La Argentina pendular
Como Raymond Aron definió en su momento a Francia, la Argentina es inmutable y cambiante. Inmutable, porque sigue siendo pendular, y cambiante, porque los gobiernos civiles y militares que se alternaron antes de 1983 han cedido su lugar a un péndulo nuevo: en éste, la democracia se transforma por un tiempo en lo que Polibio denominó la jeirocracia. En griego, jeira significa fuerza. Polibio alertaba, en su reflexión sobre el auge y la decadencia de las formas de gobierno, sobre el futuro violento que acechaba a Roma
En la edad de oro de la república clásica, los conflictos entre patricios y plebeyos se dirimían pacíficamente. Pero a partir de la victoria sobre Cartago y la revolución de los Gracos, Roma fue brutalizada por la violencia. Primero, por las bandas de las facciones políticas que rivalizaban en las calles y en el Foro, y luego, por sus continuadores, los ejércitos proconsulares de las guerras civiles. Nada de eso determinó que la violencia afectase el funcionamiento relativamente regular de las instituciones republicanas.
También los treinta años de nuestra restauración democrática parecen dar razón a Polibio: la violencia se reitera periódicamente, pero las instituciones mantienen su funcionamiento. Éste es el signo de recientes episodios de violencia, así como de las crisis precedentes: el colapso de la convertibilidad en 2001 y la hiperinflación y los saqueos de 1989. En todas esas situaciones, el protagonista principal fue un curioso tipo de hombre público que, valga la ironía, nos rescataba de una crisis para sumirnos luego en otra igual o peor. Las acciones de algunos de estos líderes, aferrados, como Alfonsín, al dogmatismo de los principios, y las de otros, como Cavallo, confinados al dogmatismo de los medios, nos traen a la memoria a Pascal y a su reflexión sobre las consecuencias paradójicas del dogmatismo.
Luego de la aventura bélica de Malvinas, Alfonsín rescató la identidad democrática de la nación, pero aferrado exclusivamente a la legitimidad democrática. Subestimó la eficacia gubernamental y pagó esa omisión con la hiperinflación y los saqueos. Cavallo se encadenó a la convertibilidad para rescatarnos de la hiperinflación y, prisionero de ella, nos condujo al colapso de 2001. El kirchnerismo vuelve a repetir la historia, con una nueva entropía de violencia y muerte, con rebelión policial y connivencia con el narcotráfico incluido.
No se entiende, entonces, qué celebraron las huestes oficiales el 10 de diciembre, al compás de los trágicos saqueos. ¿El aniversario de la democracia o el retorno de la jeirocracia? No deja de ser una ironía del destino que el trigésimo aniversario del retorno de la primera haya coincidido con una reiteración de las peores manifestaciones de la segunda. ¿Ironía del destino o castigo póstumo de la historia para quienes conmemoran la violencia que brutalizó la democracia restaurada en 1973?
La reciente devaluación sin un plan que controle las expectativas trae a la memoria de los observadores el recuerdo del Rodrigazo. Según estos analistas, paritarias mediante, el aumento de los salarios se trasladaría inevitablemente a los precios, anularía las ventajas de la devaluación y escalaría, como en 1975, aún más la inflación. Afinando la visión retrospectiva, parecería que las recientes medidas del Gobierno se asemejan, en cambio, a la receta aplicada por el entonces ministro de Economía, Mondelli. En la agonía del gobierno de Isabel Perón, Mondelli puso en marcha un plan antiinflacionario ortodoxo para deprimir el salario real. Contó con la anuencia del sindicalismo capitaneado por Lorenzo Miguel para congelar la protesta laboral, a fin de que el cambio en los precios relativos perseguido por la devaluación no fuera anulado por el alza salarial.
Si la finalidad del plan Mondelli fue detener el golpe militar, hoy esta amenaza no existe. Lo que de verdad desvela al Gobierno es la resolución del otro enigma setentista que lo envuelve: ¿cómo evitar el Rodrigazo recurriendo a un "Mondellazo", para que Cristina Kirchner no termine haciendo voluntariamente lo que Isabel Perón fue obligada a hacer por la fuerza de las armas?
El Gobierno se columpia así en dos planos: en el económico, entre Mondelli y Rodrigo, y en el político, entre la democracia y la jeirocracia. En el económico, su dilema, como dice un proverbio alemán, es tener que recurrir a Belcebú para poder desembarazarse del diablo.
En el político, si bien la Presidenta muestra -felizmente- una mayor flexibilidad que los líderes causantes de las crisis anteriores, corre con una desventaja. Las medidas económicas se imponen a una sociedad históricamente más propensa a aceptar las soluciones quirúrgicas a sus crisis que a someterse a las terapias gradualistas que las prevengan.
El futuro dependerá, entonces, de cuán cerca o de cuán lejos estemos de ese punto de saturación, como observaban Cicerón y Tito Livio en las postrimerías de la república romana. A partir de ese punto crítico, los ciudadanos no toleran los males que el gobierno les provoca ni los remedios que les propone. Se trata de un atavismo que los argentinos hemos incorporado a nuestro carácter nacional, convirtiéndolo en el resorte principal de nuestra cultura política pendular, a tal punto que bien podría figurar en la letra de una versión aggiornada de "Cambalache".
© LA NACION
Eugenio Kvaternik