Entre el esplendor y el sacrificio
Magnífica la muestra Los maestros del arte gráfico italiano, que se puede ver en el Museo Nacional de Bellas Artes; sin embargo, todo esplendor exige un sacrificio. Este caso no es la excepción a esa regla.
Empecemos por el esplendor. La exposición está integrada por las matrices de grabados del siglo XVI al XX de las colecciones del Instituto Central de Gráfica de Roma. Algunas de las matrices (en zinc o en cobre, de un color entre rosa y sepia) están acompañadas por las láminas. De Marcantonio Raimondi, uno de los grabadores preferidos de Rafael, es la pieza más antigua, La cacería de los leones, inspirada en un bajorrelieve de un sarcófago del patio del Belvedere, en el Vaticano. Otra de las obras de Rafael, La expulsión de Heliodoro del Templo, aparece en la matriz de Giovanni Volpato, realizada en el siglo XVIII. Entre las curiosidades se encuentran cuatro animales en planchas de zinc de Antonio Tempesta. Durante los siglos XVI y XVII, los coleccionistas estaban ávidos de exotismo, por eso abundaban los bestiarios que incluían especies reales y otras imaginarias. El rinoceronte, por ejemplo, llamaba la atención en toda Europa. No por casualidad la actual exposición del colectivo RAQs en la Fundación Proa se abre con la escultura de un gran rinoceronte en fibra de vidrio, a la manera del grabado de Durero que causó conmoción en la Europa renacentista.
Las iglesias, las plazas y los monumentos de Roma están representados por las matrices de zinc de Piranesi. Hay también una espléndida plancha de El genio, de Salvatore Rosa. Impresiona por su brillo plateado la de Hércules y Licas, de Canova, realizada por Giovanni Folo en cobre acerado. Entre los artistas del siglo XX que forman parte de la muestra se destaca Giorgio Morandi, con sus típicas naturalezas muertas, pero también con un hermoso paisaje del río Sabena, de 1929. Además, hay un grabado de Renzo Vespignani que muestra casas populares y varias planchas muy bellas de Carlo Carrà.
El sacrificio. Para desdicha de los visitantes, las matrices en cobre y en zinc están protegidas por vidrios. Sobre esos vidrios, cae una luz tan inoportuna que el espectador, en lugar de observar las imágenes creadas por los artistas, se ve reflejado como en una selfie. Por si fuera poco, la luz desencadena destellos muy intensos que a menudo tornan invisibles los detalles de cada trabajo. Hay que desplazarse de un lado al otro, como nómadas estéticos, para tratar de ver las obras fragmentariamente. En pocos casos, se puede admirar una obra íntegra sin problemas para el cuello y la columna. ¡Pobres cervicales, pobres lumbares! ¿No podría haberse buscado una solución menos dolorosa para los aficionados al arte? Con cuatro exposiciones como ésta, uno tendría ganado el éxtasis, pero también el corsé o la silla de ruedas.
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Conmovedora la lectura de Kaddish, el poema de Allen Ginsberg, que realizó Arthur Nauzyciel en la Alianza Francesa como parte del programa del FIBA. Para lograr ese efecto, Nauzyciel sólo necesitó de una mesa, una silla y una lámpara que iluminaba las páginas que leía. A mitad de la lectura, se proyectó un video de pocos minutos, que mostraba a una mujer que preparaba una comida infecta (¿era un ave?). La comida que cocinaba Naomi, la madre de Ginsberg. Después Nauzyciel continuó leyendo con una voz colocada en el tono justo, casi neutro. No hacía falta más. Los versos eran desgarradores, por momentos insoportables.
Una vez más, ¿el azar o el destino? En la sala, estaba Marilú Marini, a la que Nauzyciel dirigió en Oh les beaux jours!, de Beckett, en el Teatro Municipal San Martín (2003). Marini está en Buenos Aires por pocos días (hasta hoy) para resolver problemas privados y no quiso perderse la función. Por supuesto, de inmediato la rodearon sus amigos Lía Jelin, Jorge Schussheim, Marion Eppinger y Monica Poggi. Jelin, emocionada por la obra que acababa de escuchar, comentaba: "Todo esto me recordó a mi madre. Después de su muerte, encontré en una caja fotos y más fotos del Holocausto. Eran recortes de revistas y diarios, donde se veían pilas de cadáveres y prisioneros de los campos de concentración. La madre de Ginsberg hablaba de eso, pero también del comunismo, de Stalin. Era lo que toda esa generación respiró durante años y que jamás pudieron olvidar".