En defensa de las grandes mayorías
La crisis internacional y las equivocadas recetas que para superarla abrazan Europa y Estados Unidos sugieren, por el contrario, lo que nuestro país aprendió de la crisis de 2001: que es imprescindible adecuar las decisiones politicas tanto a la realidad cuanto a la necesidad de actuar en función de los intereses de las mayorías y desterrar el autismo político.
La historia de uno de nuestros peores momentos está al alcance de la memoria. Pese a ello, en un insólito déjà vu, los países centrales se automedican con las políticas que proponían para la Argentina de Fernando de la Rúa y que aceleraron el estallido. El Banco Central europeo pide a España bajar los salarios, y a Grecia e Italia, draconianos recortes de gastos, y los mercados saludan con el mismo beneplácito que saludaron la decisión de Obama de salvar a los bancos responsables de la crisis.
Por trilladas, las metáforas médicas no resignan su capacidad explicativa: un enfermo demanda cuidados, no restricciones. Sustraer recursos de una sociedad signada por la carencia es condenar al agravamiento y al riesgo a millones de personas. Los daños ya ni siquiera tienen la disculpa de lo colateral. El problema no es sólo que la pobreza y la desocupación se expandan, sino que las sociedades se desintegran.
El abandono de la política y su reemplazo por la razón contable implican no entender que la supervivencia de una nación no depende de los índices financieros, sino de la solidaridad y de la inclusión. No puede haber crecimiento sin distribución ni sin resposabilidad social de los más favorecidos.
Esto es lo que se aprendió en nuestro país mientras en otros se sigue soslayando.
El autor es rector de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref)
Aníbal Jozami