Hebe de Bonafini, una muerte que despertó el lado más oscuro de la grieta
Einstein articuló una frase que bien podría servir de antídoto para la grieta: un problema no puede resolverse en el mismo nivel en el que se generó. Es decir, las soluciones aparecen cuando somos capaces de elaborar respuestas de alta calidad; de lo contrario entramos en un loop, un bucle o en la secuencia del perro que se muerde la cola: la misma historia repetida al infinito.
Como dice Carlos Portaluppi, en la piel de León Arslanián, en Argentina 1985: “vamos a darles a los militares lo que ellos no les dieron a sus víctimas: un juicio”. En 1985, a la brutalidad de la dictadura se le respondió con más democracia. Una respuesta de alta calidad frente a la reacción primaria de la venganza.
Pero casi 40 años más tarde, la muerte de Hebe de Bonafini nos muestra ubicados en el lugar opuesto: el territorio de las reacciones primarias. El fallecimiento de la presidenta de las Madres de Plaza de Mayo detonó el lado más oscuro de la grieta y generó una respuesta brutal en los sectores más fanatizados del antikirchnerismo: memes embebidos por el lenguaje del odio, ironías crueles y hasta alegría por la muerte ajena.
La tentación de devorarse al caníbal es siempre poderosa.
La muerte no santifica a nadie, por cierto. Pero tampoco debería amputar fragmentos de una vida polémica, atravesada por potentes claroscuros. Sus polémicas frases; la asociación con los Schoklender, la estafa de Sueños Compartidos. Sus oscuras reivindicaciones. Y tal vez, lo peor: la opaca alianza con el kichnerismo, que la llevó a partidizar lo que siempre debería haber sido una bandera universal: los derechos humanos.
Todas esas secuencias fueron reales, como también lo fue el rol trascendente que jugaron las Madres durante la dictadura y sus denuncias sobre las violaciones a los derechos humanos. Denuncias de trascendencia internacional que, finalmente, nos llevaron hacia la recuperación democrática. Este fragmento de la película también debería ser incluido por quienes reclaman, con toda razón, una memoria completa los ‘70.
¿Con qué elegimos quedarnos cuando muere una figura polémica?
María Migliore, ministra de Horacio Rodríguez Larreta, lo escribió en un tuit: “Hebe fue símbolo de lucha impulsando una agenda de Justicia y derechos humanos en la Argentina. Un grupo de madres que, con valentía, le hicieron frente al momento más oscuro de nuestra historia. Esa trayectoria es más grande que cualquier diferencia política. Me quedo con eso”.
La masacraron injustamente en las redes; sobre todo, los propios. Tanto que, al día siguiente, tuvo que salir a explicar (increíblemente) que sus palabras no significaban “avalar ni el odio, ni el posicionamiento político, ni el ataque a las Torres Gemelas, lugares donde ella (Bonafini) circuló en los últimos años”.
La lógica de la grieta nos conduce a lugares donde hay que salir a aclarar lo obvio.
Los archivos de la memoria completa muestran cómo durante otro Mundial de Fútbol, el del ‘78, un grupo de mujeres, amparadas en su condición de madres, reclamaban por sus hijos desaparecidos ante la prensa extranjera: periodistas de todo el mundo que habían venido a cubrir la competencia deportiva, pero también a indagar sobre las atrocidades que, en paralelo, sucedían en la Argentina.
“Nosotros solamente queremos saber dónde están nuestros hijos. Vivos o muertos, pero queremos saber dónde están. Ya no sabemos a quién recurrir: consulados, embajadas, ministerios, iglesias. En todas partes se nos han cerrado las puertas. Por eso les rogamos a ustedes. Por favor, ayúdennos. Son nuestra última esperanza”, denunciaba Marta Moreira de Alconada Aramburú ante un periodista holandés. La imagen recorrería el mundo y sería el primer golpe serio contra el gobierno militar. Bonafini estaba entre esas primeras madres. La atrocidad de la dictadura produjo el fenómeno de unir a mujeres de muy diferentes clases sociales, en la búsqueda de lo más sagrado.
Paradojas del destino: aquella prensa a la que Bonafini odiaría tanto en su segunda vida fue, en aquellos años, la que inicialmente logró hacer mundialmente visible el tema de los desaparecidos. El puntapié inicial que, más tarde, le permitiría al gobierno de Alfonsín enjuiciar y encarcelar a las cúpulas militares.
Pero la grieta por la muerte de Bonafini no solo estalló dentro de Juntos por el Cambio sino también al interior del kirchnerismo.
