Hacer planes antes de que el mundo se venga abajo
Hace unos días me llegó el correo electrónico de una editorial española, Candaya, que anunciaba la publicación de la novela de un joven escritor argentino. Cuando leí el título, Tambor de arranque, recordé vagamente que había tenido el libro sobre mi escritorio mucho tiempo, y que el formato era alargado y colorido. ¿Lo había publicado una editorial rosarina? ¿Pero cuándo? ¿Había ganado un premio? ¿Lo había leído? Cuando finalmente lo encontré en mi biblioteca confirmé que Tambor de arranque obtuvo el Premio Ciudad de Rosario en 2012 y fue editado más tarde por la Editorial Municipal. El ejemplar tenía una dedicatoria fechada a principios de 2013. Con pudor retrospectivo tuve que admitir que no lo había leído. Y una vez que lo hice, esa misma tarde, confirmé en Internet que por fortuna su autor, Francisco Bitar (Santa Fe, 1981), había seguido escribiendo durante estos años: en 2014 publicó el libro de relatos Luces de navidad y casualmente algunos días atrás, Acá había un río, su segundo volumen de cuentos.
Lo primero que habría que decir de Tambor de arranque, aunque sea algo tarde, es que es una novela excepcional y de una madurez literaria poco común. La separación de una pareja es narrada a través de ocho escenas (desde la primera, cuando emprenden un viaje para comprar un auto, hasta la última, ya en casas distintas, cuando deciden dejar de hablarse definitivamente) que son abordadas desde distintas voces y a través de diferentes puntos de vista. Bitar elige saltearse los pasos obligados y comunes, cuando no triviales, de toda disolución sentimental (las discusiones, los gritos, los llantos, el desprecio, las despedidas), y concentrar la atención en otro tipo de preguntas. ¿Cuáles son los movimientos, las acciones, los detalles que marcan el momento de no retorno en una pareja? ¿Cómo atraviesa cada uno de los integrantes el primer fin de semana sin el otro? La novela evita con eficacia regodearse en los dolores conocidos o imaginados, e indaga desde la literatura, en los efectos inmediatos de la devastación amorosa.
La novela evita regodearse en los dolores conocidos e indaga, desde la literatura, en los efectos inmediatos de la devastación amorosa
¿Cómo hace Bitar para esquivar sentimentalismos y lugares comunes? Construyendo, por un lado, una galería de personajes inteligentes y queribles. Y por el otro, una suma de situaciones sencillas y profundas, inquietantes y amenazantes, en donde esos personajes van a moverse. Para dar cuenta de que Isabel y Leo, los protagonistas, han atravesado esa línea invisible que separa el pasado en común del futuro en soledad, el autor pone a su personaje a dormir en una reposera en el patio, acompañado de un vaso de ginebra. Ya de nuevo en la vigilia, Leo piensa: "Al despertarme era de noche. Isa había prendido la luz del patio arriba mío; en otra época eso hubiese significado ‘Te cuido’. Pero ahora quería decir: ‘Te estoy viendo’". Bitar se toma el trabajo de dotar a cada uno de sus personajes (la hija, los vecinos, incluso los animales: perros y gatos) de su propia singularidad. El mismo autor confesó que se trata de algo central a la hora de concebir sus historias: "Estos hombres y mujeres, desde el momento que observo sus conductas y entiendo el rasgo humano que hay en ellas, a veces el orgullo y otras la desesperación, se convierten en mis hermanos. Un personaje, para llegar al final de una historia, debe despertar en mí la ternura. De otra manera, sin ternura de por medio, tanto los personajes como esa historia se quedarán a mitad de camino".
Lo segundo que se podría decir de Tambor de arranque es que la gacetilla de la editorial española no es del todo justa con la novela ni con el autor, cuando habla del "vigor" de la voz narrativa de Bitar o lo hace desfilar junto a nombres como los de Juan José Saer, Fogwill o Sergio Chejfec. Porque en este libro, al menos, hay más sutileza, melancolía y compasión que vigor. Y porque tampoco se advierte en la propuesta formal de Bitar ni la sensualidad saeriana, ni el materialismo fogwilliano, ni el habitual trabajo digresivo de Chejfec. Hay más familiaridad y semejanza entre Bitar y otros autores contemporáneos menos conocidos en el extranjero como Sergio Gaitieri, o con compañeros de generación como Luciano Lamberti y Federico Falco, todos narradores que procesaron muy bien la influencia de la narrativa breve estadounidense al mismo tiempo que se dedicaron a leer y escribir (como el mismo Bitar) poesía con profusión. "Para mí la poesía y la narrativa siempre estuvieron vinculadas. En los poemas utilizo herramientas propias de la narración. Y trato de lograr la mayor condensación posible en el relato, lo cual puede considerarse un recurso de la poesía", declaró alguna vez en una entrevista.
Acierta, tal vez sí, finalmente, la noticia de la llegada de esta novela breve a las librerías españolas, cuando se refiere a ella como un relato sobre "lo que queda cuando no queda nada". Tambor de arranque es una novela delicada y al mismo tiempo devastadora. Una de esas historias que, como dice el personaje de Isabel sobre Leo, llevan a pensar que pese a todo "está bien hacer planes cuando el mundo se viene abajo".