Hay que negociar una revolución
EL año pasado pareció ser la época de las revoluciones. Desde El Cairo hasta Trípoli, pasando por Túnez, vimos a la manifestación popular pasar a primer plano. En Londres, Nueva York y hasta en Santiago de Chile, los manifestantes desafiaron al capitalismo de un modo sin precedentes.
Atrás quedó el tiempo en que la revista Time elegía a un presidente, un Papa o un magnate como "personalidad del año". La personalidad de 2011, según Time , fue la figura del manifestante.
Durante las primeras semanas de 2012, la organización que represento en la Argentina, la Organización de las Naciones Unidas, también hizo un llamado a la revolución. Se hizo de manera pacífica, diplomática, formal.
Pero el mensaje es inconfundible. La ONU está pidiendo al mundo que cambie su manera de hacer negocios; está sugiriendo que ha llegado el momento de repensar el modo en que compartimos todo -recursos, salud, inversiones- con el propósito de salvar nuestro mundo. La ONU está proponiendo una primicia histórica: una revolución negociada.
El puntapié inicial surge de un informe del Panel de Alto Nivel sobre Sostenibilidad Global, titulado, con optimismo, "Gente resistente, planeta resistente: la elección de un futuro que vale la pena" ( Resilient people, resilient Planet: a future worth choosing ).
El informe contiene probablemente la advertencia más categórica que he visto en mis años en la ONU. "Estamos testeando la capacidad del planeta para preservarnos -concluye-. Las economías están tambaleándose. La desigualdad está creciendo. Y las temperaturas globales continúan subiendo."
En cada sección, el informe recalca la necesidad urgente de acción, ahora y no el año o la década o el siglo próximo. De hecho, señala a la cumbre mundial, por realizarse en junio próximo en Río de Janeiro, como la última y la mejor oportunidad para hacer que nuestro planeta retorne a la buena senda.
"Necesitamos cambiar de manera drástica -declaró el equipo de la ONU al referirse a las negociaciones en Río, que señalan el vigésimo aniversario de la Cumbre de la Tierra en 1992-, empezando por el modo en que concebimos nuestra relación con el otro, con las generaciones futuras y con los ecosistemas que nos preservan."
En cada parte, en este documento siempre aparece el mismo diagnóstico: progreso en los años recientes, sí, pero un pronóstico nefasto para lo que viene.
Así, por ejemplo, la cantidad de gente pobre en nuestro planeta disminuye, pero la cifra de hambrientos crece. Más gente que nunca tiene hoy acceso a agua potable, pero 2.6 mil millones de personas -más de un tercio de la población mundial- carecen de las condiciones de higiene apropiadas. La desigualdad en la distribución de la riqueza, la vieja brecha entre los que tienen y los que no, está creciendo de manera dramática. Y las mujeres siguen todavía privadas de oportunidades económicas.
Y todo esto sin olvidar la crisis en el mundo por venir, que arribará en forma mucho más rápida de lo que nos gustaría admitir. Antes de 2030, indica el informe, la demanda de alimentos crecerá hasta un 50%; la de energía, hasta un 45%, y la del agua, hasta un 30 por ciento.
De manera audaz para un informe de la ONU, los autores (encabezados por los presidentes de Sudáfrica y Finlandia) osan incluso llegar a conclusiones críticas acerca del mundo financiero. La actual crisis global, sugieren, fue causada en parte por las reglas del mercado que alentaron el pensamiento cortoplacista y no premiaron las inversiones sostenibles a largo plazo.
Y concluyen, sin dejar de recomendar una importante inversión en desarrollo sostenible para todos, con una especial atención en la pobreza, la desigualdad, la salud y la educación: "El modelo económico actual nos está impulsando inexorablemente hacia los límites de los recursos naturales y los sistemas de preservación de la vida en el planeta".
Como parte de un equipo de la ONU que está trabajando en la planificación de la Cumbre, yo sé que los preparativos están en marcha para la que será la mayor reunión global de este año, al igual que para las negociaciones diplomáticas, de las que se esperan resultados significativos.
Pero hay que decir que las expectativas son bajas. La recesión global milita en contra de aquellas inversiones serias y de alto nivel en desarrollo sostenible que podrían corregir los temas entrelazados de la desigualdad económica, la degradación ambiental y una mejor distribución de los recursos y la salud.
La creencia más arraigada sugiere que en un momento de crisis económica como éste los líderes sólo pueden hacer pequeños ajustes en los márgenes de las grandes desigualdades estructurales de nuestro mundo que amenazan al planeta.
Quizá sea así. Pero habiendo visto algunas revoluciones en las décadas en las que trabajé como periodista, antes de sumarme a la ONU, y habiendo leído un informe que anticipa terribles consecuencias para el caso de nuestra inacción, me pregunto si Río no ofrece una ocasión, una ventana histórica, para una revolución negociada por el planeta.
© La Nacion
El autor es director del Centro de Información de la ONU para la Argentina y Uruguay