La apoteosis de "El Pibe de Oro", contada por Sara Gallardo
Los periodistas de verdad conservan el sentido de la actualidad incluso post mortem. Hace pocas semanas se reeditó la última novela de Sara Gallardo, La rosa en el viento (Fiordo). Casi al mismo tiempo, apareció otro libro firmado por Sara, Los oficios (Editorial Excursiones), que es una compilación, realizada por Lucía De Leone, de una serie magistral de entrevistas y artículos periodísticos de distintos temas aparecidos en revistas y en este diario. Proyectaba escribir para hoy una columna sobre lo que ella pensaba en 1979 acerca de la Argentina. Cuando ya, sentado frente a la computadora, me disponía a dar inicio al "Manuscrito" de turno, me llegó un whatsapp que decía: "Murió Maradona". Aquella columna aún no empezada espero que pueda redactarla y publicarla en las próximas semanas: lo que dice la autora de Los galgos, los galgos, merece recordarse. Sara comprendería la razón por la que he cambiado el tema. De todos modos, en esta columna, también me ocuparé de Sara Gallardo, pero no de su opinión sobre nuestra patria, sino de lo que ella, como corresponsal, escribió sobre Diego Maradona en 1984 y 1987, es decir durante el período napolitano del jugador. Ya en aquellos años, la figura de Maradona provocaba en sus seguidores el mismo desborde, exaltación y frenesí en que vivía y en que murió el ídolo del fútbol. Pero era joven y todo lo que lo rodeaba estaba envuelto en un aura de brillo.
"El Pide de oro" fue presentado a los hinchas del Napoli el 5 de julio de 1984. Lo habían comprado por 7,5 millones de dólares. Gallardo, unos días antes, anticipó cómo sería el recibimiento que le preparaban los napolitanos: "Las nubes se abrirán, ochenta mil devotos aullarán. El niño ascenderá entre chispas de luz y rugir del helicóptero en el estadio San Pablo, de Nápoles".
Lello Gambardella, jefe de la hinchada, fue a Pompeya para agradecer a la Madonna la gracia recibida por su club. Mientras tanto, con Diego ya aterrizado, un Vesubio de cartón bombearía fuegos de artificio y una nube de globos celestes y blancos subiría al cielo. En un jeep blanco, Maradona entraría en la ciudad por el lungomare, como el papa.
Los talleres textiles no daban abasto para estampar remeras con la cara y el nombre del nuevo rey de Nápoles. La pizza de mejillones y pulpo había sido bautizada "Pizza Maradona". En las mercerías, se vendían pelucas de pelo negro rizado. Los periodistas deportivos recordaban que no hacía mucho Gianni Agnelli, el dueño de la Fiat, le había recomendado el "fenómeno argentino" a Boniperti, el director técnico de Juventus. Éste le contestó: "Avvocato, si Maradona fuera tan bueno como usted dice, no se nos habría escapado".
Tres años, más tarde, Sara Gallardo describió en un artículo para LA NACION el clima que se vivía en Nápoles los días antes de que se jugara el 10 de mayo de 1987, el partido decisivo entre Napoli y Fiorentina por el scudetto (el campeonato, el primero del Napoli en toda su historia). Al Napoli le bastó el empate para hacerse con el campeonato.
Entre los festejos, el artesano Giuseppe Tudisco preparó un desfile de carrozas, con varias alegorías. En la primera carroza, estaría Maradona, rodeado de jugadores extranjeros. En la segunda, se alzaría un Vesubio que vomitaría, entre bocanadas de fuego, los scudetti obtenidos por otros clubes en el pasado. En la tercera, se luciría un scudetto monumental de cuyas ventanas asomarían los jugadores del Napoli. La última, sería un caballo de Troya azul, de cuyo interior saldrían niños vestidos como futbolistas del Napoli,
De los barrios españoles, los más populares, bajarían por las escaleras los travestis con trajes bordados de lentejuelas azules. Y el día del partido, se descubriría en la plaza de la Sanità una torta de seis metros de alto con los futbolistas campeones como decoración.
Sara Gallardo cuenta que todo Nápoles, para tratar de convencer a Dios (Maradona aún no lo era), de que ese pueblo fervoroso se merecía el scudetto, se comprometió a "portarse bien". Por cábala, juraron no pronunciar la palabra scudetto hasta que lo ganaran, tampoco se pelearían, dejarían de robar, harían una buena obra cotidiana. Pero se olvidaron de que el mismo día del partido era el Día de la Madre. Se dijeron con razón que Dios y le mamme siempre perdonan a los arrepentidos. Se arrepentirían después del triunfo. Un signo del favor divino llegó el sábado. En el Loto, salió el 43, el número de Maradona. Desde Tokio, kilómetros de tela azul desembarcaron en Nápoles para envolver al Vesubio, a la manera del artista búlgaro Christo. Quintales de fuegos de artificio brotaron del volcán dormido.
Nápoles le brindo a Maradona la apoteosis de su paso por el mundo y su compatriota Sara Gallardo fue su mejor cronista.