
George W. Bush: la guerra santa del hombre al que la fe le salvó la vida
Cómo la religión ayudó al presidente norteamericano a superar sus problemas con el alcohol e influye hoy decisivamente en su agenda política interna y en su inconmovible actitud ante la guerra
1 minuto de lectura'
George W. Bush se levanta casi todos los días antes del amanecer, cuando el ruido más fuerte fuera de la Casa Blanca es el sordo y distante rugido de los aviones F-16 que patrullan en las alturas.
Incluso antes de llevarle a su esposa Laura una taza de café se dirige a un lugar tranquilo a leer solo. Su texto no es un resumen de noticias ni son los despachos de inteligencia. Esos los leerá más tarde, abajo, en el Salón Oval. Tampoco es una lectura recreativa. Se trata de un libro de minisermones evangélicos: My Utmost for His Highest . El autor es Oswald Chambers y, en las circunstancias actuales, sus ecos históricos son fuertes. Chambers, un escocés y predicador bautista, murió en noviembre de 1917 mientras predicaba el Evangelio a los soldados australianos en Egipto. Para esa Navidad, estos soldados ayudaron a arrebatarle Palestina a los turcos y capturado Jerusalén para el Imperio Británico al final de la Primera Guerra Mundial.
Ahora hay una nueva guerra en Medio Oriente, en una tierra que una vez se llamó Babilonia. Una mañana del mes pasado, mientras las Naciones Unidas discutían qué hacer con Saddam, la homilía diaria leída por Bush era sobre el recordatorio de Isaías de que Dios es el autor de toda la vida y la historia. "Levanta tus ojos al cielo -dijo el profeta- y contempla al creador de todas estas cosas". La explicación de Chambers: "Cuando uno está en dificultades, sólo puede perdurar en la oscuridad", a menos que "salga de sí mismo y vuelva deliberadamente su imaginación a Dios".
Posteriormente, ese día, Bush hizo eso. En un teatro de Nashville dijo a radiodifusoras religiosas que "los terroristas odian el hecho de que podemos adorar al Dios Todopoderoso de la manera que nos parezca apropiada" y que Estados Unidos fue llamado para llevar el regalo divino de la libertad "a todo ser humano en el mundo". En su opinión, las oportunidades de éxito eran más que buenas.
La gracia divina
Después de ese discurso, Bush se reunió con trabajadores sociales religiosos y dio testimonio de su fe en Jesucristo. "Yo no sería presidente hoy -dijo- si no hubiera dejado de beber hace 17 años. Y pude hacerlo sólo por la gracia de Dios". La posibilidad de una guerra con Irak lo tenía "muy preocupado", admitió. Sabía que mucha gente -incluyendo algunos de los que estaban a la mesa- veía el conflicto como preventivo e injustificado. Todos los presidentes invocan a Dios y piden su bendición. Todos los presidentes prometen, aunque no siempre con tantas palabras, gobernar de acuerdo con principios morales arraigados en la Biblia.
Bush cree en la voluntad de Dios... y en ganar elecciones con el respaldo de los que están de acuerdo con él. Como fue subalterno en la campaña de su padre de 1988, George W. Bush forjó su carrera gracias a los contactos con ministros del entonces emergente movimiento evangélico. Ahora forman el corazón del Partido Republicano y controlan la capital por primera vez en medio siglo. Los creyentes en la Biblia son los más fuertes partidiarios de Bush, y hacer que acudan a votar en números todavía mayores el año próximo es la prioridad del asesor político del mandatario, Karl Rove, quien se ocupa de esa base con nombramientos judiciales contra el aborto, una propuesta prohibición a la clonación humana y un plan de 15.000 millones de dólares para combatir el sida en Africa, un proyecto favorito de los misioneros cristianos. La base le está devolviendo los favores. Ha sido la más fuerte partidaria de una guerra para derrocar a Saddam.
Ahora viene la prueba. Los asesores de Bush saben que muchos estadounidenses -y gran parte del mundo- lo ven como un hombre cegado por sus creencias (y las de sus partidarios más activos) ante las complejidades del mundo. Bush se asegura de elogiar el islamismo como "una religión de paz", pero a muchos musulmanes el mandatario les parece siniestro: un cruzado decidido a reconquistar el Oriente para la cristiandad.
