Infocracia, el peligro al que todos contribuimos
Un compacto ensayo del coreano Byung-Chul Han alerta sobre las tensiones comunicacionales que distorsionan la democracia
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Ya no se explotan cuerpos y energías, sino información y datos. El capitalismo industrial se valía de un régimen de disciplina en el que los cuerpos eran portadores de energía y como tales, parte del engranaje de la producción, entrenados como ganado laboral.
Ese esquema fue quedando atrás y lo que ordena la escena es “el capitalismo de la información, que hoy deviene en un capitalismo de la vigilancia que degrada a las personas a la condición de datos y ganado consumidor”.
Objetivos primordiales: vigilancia psicopolítica, control y pronóstico del comportamiento, con la ayuda inestimable de cada uno de nosotros subiendo info personal a nuestras redes sociales constantemente.
A diferencia del individuo dócil que no tenía otra que adaptarse al férreo dispositivo industrial, en el régimen de la información, la persona ya no es más dócil ni obediente. “Más bien se cree libre, auténtico y creativo.”
Conceptos y entrecomillados pertenecen a un ensayo tan breve como sustancioso, de apenas cien páginas, titulado Infocracia. El autor es uno de los filósofos más leídos del mundo actualmente: el coreano (del sur) Byung-Chul Han.
Dicho intelectual sugiere que “toda dominación tiene su propia política de visibilización” y que en el régimen de los soberanos el esplendor teatral lo es todo y legitima su poder.
Llevando esa teoría al plano práctico local, Cristina Kirchner busca escenarios grandilocuentes con públicos cautivos que responden a intendencias amigas del conurbano, su base de sustentación electoral, o aún más ambiciosos, y hasta con un toque rockero, como su presentación en el Estadio Único de La Plata. Ya hace rato la vice evita compartir actos con el Presidente, como en los primeros tiempos cuando fraguaba un segundo plano que no era tal. Ahora se presenta como un poder escindido y hasta antagónico con el que ella misma diseñó con Alberto Fernández de señuelo para votantes incautos e ingenuos que se creyeron lo de “volvemos mejores”.
“Las ceremonias y los símbolos del poder estabilizan la dominación”, afirma el filósofo coreano. El problema es que la condición bifronte del actual gobierno no facilita la aplicación del rígido manual de conducción justicialista, siempre demandante de una mano única que no genere confusiones sobre quién manda y que imponga una obediencia vertical e indiscutible.
Cuando el kirchnerismo llegó por primera vez al poder, hace justo veinte años, exhumó los modos y formas del primer peronismo, que ya lucía bastante enmohecido como para ser aplicado de igual manera que a mediados del siglo pasado. El “viento de cola” que depararon entonces precios récords de los commodities argentinos garantizaron que no escalara tanto la conflictividad y que las discrepancias nacionales no fueran de tan alta intensidad. El primer despertar de ese sueño fue abrupto y ya no gobernaba Néstor Kirchner, sino su esposa y llegó de la mano del enfrentamiento con el campo.
Pero para entonces, el segundo y el tercer gobierno kirchneristas se vieron beneficiados con la irrupción en el escenario mundial de las redes sociales. Las mismas marcaron un cambio de paradigma en la comunicación, que pasó de pocos emisores poderosos y muchos receptores sin posibilidad de expresarse a una horizontalidad donde los receptores también se convirtieron en emisores dispuestos a hacer valer sus opiniones y, más aún, a cuestionar al periodismo tradicional. El kirchnerismo supo montarse a ese nuevo tipo de “conversación” virtual y llevar agua para su molino, fogoneando las discrepancias que degeneraron en diversas patologías (fakes news, trolls, bots y militantes virtuales). Eso provocó en poco tiempo réplicas del mismo tenor del antikirchnerismo. Cero interés en buscar consensos. Para colmo, ese estilo altanero, cínico, por momentos difamador, terminó permeando en parte del periodismo audiovisual a ambos lados de la grieta. Sesgo cognitivo a full.
“La democracia está degenerando en infocracia”, alerta Byung-Chul Hal. El pensador coreano reseña que el libro instauró el discurso racional de la Ilustración que fortaleció al sistema durante mucho tiempo, aunque eso circunscribía sus principales beneficios a las elites. Con la aparición de los medios de comunicación, esa cultura se estandariza y masifica, al penetrar en sectores más vastos de la sociedad. Pero mantiene el formato de la discusión y el debate que fomenta la escucha del otro, y que se esfuerza en respetar las distintas posturas en juego. Las redes sociales se desentienden de ese discurrir democrático entre distintos que pretenden entenderse para retroceder a un esquema tribal y dogmático, donde lo identitario se afirma en escuchar solo a los propios.
Aunque con modalidades bien distintas -Alberto Fernández, con su cruzada contra la Corte y sus marchas y contramarchas; Cristina Kirchner, más jacobina y empecinada en repetir que está proscripta-, ambos confluyen en confirmar el diagnóstico que Byung-Chul Han hace de la democracia actual donde “la verdad y la veracidad ya no importan”. Y sentencia gravemente que “sin la verdad, la sociedad se desintegra internamente”.




