Insólito ataque a un embajador
En un caso que no registra precedente en la historia de la diplomacia argentina, la Cancillería labró recientemente un sumario al embajador de la República Argentina ante la Santa Sede, Vicente Espeche Gil, por las supuestas declaraciones que habría formulado a la autora de un libro sobre cuestiones vinculadas con la Iglesia.
A pesar de que el embajador de carrera negó categóricamente, en varias oportunidades, haber formulado esas declaraciones, el insólito sumario siguió su marcha, hasta que finalmente el presidente Eduardo Duhalde decidió no aplicar ninguna sanción a nuestro representante diplomático ante el Vaticano. Debe celebrarse que no haya podido prosperar este mezquino intento de deteriorar el justificado e intachable prestigio de que goza el embajador Espeche Gil.
Causa estupor que en la Cancillería se haya dado curso a una actuación administrativa que exponía al país a un escándalo tan deprimente como innecesario. Es lamentable que el actual secretario de Culto, Esteban Caselli, que en su momento se desempeñó como embajador político ante la Santa Sede, utilice las estructuras del servicio exterior de la Nación para resolver cuestiones que redundan en su exclusivo beneficio personal y que nada tienen que ver con el interés de la República.
Desde hace tiempo es conocido el severo enfrentamiento que existe entre el titular de la cartera de Culto y quienes ocuparon dignamente ese cargo en administraciones anteriores. El sumario al embajador Espeche Gil -instruido con visible arbitrariedad y sin el debido respeto a las garantías constitucionales de la defensa en juicio y del proceso legal- aparece como un capítulo más de una discordia que pertenece a la esfera de los intereses y las vanidades personales y que el secretario Caselli pretendió trasladar, insólitamente, al terreno institucional.
No es posible que cuestiones tan delicadas como son las que atañen a las relaciones de nuestro país con la Santa Sede puedan ser insistentemente enturbiadas por los conflictos artificiosos que desata constantemente el secretario de Culto. Es hora de que los argentinos con responsabilidades de gobierno piensen en términos de valores que trascienden la esfera de los intereses o los orgullos personales.
Por una singular coincidencia, ayer se celebraron cuarenta años de la creación del Instituto del Servicio Exterior, en el que se forman profesionalmente los diplomáticos argentinos de carrera. La oportunidad resulta entonces propicia para valorar la obra de su creador, el embajador Carlos Muñiz, y de quienes colaboraron con él. Y también es propicia para formular votos para que las funciones del servicio exterior estén cada vez más en manos de profesionales egresados de esa escuela y no de improvisados u oportunistas políticos.