Herencia cruzada Lazos culturales de Galicia al Río de la Plata, y viceversa
SANTIAGO DE COMPOSTELA, CIUDAD INVITADA. La visita de autores, los lanzamientos y homenajes renuevan las miradas sobre el legado gallego en temas, géneros y circulación de textos
Se los puede imaginar cerca de las cortes del Camino de Santiago cantando su repertorio de cantigas. Eran muy diferentes de los juglares: los trovadores eran nobles, hombres cultos que además sabían componer y entretener a sus señores. En esos tiempos, Santiago de Compostela era simplemente Compostela -Campus Stellae- y Galicia, un territorio mucho más amplio de lo que es hoy. Abarcaba, por ejemplo, parte de lo que conocemos como Portugal, León y hasta el lugar donde se suponía que estaban los confines del mundo, ese Finis Terrae en el que terminaban encallando los barcos -parte de la Costa de la Muerte- que hoy es parada obligada para cualquiera que quiera visitar La Coruña.
Desde hace siglos y hasta hoy incluso, lo gallego ha estado presente de diferentes maneras en nuestra cultura. Se trata de un legado medieval que ha influido el imaginario en torno del amor; ha dado forma a ciertas particulares expresiones de la nostalgia en la música, la poesía y la literatura; ha promovido ciertos personajes en la narrativa local desde el siglo XIX, y ha dejado su marca en la circulación de libros y de autores gallegos que se dio antes en la Argentina que en su tierra natal.
Todo esto, impulsado por una serie de intercambios que han hecho de Galicia una región particularmente cercana para los argentinos. Para reconocerlo, la Feria del Libro de este año eligió a Santiago de Compostela como ciudad invitada, lo que motiva por estos días la visita de más de 30 autores gallegos de distintas disciplinas, homenajes, lanzamientos editoriales y actividades dentro y fuera del predio de La Rural. Pero estos vínculos que se celebran tienen historia.
A grandes rasgos, la primera ola inmigratoria llegó al país alrededor de 1820. Más tarde, a fines del siglo XIX y principios del XX, de aquellos españoles que vinieron a la Argentina, una gran parte -aproximadamente el setenta por ciento- era de origen gallego. Trajeron una lengua que se ocuparon de resguardarcomo quien cuida aquello que nombra lo más preciado. Escritores argentinos de familia gallega, intelectuales exiliados durante los años posteriores a la Guerra Civil, cantautores populares: todos a lo largo de los años han ido retratando a partir de imágenes y metáforas la ciudad principal de su Galicia natal. Una ciudad que acoge año a año a millones de peregrinos que recrean el camino de los restos del apóstol Santiago desde el puerto de Jaffa hasta el lugar donde desde el siglo X se encuentra la Catedral. Es decir, una ciudad marcada por la idea de la migración, del ir y venir de culturas, del intercambio.
Esa zona de peñascos que se yergue en La Coruña sobre el océano Atlántico se llamaba Finis Terrae pero también Stella Obscura, según cuenta Gimena del Río Riande, investigadora del Conicet especializada en lírica gallego-portuguesa."Es el lugar -dice del Río Riande- donde se creía que iban a morir las estrellas: espacio de muerte y vida a la vez." Transcurrían los siglos XII, XIII, los reyes católicos todavía no habían comenzado con su proceso de unificación y su consecuente prohibición del uso del gallego que era, en ese entonces, también la lengua de la poesía, de los trovadores y del amor. La segunda prohibición llegaría con el franquismo. Pero ni una ni otra serían suficientes para impedir la circulación de la literatura gallega dentro de Europa y hacia América.
El discurso sobre el amor
Para nuestro paisaje americano, la Edad Media, con sus calles estrechas, sus construcciones fortificadas y sus puentes, parece un espacio ajeno y oscuro. Y sin embargo, a partir del siglo XV, una versión tardía del universo simbólico que allí se gestó llega hasta nuestros días. "Basta con revisar nuestro imaginario en torno al amor para darnos cuenta de hasta qué punto la herencia de la lírica gallego portuguesa está presente en nuestra cultura", dice del Río Riande. "Las cantigas de amor que llegan a Galicia desde Francia y forman parte de la cultura cortés son fundamentales en la construcción occidental del discurso en torno a lo amoroso. En ellas una voz masculina le habla a una mujer casada que es su amor imposible. Las ejecutaban los trovadores que eran los agentes culturales más importantes de la Edad Media."
Esa relación amorosa que jamás se concreta está presente en infinidad de canciones populares: son versiones del mismo tema que sobrevive al paso del tiempo. La figura de la mujer inaccesible hacia quien está dedicado todo el esfuerzo del poeta cantor nos llega, también, a través de la lectura que de la Edad Media hizo el romanticismo. La cantiga de la Edad Media no era diferente en este sentido de lo que conocemos de la canción de amor. Eran espectáculos que hoy definiríamos como performáticos o interdisciplinarios, donde la música se fundía con danza y con poemas que jamás se leían, sino que se cantaban. Los testimonios manuscritos que se encontraron -como el del trovador gallego Martín Codax, cuya particularidad es que tiene un registro también de la música- forman parte de la escasísima herencia escrita. El manuscrito de Codaxes una hoja suelta hecha de papel vitela -la piel del becerro- con el fin de la conservación del trabajo, no de su ejecución. Los cancioneros, aquello que hoy conocemos como antologías, llegarían mucho después.
