de mayo del 67, el gobierno tenía versiones bastante cercanas del rumbo del che y de sus hombres.
-¿Fueron controlados mediante satélites?
-No me consta, aunque me lo han dicho muchos en los Estados Unidos durante las presentaciones del libro. Se me acercaba gente que decía haber sido partícipe de episodios de esas características. Algunos de ellos aseguraban ser ex militares. "¿Sabía que nosotros utilizamos infrarrojo?", me dijeron. Pero para mí no es más que un rumor. Nunca lo pude confirmar. Sería interesante saberlo, de todas maneras. Lo concreto es que la CIA estaba ahí y que lo agarraron.
-¿El Che subestimaba la capacidad operativa de los norteamericanos o formas de control más sofisticadas?
-Pienso que sí, es obvio. El imaginaba un escenario como el que propuso en su discurso: crear "un, dos, tres Vietnams". Bosquejaba un escenario en el que los Estados Unidos se debilitaban enviando tropas a combatir a América latina. Como si no fueran una potencia lo suficientemente capaz de tener presencia en Vietnam y en otras partes del mundo. Quizá subestimaba, además, la tecnología y la capacidad de la CIA de corromper personas vinculadas con su empresa.
-¿Cómo lo explica?
-Me da la impresión de que veía las cosas a grandes rasgos. Se fijaba en el horizonte lejano y dejaba de mirar el detalle alrededor.
-¿En Bolivia se acentúa esa carencia?
-No tenía interlocutores, alguien con quien debatir. Estaba en un terreno hostil. Había apostado fuerte, sabiendo que los riesgos eran muy grandes. No tenía opción. ¿Adónde más iba a ir?
-En su libro sostiene que a pesar de que el mito póstumo se creó en Cuba, el Che se diferenciaba de los cubanos que lo rodeaban y manifestaba cierto desdén por la cultura caribeña. ¿Era un personaje extraño para la isla?
-No le gustaban las fiestas, rara vez recibía visitas en su casa ni visitaba a otros. En un país donde el baile y la sensualidad africanas están a flor de piel, no bailaba, sino que escuchaba tangos. Pese a las playas maravillosas de Cuba, no iba a nadar en el verano. Tampoco tomaba ron, bebida que ameniza las conversaciones entre cubanos. En Cuba reina el café expreso y él prefería el mate. El sentido del humor también los diferenciaba. El cubano es desinhibido. El Che era irónico y filoso. Desde el punto de vista cultural, Guevara, a pesar de la ciudadanía cubana honoraria, nunca dejó de ser un argentino. El único hábito cubano que adquirió fue fumar habanos.
-¿Esa es la mirada de él que preserva lo que queda de su entorno en La Habana?
-Yo saco esa conclusión a partir de conversaciones muy íntimas y años de confianza con los interlocutores. Todos los rasgos que he podido subrayar salen a raíz de las memorias de muchas personas. Son cosas que, obviamente, no diría en público.
-¿Cómo le sonaban esas confesiones?
-Al armar el mosaico me pregunté: ¿qué hacía este hombre en Cuba? A veces no me lo podía imaginar más allá de su profesión de fe latinoamericanista.
-¿Eso le trajo problemas de coexistencia?
-El Che logró un especie de entendimiento funcional con ellos, pero sus raíces y sus gustos eran cosas muy viscerales y arraigadas. No encajó en la cultura cubana ni tuvo realmente la voluntad de hacerlo. Muchos de sus aspectos los consideraba frívolos o inapropiados para su proyecto. El Che no hacía el esfuerzo de participar en esos aspectos que le disgustaban, a pesar de que lo hubieran ayudado política y diplomáticamente. Sus mejores amigos reconocen que el hecho de que se abstuviera de ir a las fiestas y de que fuera demasiado draconiano en los rechazos a los convites le cerraban en muchos casos la posibilidad de un diálogo más profundo y exacerbaban un estigma en gente que ya sentía una antipatía política por él. Lo consideraban un bicho raro.
-¿Con todos sucedía algo parecido?
-No. Donde se sentía realmente mejor era con los campesinos, con los guajiros. Los alfabetizaba, era una especie de maestro, reverendo, mentor, papá. Le caían bien. En ese sentido le gustaron los sentimientos cubanos, pero igualmente la veía como gente que tenía que renunciar a muchas cosas de su propia cultura autóctona para forjarse como hombre nuevo.
Por Abel Gilbert
(c)
La Nacion
La estampilla
Anderson -que pasado mañana llegará al país para presentar su libro, editado por Emecé- hizo un silencio de extrañeza al escuchar la información. Necesitó que se la repitieran, con lujo de detalles. Le costó de entrada creer que el gobierno del presidente Carlos Menem había tomado tal decisión: emitir sellos postales con la imagen del guerrillero argentino-cubano, en concordancia con el 30º aniversario de su muerte.
"¿De verdad? Vaya, qué paradójico. Deben sentirse muy seguros de lo que hacen. Es como si en Cuba vendieran estampillas con la cara de Jorge Mas Canosa o, por decirlo de otra forma, si se sacara un sello de Alfredo Astiz. Es un ejemplo muy fuerte. Una verdadera ironía..."
Perfil
- Jon Lee Anderson nació en California, en 1957. Es hijo de diplomático. Está casado y tiene tres hijos.
- Se inició en el periodismo como reportero para el Lima Times, de Perú, en 1979. Se ha desempeñado por corresponsal en Sri Lanka. Afganistán, Birmania, Sahara occidental, Irlanda del Norte, Israel y Bosnia, para The New York Times, Life, The Nation, The Washington Post, The Guardian y The Sunday Times.
- Es autor de un ensayo, Guerrillas, sobre las actividades de grupos alzados en armas en distintos puntos del planeta. Actualmente vive en Granada, España.
- No sólo la viuda de Guevara le abrió puertas cerradas con celosía por décadas. También lo hicieron Orlando Borrego, estrecho colaborador del Che en la isla, y Manuel Piñeiro Losada, definido por el autor como "jefe de espías y guardián de los secretos de Cuba durante los últimos 35 años", que "salió de las sombras para ayudarme a despejar ciertos misterios que rodean las actividades clandestinas" del guerrillero.
- Mientras vivió en La Habana como parte de las investigaciones de su libro, su hija Bella iba a la escuela e iniciaba las clases con la consigna que gritan todos los niños cubanos. Primero se ponen tiesos y luego se llevan una mano a la sien. Entonces es que dicen: "Pioneros por el comunismo, seremos como el Che!"





