
La ardua tarea de ser mujer
Hugo BeccacecePara LA NACION
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EN el alma de todo travesti hay una mujer fatal, pero también es cierto que en la lencería de toda mujer fatal acecha, escondido y goloso, un travesti. Como ejemplo, basta pensar en El ángel azul , la película de Joseph von Sternberg que hizo famosa a Marlene Dietrich (1901-1992), basada en la novela El profesor Unrath , de Heinrich Mann. Ese film se estrenó en Alemania el 31 de marzo de 1930. Pero se dio por primera vez en Estados Unidos en 1931. Y fue a partir de esa première , hace 80 años, cuando Marlene y su iconografía premonitoria alcanzaron difusión mundial. La semilla que Joseph von Sternberg y su estrella sembraron tuvo frutos imprevistos en la sexualidad y en las costumbres. El trabajo les hizo comprender que la mujer verdadera sólo puede serlo en plenitud por el artificio, guiada por la mirada clarividente y el deseo de ser mujeres de quienes no lo son. La biografía Marlene Dietrich (1993), de Maria Riva, hija de la actriz, detalla las etapas de ese itinerario.
En 1905, el escritor alemán Heinrich Mann, hermano de Thomas (el autor de La montaña mágica ) publicó El profesor Unrath , donde cuenta la historia de un rígido y maduro docente hechizado por una joven cantante de cabaret, Rosa Fröhlich, con la que se casa, que lo convierte en una mezcla de bufón y eunuco. El relato de Heinrich no tuvo mucho éxito, a pesar de algunas circunstancias favorables: el ambiente intelectual y artístico estaba conmocionado por la aparición de Sexo y carácter (1903), un polémico libro de Otto Weininger (1880-1903), otro judío vienés que, además, era homosexual. La obra de Weininger, racista, de una terrible misoginia, condenaba no sólo a las mujeres y a los judíos como seres inferiores, sino también a los homosexuales. El tratado tuvo una enorme repercusión en una época en la que se asistía, al mismo tiempo, al crecimiento del feminismo y del antisemitismo. En cierto modo, esas páginas eran la sentencia de muerte de su propio autor. Weininger se suicidó a los 23 años. Rosa Fröhlich (la Lola-Lola del film) parecía ilustrar ciertos aspectos de las tesis de Weininger acerca del carácter infrahumano, casi bestial del sexo femenino y de su capacidad para degradar a los varones heterosexuales.
En 1929, en el período final de la República de Weimar, llegó a Berlín Joseph von Sternberg, "Jo", un director de cine que había nacido en Viena, pero que se había criado en los Estados Unidos. Sus primeras películas en Hollywood habían sido muy apreciadas por los colegas. "Jo" era de familia judía y el "von" se lo habían agregado los estudios a la hora de poner los créditos a uno de sus films.
Von Sternberg pensó en filmar El ángel azul , film sonoro, en inglés y en alemán, y distribuir la producción en Alemania y en Estados Unidos. Tenía al protagonista masculino ideal, el suizo-alemán Emil Jannings, al que ya había dirigido en La última orden en Hollywood. Con esa película, Jannings había sido el primer actor extranjero en ganar un Oscar. Von Sternberg quería una actriz alemana para interpretar a Lola-Lola y empezó a hacer pruebas a todo tipo de intérpretes. Alguien le sugirió que fuera a ver la revista teatral Dos corbatas , donde aparecían muchachas hermosas, entre ellas Dietrich. Cuando le dijeron a Marlene que Von Sternberg asistiría al espectáculo, se burló. En primer lugar, le parecía ridículo que un judío camuflara su origen racial y el hecho de ser plebeyo con un von ; además, ella no se imaginaba representando a una prostituta grosera. Por supuesto, Von Sternberg reparó en Marlene y ella, que sabía cambiar de opinión cuando le convenía, aceptó hacer una prueba. Primero, mantuvo una gran discusión con su esposo, Rudolf Sieberg, que era sobre todo su amigo íntimo (ningún amante de ella ni de él logró quebrar jamás ese vínculo). Marlene quería ir a la prueba vestida con ropa prostibularia. Según ella, la habían elegido por su "trasero jugoso" y, por lo tanto, había que subrayar ese atributo. Rudolf, en cambio, le aconsejaba que llevara un tailleur . Marlene le hizo caso. Apareció frente a Von Sternberg con su mejor traje y guantes blancos de cabritilla. La vistieron con un conjunto de cabaretera. "Horrible", según Dietrich. Antes de empezar la prueba, Marlene le adelantó a Von Sternberg que no era fotogénica y que su nariz respingada se parecía a la cola de un pato. Von Sternberg supo de inmediato que había hallado a la intérprete justa.
