Hipoacusia e inclusión social
Dos oídos y una boca en el diseño anatómico de los seres humanos destacarían la importancia de escuchar por encima de la de hablar. Más allá de las reflexiones que esto pueda disparar, está claro que ver afectado el oído desde edades tempranas condiciona severamente la capacidad de aprender un lenguaje, entre otras muchas consecuencias asociadas.
La hipoacusia, unilateral o bilateral, es la deficiencia sensorial de mayor prevalencia en el mundo: se calcula que 360 millones de personas sufren alguna alteración en la audición. Desde 1959, se conmemora cada 28 de septiembre el Día Internacional de la Sordera, instituido por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El desarrollo del nervio auditivo comienza en el quinto mes de embarazo. Los primeros eventos que registramos de bebés son auditivos, luego se sumarán los visuales y por último los que involucran los demás sentidos, abonando una plasticidad neuronal inicial óptima que a partir de los dos años comenzará progresivamente a perderse.
En la Argentina, la pérdida de la audición afecta a entre 700 y 2100 chicos antes del primer año de vida. La ley de 2001 fija la obligación de realizar un screening auditivo neonatal a los recién nacidos, ya que el rápido diagnóstico y la pronta intervención resultan fundamentales para evitar que la hipoacusia afecte el desarrollo de los niños y su inserción en la sociedad. El cerebro de un niño busca permanentemente información: si no la recibe por el canal auditivo, explorará otras rutas que quizá le demanden mucho más esfuerzo y que no sean tan efectivas. La audición sirve, entre otras cosas, para escuchar los sonidos del habla propia de cada idioma, clave para desarrollar y estructurar el pensamiento tanto como para comunicarnos. Un niño que no escucha no puede desarrollar el lenguaje oral y, si escucha en forma defectuosa, le costará desarrollar el pensamiento abstracto y adquirirá menos vocabulario para hablar.
Según el tipo y grado de pérdida auditiva diagnosticada, el equipamiento temprano para los niños incluye audífonos o implantes cocleares. Estos últimos son dispositivos electrónicos que se colocan dentro de la cóclea, en el oído interno, a través de un procedimiento quirúrgico. Cualquiera sea el equipamiento seleccionado, con el certificado de discapacidad correspondiente, la cobertura está incluida en el Programa Médico Obligatorio (PMO). En la estimulación temprana previa al equipamiento, así como también en la rehabilitación auditiva posterior, el rol de los padres y la familia es de fundamental importancia. Los profesionales brindan información y estrategias para que sean los propios padres quienes estimulen diariamente a sus hijos.
En el extremo opuesto de la vida, hemos también de considerar la presbiacusia, nombre con que se conoce la pérdida de audición por envejecimiento, una realidad muy diferente y de alto impacto también en nuestra sociedad con una expectativa de vida en aumento.
La discapacidad auditiva constituye el 18% de las discapacidades, mientras que el 13% de ese universo corresponde a la sordera. Desde septiembre de 2017, la Agencia Nacional de Discapacidad, dependiente de la Secretaría General de la Presidencia, centraliza las políticas que consolidan los derechos de las personas con discapacidad y es responsable de la llegada de la información diagnóstica a los padres, contribuyendo a simplificar los trámites para conseguir el equipamiento y asegurando la cobertura de la rehabilitación.
En esta materia, como en otras, se impone la prevención, tanto como la detección temprana para minimizar los efectos del daño auditivo, además de la inclusión social y laboral de las personas con esta discapacidad.