Algunos de sus asistentes dicen que la ferviente fe cristiana del presidente norteamericano lo fortalece, pero no dicta su política. Si es visto como el predicador en jefe se debe a "una combinación de acontecimientos": el 11 de septiembre, los alertas de ataques terroristas y la explosión del transbordador Columbia. Sin embargo, la fe le da algo más que confianza, según dice su íntimo amigo, el secretario de Comercio Don Evans: "Le da un sentido muy claro de lo que es bueno y lo que es malo".
¿Qué lo hizo ser así? Considere esto como un "retrato de fe" de Bush, la historia del poder de la fe para salvar una vida y una familia... y para forjar una carrera política y un gobierno nacional.
Una juventud tormentosa
La historia comienza en Connecticut. En ese Estado, históricamente, los protestantes han sido criaturas vehementes. Pero para 1946, cuando George W. Bush nació allí, los episcopales de la vieja guardia hablaban en voz baja. Su padre era un hombre comprometido con "su deber, su honor y su país", un héroe de la Segunda Guerra Mundial y un puntilloso feligrés. Pero se sentía incómodo con los testimonios públicos de fe.
El cinturón bíblico formado por los Estados sureños era otra historia, pero no para los Bush. Luego de trasladarse en 1948 a la región petrolera del oeste de Texas, se unieron a los inmigrantes del este del país en la iglesia presbiteriana de la región central. Era sobria comparada con otras iglesias locales. "Georgie" era un hijo obediente que iba siempre a la iglesia. Años más tarde, exagerando, su madre aseguró que siempre mostraba interés en leer la Biblia. George dijo sonriendo que no podía recordar ese hecho. Enviado de vuelta al Este a estudiar en Andover, se desempeñó como diácono. Pero ese papel había perdido hacía mucho su verdadero significado religioso; Bush lo usó para maquinar travesuras.
Fue un parrandero -su convertible Triumph era famoso en Houston- hasta que se casó con Laura, en 1977. Se unieron a la iglesia metodista a la que asistía ella. En más de un sentido, se convirtió en lo que era su padre: un miembro respetable de la congregación. Pero era un bebedor. Se decía a sí mismo que bebía sólo después del trabajo, y siempre de noche. Pero a veces las noches eran largas. Podía ser impertinente en las fiestas y una molestia para su paciente esposa. El nacimiento de sus hijas mellizas les causó alegría. Pero, según dicen sus amigos, Laura se estaba cansando de su afición por el alcohol. En 1985, cuando se acercaba a los 40, Bush decidió arreglar su relación con la mujer de su vida. "No es que hubiera nada roto -dijo Evans-. Pero quería que fuera mejor". Más que nada, tuvo que dejar atrás la bebida.
La nueva senda
En las biografías de campaña, escritores anónimos destacaron el papel del famoso predicador Billy Graham en ayudar a Bush a encontrar lo que él y Bob Evans llaman su "senda". La verdad es más prosaica, y explica mucho más sobre las opiniones de Bush, no sólo sobre la fe sino sobre el gobierno. Evans, casado con una amiga de infancia de Bush, era la clave. Era un clásico "vaquero" de la Universidad de Texas. Había vuelto a casa a ascender peldaños en la empresa Tom Brown Oil Co. Como todo oriundo del oeste de Texas, Evans hizo lo que era natural en momentos difíciles: se unió a un grupo de estudio bíblico sin denominación. Convenció a su amigo George para que lo acompañara. El programa se llamaba Estudio Comunitario de la Biblia (CBS) y consistía en el estudio intensivo durante un año de un libro del Nuevo Testamento. Durante dos años, Bush, Evans y sus compañeros -sólo hombres- leyeron las escrituras de Lucas: los hechos de los apóstoles y su Evangelio. Dos temas sobresalieron, uno espiritual, el otro político: la conversión de Pablo camino de Damasco y la fundación de la iglesia. A Bush, poco interesado en las abstracciones, lo impresionó la historia de la conversión. Le gustaba la idea de conocer a Jesús como a un amigo.
El programa CBS fue, en más de un sentido, un punto crucial para el futuro presidente. Le dio por primera vez un foco intelectual. Ahí estaba un producto de la educación secular de la elite -Andover, Yale, Harvard- leyendo por primera vez con atención un libro, línea por línea. Y era... la Biblia. En ese sentido, Bush era un representante menos clásico del cinturón bíblico que sus amigos. Encontró en el estudio de la Biblia una disciplina mental y espiritual, que necesitaría para superar el mayor reto de su vida hasta ese momento: dejar la bebida.
