La Argentina, un país que aceptó que no puede cambiar
Soy médico psiquiatra. Entre otras cosas me dedico a asesorar familias que consultan por problemas con sus hijos. En muchas ocasiones me encuentro repitiendo la misma frase popular: "no es culpa del chancho, sino del que le da de comer". ¿A qué me refiero con esto? Lo que intento transmitir es que los seres humanos nos movemos, frecuentemente, por las consecuencias de nuestros actos. Si nosotros, como padres, madres o educadores, no somos habilidosos para facilitar que los niños estén en contacto con la vida real, si no les brindamos cariño o no ponemos límites cuando corresponde, ese pequeño arbolito va creciendo torcido, es decir, va asumiendo actitudes o conductas que con el tiempo le traerán problemas de relacionamiento, autoestima, resiliencia.
Cuando unos padres retan o castigan sistemáticamente a un niño, este termina odiándolos, temiéndoles, mintiendo, o, peor aún, deprimido.
El psicólogo norteamericano Martin Seligman descubrió a través de sus experimentos el fenómeno de indefensión aprendida: cuando una persona se enfrenta a una situación negativa de la cual no puede escapar, "aprende" a mantenerse indefensa, aprende que no hay esperanza, incluso cuando las cosas cambian y se puede mejorar. Esto es lo que experimentan muchos niños en sus hogares. Es frecuente escucharlos decir: "no tiene sentido hacer terapia, en casa nada va a cambiar". La mejoría viene cuando los padres aprenden nuevas formas de motivar a sus hijos, principalmente a través de la escucha, el cariño, la atención, el respeto, las reglas y límites claros y la propuesta de modelos positivos.
Haciendo un paralelismo entre Seligman y nuestra realidad nacional, creo que los argentinos estamos sometidos desde hace varios años a un modelo de indefensión aprendida. "No salimos más" es la frase que parece caracterizar el humor social en estas semanas. Recuerda el caso planteado en la película La naranja mecánica, en la que una persona es sistemáticamente torturada con la idea de generar cambios que en el fondo nunca son profundos ni duraderos.
Los intentos de controlar generan reacciones negativas. Mientras más aporrees al niño, más te va a odiar
En las últimas semanas, ha tomado posesión del debate público dos medidas de control: la cuarentena interminable y las restricciones para la compra de dólares. La reacción a este ambiente negativo se proyecta similar a las producidas en las familias: la gente escapa (se va del país), miente (evade impuestos o busca alternativas a la legislación) o siente la indefensión aprendida (¿para qué emprender o arriesgar de nuevo si nada va a cambiar?).
Esta situación se resume en un principio que pueda ayudarnos a todos en este contexto: las medidas de control tienen efectos paradojales. Los intentos de controlar generan reacciones negativas. Mientras más aporrees al niño, más te va a odiar. Y cuando tenga mayor autonomía, posiblemente reaccionará violentamente o evadirá la situación abandonando el hogar.
El Presidente suele acusar a la gente de egoísta, apelando a la solidaridad. Es como un predicador laico. Reconozco que en cierto sentido tiene razón. Hoy en día la gente que se dedica al estudio de la evolución no define al más apto como el más fuerte, el que se come a los demás, si no al más prosocial. El desarrollo humano se promueve cuando trabajamos juntos, coordinados con "narrativas" efectivas.
Cuando escucho hablar a nuestro Presidente siento que estoy delante de una persona sensible, empática, auténtica. Estoy seguro de que debe intuir que algo no cierra, que una batalla de unos contra otros no lleva a ningún lado. No debe ser fácil estar en sus zapatos. Es lógico que el Gobierno busque controlar las cosas, pero no suele servir como solución sostenible.
No soy un idealista ni un creativo que inventó la pólvora. Años de investigación de la ciencia del aprendizaje señalan que a los seres humanos nos mueven el amor, la empatía, los valores, que negocian con nuestras necesidades e intereses.
Para favorecer el diálogo y las actitudes colaborativas, convendría reforzar el compromiso por buscar un camino superador, con menos dedo inquisidor, que combine la responsabilidad sanitaria con mayor libertad de movimiento y de emprendimiento.
Médico Psiquiatra, y director del Centro Integral de Salud Mental Argentino (Cisma)