Sigue Del Río Riande: "A diferencia de la lírica francesa, en las cantigas gallego-portuguesas el amor nunca se consuma, sino que termina siempre en el sufrimiento, algo cercano a esa 'morriña gallega' que tiene su versión portuguesa en la 'saudade' que nos remite al género musical que escuchamos hoy en día. Los géneros líricos establecen así cercanías, familias de sentimientos".
Éste no es el único rasgo distintivo: dentro de esta lírica están las cantigas de amigo. Del Río Riande explica que en ellas la voz es la de una mujer -aunque sea un trovador varón quien las canta- que muchas veces espera a un amigo que nunca llega. Y en su espera interroga a la naturaleza: "Olas del mar de Vigo/ ¿Acaso viste a mi Amigo?", dice Martín Codax en el siglo XIII. Estas cantigas llegan hasta nuestros días en canciones populares o rondas infantiles, donde se mantiene la estrofa simple y el recurso del diálogo con las fuerzas de la naturaleza. Gran parte de estos textos los recogió a mediados del siglo pasado el investigador argentino Juan Alfonso Carrizo, quien a partir del registro de la tradición oral del interior de nuestro país -"Anda palomita,/ donde está mi dueño/ dile que me has visto/ las noches sin sueño", anota en el Cancionero Popular de Jujuy- escribió varios trabajos que rinden cuenta del origen de estos versos en el Siglo de Oro y en el Medioevo español.
Se sabe: los caminos que siguen las formas culturales suelen ser de ida y vuelta. No será curioso, entonces, que la primera antología de lírica que se autodenomina "gallega" se haya publicado en Buenos Aires en 1941 de la mano de un exiliado: Luis Seoane, cuyo trabajo como artista plástico se puede ver hoy, por ejemplo, en los frescos de Galerías Santa Fe. El franquismo había prohibido la lengua gallega de la vida civil y fue en la Argentina donde se encontró la posibilidad de darle un lugar, de rescatar una tradición. Se publica aquí, sí, pero con la intención de que llegue de alguna manera nuevamente a Galicia. "La historia nos enseña que no hay que pensar la lengua conectada a una nacionalidad específica sino a una cultura determinada", dice del Río Riande.
El estereotipo y el territorio
Además del trabajo de Seone, también Andrea Cobas Corral -investigadora y docente de la UBA, especializada en literatura latinoamericana y autora de varios trabajos sobre cultura gallega- señala una cantidad de otras publicaciones, financiadas por diferentes asociaciones colectivas y particulares que invirtieron para que se editaran en Buenos Aires textos muy significativos para la cultura gallega.
"Si se revisa nuestra literatura, ya a partir del siglo XIX se encuentra lo gallego inscripto de diferentes maneras. Aparece la figura del gallego como un estereotipo cargado con una valoración casi siempre negativa -dice Cobas Corral-. Quien trabaja estas cuestiones es María Rosa Lojo en su libro Los gallegos en el imaginario argentino (2008) en el que -a partir del estudio de la literatura, la prensa y el sainete- advierte un estereotipo del gallego en el que, si bien se reconocen la honradez y la lealtad como valores, se termina poniendo el acento en la tosquedad, la tacañería y una marcada brutalidad. Una forma más cercana de esto son los chistes de gallegos."
Afortunadamente no toda la literatura planteó este estereotipo. En pleno siglo XX, apenas antes de la Guerra Civil, en 1935, Roberto Arlt viajó a Galicia. El resultado de su experiencia fueron una serie de "aguafuertes gallegas". En ellas recupera la poesía del paisaje y el silencio de los pobladores en imágenes que recuerdan el tono de Cesare Pavese en su poemario Lavorare Stanca (Trabajar cansa) que se publicaría un año después, en 1936. Dice Arlt: "El mar se mete en Galicia, como en los fiords noruegos. Con la diferencia que en Galicia no se les llama fiords, sino 'rías'. Adentramiento del mar en los valles terrestres. Superficies de agua en zigzag, en serpentina, que siguen la ley del flujo y reflujo. A tal punto que hasta la ría de Pontevedra, en otros siglos, llegaban ballenas. El océano va a buscar al gallego a su casa de piedra". Arlt intenta recoger lo particular de cada pueblo, de las aldeas, de la relación con la tierra, porque es en el detalle donde el lugar común pierde validez; a la vez, se interna en las impresiones que se tiene de los argentinos en Galicia.
Además del caso de Arlt, Cobas Corral señala otro grupo de autores y textos más cercanos en el tiempo: "Son textos que indagan otros modos de vinculación de lo gallego con la tradición cultural argentina, que proponen distintos cruces con la historia nacional e, incluso, textos que recuperan lo gallego como un componente, como un origen, de la historia personal. Pienso en ese orden, en La pasión de los nómades (1994) de María Rosa Lojo; El héroe que vino a buscarme (2010) de Gloria Pampillo y Un comunista en calzoncillos (2013) de Claudia Piñeiro".
En el Medioevo, en el siglo XVI, en los años 30, en el futuro: como señala Del Río Riande, "la circulación de los universos simbólicos muestra que por ciencia, cultura o cuestiones menos afortunadas nunca terminamos de movernos por el mundo". Al igual que esos manuscritos medievales que mandaba a pedir algún noble -alentado por la ejecución de un trovador-, o como aquellas publicaciones editadas en la Argentina que después circularon casi en secreto por la España del franquismo, las formas de la cultura van y vienen de muchas maneras, se asientan capa sobre capa, ruina sobre ruina, para demostrar que las fronteras culturales son siempre más amplias que las geográficas.