Bush dice que nunca asistió a una reunión de alcohólicos anónimos. Pero no era necesario. CBS fue su equivalente: una mezcla de autoayuda, autodisciplina, terapia de grupo y oración. Sea como fuera, funcionó. Bush dejó de beber a mediados de 1986, poco después de cumplir los 40 años. Como dijo un amigo de aquellos tiempos: "Fue `adiós, Jack Daniels; hola, Jesús´".
Bush recurrió a la Biblia para salvar su matrimonio y su familia. Pero, ¿estaba también pensando en allanar su camino hacia un cargo público? Nunca lo sabremos con seguridad, pero conocía bien el panorama político de Texas. Sabía que el Sur había logrado tomar el control del Partido Republicano y que la influencia evangélica no sólo iba en aumento sino que era decisiva. También sabía que el reservado estilo de su padre era difícil de defender. George W. lo vivió de primera mano en 1978, cuando se postuló para un escaño en el Congreso en Midland.
Cuando Bush se trasladó a Washington en 1987 para ayudar en la campaña de su padre, aprovechó su oportunidad: hizo de "enlace" con la derecha religiosa. Rápidamente vio que podía hablar y actuar como ellos. "Su padre no se sentía cómodo tratando con la gente religiosa -recordó Doug Wead, quien trabajó junto a él con esos grupos-. George sabía exactamente qué decir, qué hacer". El y Wead bombardearon a dirigentes de alto rango de la campaña con métodos novedosos para llegar a la gente. Wead, por ejemplo, introducía frases bíblicas en los discursos de Bush padre. George W. favorecía, en cambio, un enfoque directo. Quería mostrar al reverendo Billy Graham en un video de campaña. Su padre rechazó la idea.
La influencia evangelista
Bush y Rove construyeron sus carreras juntos sobre esa nueva base. La fe y la ambición se hicieron una misma cosa, con Bush a cargo de hablar y Rove pensando las cuestiones políticas. En 1993 -el año anterior a que se postulara como gobernador-, Bush causó un pequeño escándalo al decirle a una periodista de Austin (que resultó ser judía) que sólo los que creían en Jesús iban al cielo. No fue una declaración asombrosa, por lo menos para Texas. Pero el hecho de que se hubiera atrevido a decirlo causó revuelo. Mientras los editorialistas echaban humo, Rove expresaba en silencio satisfacción. La historia ayudaría a establecer las credenciales de su cliente en el cinturón bíblico y en el sector rural -hasta entonces primordialmente demócrata- de Texas. Como candidato, Bush buscó y recibió consejo de pastores, especialmente de los líderes de las nuevas "megaiglesias" sin denominación de las regiones suburbanas. Sus ideas de cómo gobernar congeniaban con su fe. Las ideas se diseñaron para atraer a los evangélicos a las urnas sin parecer demasiado hechas para la iglesia. El "conservadurismo compasivo" -guía, amor con disciplina para combatir la delincuencia, asistencia social basada en la religión- era en muchos sentidos un grupo de estudio bíblico a gran escala.
La campaña presidencial, por su parte, fue una suerte de Texas a gran escala. Mientras preparaba en 1999 su postulación, Bush reunió a pastores de diversas iglesias en la mansión gubernamental para una "imposición de manos" y les dijo que había sido "llamado" a un cargo más alto. En las primarias del Partido Republicano se hizo dueño del terreno practicando lo que un rival, Gray Bauer, denominó "política de identificación". "Bush habló de su fe -dijo Bauer- y la gente simplemente le creyó... y creyó en él". Los votantes laicos, en su mayoría, pensaron lógicamente que el hijo de Bush era un moderado encubierto. De improviso, la carga del padre era un regalo: Bush hijo podía llegar a la base sin poner en peligro el resto.
Para sus discursos públicos, George W. Bush contrató al escritor Michael Gerson, que comprendía su conservadurismo compasivo. Lo que es más importante, podía expresarlo en un lenguaje animado. Bush ganó las elecciones.
La fe no convirtió a Bush en una persona decidida: siempre lo fue. Su herencia le dio un sentido de la obligación de servir y un sentido del derecho a dirigir. Miembro de una fraternidad universitaria en épocas contestatarias -a fines de los sesenta- aprendió a detestar los avatares intelectuales de la complejidad y la duda. Pero, sin duda, la fe ayuda a Bush a elegir un camino y no mirar para atrás.
