Es una belleza, dijera Poroto
¿Quién puede decir que no se ven las costuras del calzón?
¿De dónde saldrán los que a viva voz se sorprendan y juren que nada han robado, ni ellos ni los amigos?
Esos que no han recibido migas, obsequios, prebendas, óbolos, vales, aviones, autos, modelos, cocaína, viajes, departamentos en Le Parc…
¿Dónde están los que no hayan hecho o engordado sus negocios de dinero fresco, que sacaban en bolsas en aviones, a los que le ponían la buena nafta para rajar para defenderlos por amistad partidaria afín y gratuita?
¿Quiénes se interpondrán ya directamente a que les saquen lo que han mal habido los "luchadores de la verdad y la dignidad de los trabajadores", mostrando su culo sucio?
¿Quién se pondrá paradito al frente de la ola que los tapará -ola que nos quieren seguir haciendo creer que no es de agua, que es una movida de los gorilas, los vendedores del oxígeno, del hidrógeno- para repetirnos, por la tele de los amigos pagos, con sus caras, sus nombres y apellidos que todos recordamos, que esa ola no existe, que es un espejismo, una luz cegadora, un disparo de nieve? ¿Y que la verdad es otra, y lo bien que estabas annntes?
¿Quién será el estúpido que llame a qué policía, que se interponga al latrocinio, a la devastación, al egoísmo, a la bajeza, a la mentira del amor al pueblo y los pobres, del socialismo de los millonarios, de los nuevos ricos, los que andan en autos que jamás soñaron, que abandonaron a las esposas que los mandarán en cana -oportunamente, gracias a Dios- para que no le saquen lo que no pueden explicar?
Observad quién grita, aúlla, maúlla, grazna en contra de que hagan uso de sus flamantes fortunas hechas desde la codicia pueblerina de mostrar el poder a la vecina, para paliar necesidades hoy, que es día de dar.
De no saber que el poder es siempre prestado y, como monos que roban las carteras de los turistas, corren a cuevas donde esconden cosméticos que no saben para qué sirven, pero son tesoros de monos, que desesperados de codicia, de pronto tienen, amarrocan, dilapidan: son monos intocables, sagrados, que se ceban como el mal perro que muerde a las visitas.
Fíjense, recuerden bien, quiénes se desesperan por mantener apichonados los bienes de uso que nunca usarán, y que les enseñará lo importante y lo rico que uno es por tener en la cárcel un termo y un mate.
Los que se llenaron la boca hablando que el dinero es del pueblo, y gritaban por flan al padre que desesperado trataba de buscar algo para darles de comer, en la devastación que habían provocado.
¿A quién le molestará que las joyas, las obras de arte, los perfumes que se van poniendo rancios (porque... ¿tendrías ganas en el bunker bajo tierra de ponerte perfume?) existan sórdidamente en un chifonier Luis XV, que será subastado para comprar polenta?
¿Cuándo vendrá el buen tiempo donde todo esto pase y asomen los billetes, las verdades callen a voces las mentiras enroscadas, de la pirámide que empieza en una sociópata, enferma de resentimiento, y todos los oportunistas que no son más que rémoras ciegas?
O sino... ¿por qué deberían despotricar? El que despotrica, ante una taaan inmensa verdad, es cómplice o idiota.
Alfredo Casero
LA NACION