En lugar de transitar el duelo por la muerte de su líder, las Madres eligieron vengarse de Alberto Fernández, en nombre de Cristina. Alberto fue blanco recurrente de Bonafini, en sus últimos tiempos. Y la Asociación decidió seguir con el legado. “Relacionar la lucha de nuestra Presidenta con otra organización es un insulto. Por suerte, Hebe hizo público todo lo que pensaba de usted”, lo destrataron. Fernández había querido ser políticamente correcto. Emitió un tuit lamentando la “pérdida” de Hebe y, en su mensaje componedor, enlazó la lucha de Madres y Abuelas: una relación siempre surcada por complejas internas.
Fernando Iglesias describió, con lucidez, los claroscuros en la vida de Bonafini. “Durante los años de la dictadura, las Madres de Plaza de Mayo fueron la encarnación de los principios de la revolución liberal: habeas Corpus, derecho a la vida, de reunión y expresión, lucha contra los abusos del Estado. El resto ya lo vimos: el peronismo rompe todo lo que toca”.
Pero no todas se dejaron romper. Para bailar el tango siempre hacen falta dos. Norma Morandini o Graciela Fernández Meijide, por caso, no se dejaron romper.
Dos madres, dos caminos. Frente a un mismo dolor, tal vez el más profundo y lacerante, Fernández Meijide y Bonafini transitaron caminos evolutivos inversos. Meijide logró transformar su desgarro en sabiduría, servicio, compasión y liderazgo político. Hebe no pudo, no supo o, tal vez, no quiso.
Como escribió en las redes el médico sanitarista y dirigente radical Gabriel Montero: “Casi a sus 94 falleció Hebe, que primero fue la madre de tres hijos, luego la madre de todos y finalmente eligió ser la madre de Cristina”.
Las “madres” olvidadas por Cristina
Hay un hecho tan increíble como poco contado en la historia reciente de la Argentina: las principales referentes de los derechos humanos, en Santa Cruz, que en los ochenta y noventa estaban estrechamente ligadas a Hebe de Bonafini y Estela Carlotto, no solo jamás fueron recibidas por el matrimonio Kirchner sino que, además, eran habitualmente despreciadas. Más aún, Bonafini y Carlotto decidieron romper lazos con ellas, cuando eligieron atar su causa a la del kirchnerismo. Hablamos de Ana Redona y Milagros Pierini, fundadoras de la Comisión Permanente por los derechos humanos en Río Gallegos.
Cristina Fernández, la verdadera historia, una biografía sobre la expresidenta, publicada en 2014 por Editorial Sudamericana, recoge el impactante testimonio de ambas.
“Cristina directamente nunca nos hubiera recibido porque militar en derechos humanos aquí era algo marginal, algo del Partido Obrero. Y era, además, ser tachadas de zurdas que querían revivir cosas del pasado. El mensaje de los Kirchner, mientras gobernaron aquí, siempre fue éste: éstas de los derechos humanos son zurdas que quieren revivir el odio del pasado. Y otro lema que siempre sostuvieron es: no generemos rencores con los militares, que son nuestros vecinos”, apunta Milagros Pierini, en un testimonio que sacude y sorprende.
En los noventa, Pierini y Redona eran los enlaces con las referentes de los organismos porteños. Cada 24 de marzo, y sin ningún apoyo estatal, organizaban recitales y eventos con los mismos artistas con los que, años más tarde, los Kirchner se abrazarían, con la idea de que la izquierda -y los derechos humanos- les darían los “fueros” necesarios para la construcción del poder. Esta vez es Ana Redona quien reconstruye aquella historia: “En los ‘90 nosotros traemos a Fito Páez. Fue una campaña que hicimos para un 24 de marzo. Venían acá y hacíamos jornadas artísticas. Habíamos programado la visita de Fito, el flaco Spinetta y Hebe de Bonafini: vinieron todos juntos. Los trajimos nosotros. Kirchner ya era gobernador. Me acuerdo que conseguimos el Teatro Carrera para que actuaran Fito y Spinetta y que aquel 24 de marzo no se acercó absolutamente nadie. Me acuerdo que terminaron pagándose ellos mismos, Fito y Spinetta, la carga que trajeron de los equipos. Lo pagaron de su propio bolsillo, nunca me lo voy a olvidar”.
Páez y Bonafini regresaron varias veces a Río Gallegos, durante los años dorados del kirchnerismo, ahora con todo el apoyo y la pompa del aparato estatal. Fue en uno de esos 24 de marzo cuando un periodista se animó, finalmente, a preguntar qué opinaban sobre la ausencia total de interés en ellos y en la causa de los derechos humanos de Néstor y Cristina, antes de su llegada a la Rosada. “Fue un momento muy violento -recuerda Redona- porque Fito y Hebe se enojaron muchísimo con la confrontación. Y abandonaron la rueda de prensa”.
Cuando es completa, la memoria siempre es sanadora.