Marlene invitó a Von Sternberg a su casa y, desde entonces, él pasó a ser su adorado "Jo". Dietrich le encargó a Rudolf una misión: debía convencer a Jo de que le dejara entera libertad a su nueva estrella para crear la imagen de Lola-Lola. "Jo" accedió. Al día siguiente, la casa de Marlene se convirtió en una especie de mercado de pulgas. Desparramadas por los cuartos, había faldas de terciopelo, seda, chiffon , lino, túnicas bordadas de lentejuelas... Una de las debilidades de Dietrich era comprar ropa usada y accesorios para posibles papeles. Pero los objetos que la rodeaban no terminaban de componer el personaje de Lola-Lola. De pronto, tuvo una inspiración. "Vamos a ver a las putas", le dijo a Rudolf. Mientras recorrían las calles y observaban a las putas, se acordó de un travesti muy inventivo. Lo encontraron. El travesti, en esa ocasión, se exhibía en liguero con un sombrero de copa blanco y medias de seda negras. Marlene lo miró con admiración y exclamó: "¡Quiero su calzón!". Lo tuvo. Había descubierto que la mujer deseada por un hombre, esa mujer arquetípica que la mayoría de las mujeres, ciertos homosexuales y todos los travestis anhelan ser era una apariencia. Y en el reino de las apariencias, la verdadera reina, la poseedora de todos los secretos, porque precisamente no había nacido mujer, era lo que hoy llamamos una drag-queen .
Cuando Von Sternberg vio a su actriz arreglada como el travesti, según las palabras de Dietrich, la miró con "esa especie de ojos barrocos" y le dijo: "Marlenchen, es extraordinario. Simplemente extraordinario". Había nacido la imagen de Lola-Lola, uno de los íconos del siglo XX, pero también se había abierto la caja de Pandora. Con el tiempo, ya no bastarían ni la naturaleza ni el maquillaje ni el vestuario ni el bisturí ni las inyecciones ni las sesiones agotadoras de gimnasio para ser mujer (o para ser hombre) porque siempre es posible serlo un poquito más.
Von Sternberg le exigió a Marlene que, como la cabaretera, hablara con la entonación vulgar de una prostituta y en argot . Ella no lo hacía bien, pero no porque no conociera el argot ni ese tipo de entonación, sino porque no quería mostrar delante del equipo y, sobre todo, delante de "Jo", cuánto había frecuentado los bajos fondos, por los que siempre se sintió atraída.
La película se estrenó en Berlín y tuvo mucho éxito. La Paramount le ofreció a Marlene un contrato en Hollywood y, después de una negociación, ella viajó a Estados Unidos para filmar Marruecos , con Gary Cooper. La Paramount retrasó el lanzamiento de El ángel azul en América hasta que se estrenara Marruecos porque quería crear una campaña en torno a la nueva actriz que le permitiera competir con Garbo. Entre tanto, la prensa hablaba de las piernas de ensueño de Marlene. Von Sternberg, que dirigía Marruecos , resolvió que, en vez de mostrar las célebres piernas en la primera escena de la película, las iba a cubrir por completo, para crear suspense . Por eso, se ve a Marlene vestida con un frac y galera negros al comienzo de Marruecos . Por si fuera poco, en esa secuencia, ella tomó la gardenia que lucía en el pelo una de las extras y besó los labios de la muchacha. El primer gesto galante de la bomba sexual alemana era el de una lesbiana.
La imagen de Lola-Lola en el cabaret se impuso de un modo que trascendió las épocas. En 1971, Luchino Visconti filmó La caída de los dioses (la acción transcurre en la década de 1930) y eligió a su amante, Helmut Berger, para interpretar el papel del perverso y poderoso heredero Martin von Essenbeck. Este aparece en una representación de homenaje que se le rinde a su abuelo en el teatrito de la mansión familiar, maquillado como Lola-Lola y con el mismo tipo de ropa: tacos altos, medias negras, liguero y galera plateada. De un modo curioso e irónico, Berger, travestido por Visconti, no hizo sino volver a las fuentes: Lola-Lola, emblema de la sexualidad femenina, había sido, en su origen, un travesti anónimo.
En 1939, Marlene Dietrich tomó la ciudadanía estadounidense y, cuando su patria adoptiva entró en guerra, fue al frente para animar a las tropas aliadas. Llevaba el uniforme militar con una curiosa e inimitable mezcla de gracia femenina y virilidad bélica. La mujer peligrosa e irresistible de sus films se había transformado en una militante de la democracia, que cultivaba su aura de comehombres con nostálgica ironía. Hacia el final de su vida (cuando tenía 90 años), el coqueteo con sus fans era epistolar o por encomienda. A un admirador le enviaba por correo, de manera regular, un paquete con la ropa interior (sin lavar) que había usado la semana anterior para que él se entregara al ensueño, mientras miraba las fotos de El expreso de Shanghai .
De un modo paradójico, el desparpajo y la libertad de su comportamiento contribuyeron a diluir de la vida -no de la fantasía de los hombres- el espejismo de la fatalidad encarnada en el sexo femenino, pero también crearon la quimera de una mujer que, para serlo, debe imaginarse que no lo es, aunque lo certifiquen los documentos, y ponerse a trabajar en el asunto porque el género, como todo en este valle de rímel y lágrimas, ha terminado por ser una cuestión de perseverancia.
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