"Hay un elemento de fatalismo -dice David Frum, escritor que trabajó en sus discursos-. Uno hace lo mejor que puede y acepta que todo está en las manos de Dios". La atmósfera dentro de la Casa Blanca, dicen los enterados, está cubierta por un aura de oración. Los grupos de estudios de la Biblia no son cosa nueva en la mansión ejecutiva -hasta en la época de Clinton había uno-, pero ahora están en todas partes. La jerarquía sienta la pauta: ahí está Gerson, cuya oficina está cada día más ceca de la Oficina Oval; la esposa de Andrew Card, el secretario de Gobierno, es ministra metodista; el padre de Condoleezza Rice, la asesora de seguridad nacional, fue predicador.
Una "guerra justa"
¿La guerra contra Irak es una "guerra justa" en términos cristianos, como lo planteó San Agustín en el siglo IV? Bush se ha convencido de que sí. Pero no lo hizo por medio del examen de textos o mediante un debate. Decidió que Saddam era malvado, y todo partió de allí. El lenguaje del bien y del mal surgió con naturalidad, admite Frum. Desde el principio, señala, el presidente usaba la palabra "demonios" para describir a los terroristas como Osama ben Laden y sus secuaces. En noviembre de 2001, en una entrevista con Newsweek, declaró -se le escapó, en realidad- que, en Irak, Saddam también era un "demonio".
El mundo, y el gobierno de Bush, están enfocados en Irak. Pero por razones de política y principios, el mandatario sabe que necesita cumplir con su temario nacional basado en la fe. La lista compilada por Rove es larga. Incluye designaciones judiciales de conservadores en contra del aborto, prohibición de la clonación humana y abortos de "nacimiento parcial", un programa amplio que permita a las iglesias, sinagogas y mezquitas el uso de fondos federales para administrar programas de asistencia social, el fortalecimiento de los límites en los estudios sobre células madre, un aumento de fondos para promover la abstinencia en las escuelas -en lugar de las relaciones sexuales cuidadosas o la prevención del embarazo-, políticas de ayuda al extranjero que resaltan los temas en contra del aborto y dinero federal para los programas carcelarios -similar al de Texas- que empleen el amor con disciplina cristiana en un esfuerzo por reducir la tasa de reincidencia entre los presos.
Mientras dirigentes como Rove y Hill trabajan fronteras adentro, Bush se está apoyando en una explosiva política exterior basada en la fe: una guerra en nombre de la libertad civil -incluyendo libertad religiosa- en el antiguo corazón del islamismo. En el debate sobre la "guerra justa" tiene el apoyo de su base. Los prominentes defensores de la virtud moral de su misma posición incluyen a Richard Land, jefe del brazo político de la Convención Bautista del Sur. Pero el presidente enfrenta una poderosa fuerza de dirigentes religiosos en el otro lado. Entre ellos se encuentran el Papa, el Consejo Nacional de Iglesias, muchos grupos judíos y la mayoría de los líderes musulmanes.
Los musulmanes están especialmente preocupados. Bush se ha esforzado por tranquilizarlos diciendo que admira su religión. Ha ofrecido cenas de Ramadán, y periódicamente ha criticado a algunos evangelistas que acusan al islamismo de ser una fe violenta y corrupta. Sin embargo, los misioneros evangélicos no ocultan su deseo de convertir a los musulmanes al cristianismo, incluyendo a los de Bagdad. Si una de las metas de derrocar a Saddam Hussein es llevar la libertad de culto al pueblo oprimido, ¿cómo puede el presidente objetarlo?
Para Bush, ésa es por el momento una cuestión irritante. Si está preocupado por este y por otros asuntos incómodos, no fue evidente en las habitaciones privadas de la Casa Blanca, la semana pasada. El y Laura habían invitado a amigos íntimos y aliados, como el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld. Bush, como siempre, fue un anfitrión afable y bromista. También, como siempre, no quiso que la reunión se prolongara demasiado. "Tiende a apresurar el cóctel -dice un amigo-. Una Coca Cola rápida y quiere comer". El mandatario pidió a Rumsfeld que bendijera los alimentos ("¿Nos puede ayudar aquí, señor Secretario?"). Cerca de las 22.30, el comandante en jefe parecía ansioso por irse a la cama. Los invitados que lo conocían bien comprendieron que quería ver por lo menos unos minutos de "SportsCenter", su programa deportivo favorito en ESPN. Pero también quería levantarse temprano, muy temprano. Tenía mucho que leer.




