Fetiches de fin de año para renovar las ilusiones
El fin de año recupera rutinas atávicas. Un cierto fetichismo se apodera de casi todos. Como si estuviera llegando el fin de los tiempos. Apuro, angustia, desesperación por hacer todo lo que quedó pendiente. Hasta lo que se prefirió no hacer.
Casi nadie escapa a ese karma; causa y efecto de acciones que se repiten cada año. Enterrar lo malo para que llegue lo bueno, reza el supersticioso imperativo que vuelve hiperkinéticos hasta a perezosos congénitos.
Los gobiernos no son la excepción, mucho menos en la previa a un año electoral. Como si el 31 de diciembre y el 1° de enero no fueran una convención, sino la frontera entre el pasado malo y el futuro bueno, sin un presente más o menos, regular, o peor.
Aumentos de tarifas, indicadores económicos negativos. Todo lo que se pueda hay que decirlo ya. Los expertos en comunicación política lo saben y los funcionarios lo hacen. No se debe desperdiciar un segundo para dar malas noticias. La ilusión de que en el año nuevo todo será mejor es imbatible. Hay que demorar la aplicación masiva de la inteligencia artificial. La lógica no paga campañas.