
Guerras en nombre de Dios
Por Julio César Moreno Para LA NACION
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Con un promedio de veinte o treinta muertos por día, no puede decirse que la coalición encabezada por los Estados Unidos esté ganando la guerra de Irak; pero -más allá del resultado del "plan de democratización" de este desgarrado país- lo cierto es que la nueva configuración del mundo, surgida de los atentados de septiembre de 2001 en Estados Unidos, completados con los de la estación madrileña de Atocha el año último y los de Londres este año, sigue siendo la misma.
El conflicto entre Occidente y el islam se parece a la antigua "guerra de posiciones", con fronteras prácticamente inmovilizadas por largo tiempo, en contraposición a la "guerra de movimientos", en la que los ejércitos se desplazaban con una gran movilidad de un día a otro.
Todo está quieto, casi inmóvil, hasta que en alguna parte las bombas hacen volar vagones de trenes o subterráneos u ómnibus de pasajeros.
Han pasado cuatro años desde aquel 11-S en que volaron las Torres Gemelas de Nueva York, es decir, el mismo tiempo que duró la Primera Guerra Mundial y poco menos que la Segunda. Y, al parecer, ésta es una guerra que recién empieza y que amenaza con extenderse indefinidamente en el tiempo, con prolongados intervalos de tregua que crean la ingenua sensación de que ya nada va a volver a pasar.
Y la gran pregunta que muchos se hacen es si existe una solución militar para este conflicto o si, por el contrario, es preciso buscar otras alternativas. En su reciente visita a Colonia, Alemania -con motivo de un encuentro mundial de juventudes católicas- el papa Joseph Ratzinger, en una reunión con representantes de la comunidad musulmana, dijo que "debemos avergonzarnos" de las guerras en "nombre de Dios" entre cristianos y el islam, y condenó severamente tanto el terrorismo islámico de hoy como las guerras religiosas del pasado. Previamente, en la sinagoga de la ciudad, había denunciado los nuevos signos de antisemitismo en el mundo.
Las palabras del Papa hacen reflexionar sobre la velocidad con que ha cambiado el mundo en los últimos años. Los anaqueles de las bibliotecas todavía están llenos de libros sobre la Guerra Fría, la lucha contra el comunismo y -en lo que concierne a la Iglesia Católica- la defensa de los valores cristianos frente a la herencia de las revoluciones Francesa y Rusa: el liberalismo político, el laicismo, el marxismo.
Esos libros sirven para poco, ya que no explican el mundo de hoy, que parece haber vuelto a las "guerras en nombre de Dios". La prédica de Voltaire, Rousseau o Marx resulta inofensiva frente a la amenaza del terrorismo islámico y el engarce de éste con una comunidad de más de mil millones de personas, como es la musulmana. El Papa, como la mayoría de los países y gobiernos, es partidario de un diálogo a fondo con el islam. Pero no es fácil, porque la nueva guerra ya está declarada. La sangría de Irak y las bombas en Atocha y Londres demuestran que la nueva guerra continúa, y que quizá esté en sus comienzos.
Pero también va quedando en claro que no hay solución militar para el conflicto entre Occidente y el islam, y que la única alternativa que queda es el diálogo, por difícil que sea.






